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Espectáculos|Sábado, 17 de abril de 2004
PRESENTACION DE LA OBRA COMPLETA DE OSVALDO SORIANO, ESTA TARDE

Aquel que nos contó cómo éramos

Hoy a las 19, Planeta presentará la reedición de las siete novelas de Soriano, prologadas por Eduardo Galeano, Juan Martini, José Pablo Feinmann, Osvaldo Bayer, Guillermo Saccomanno, Roberto Fontanarrosa y Tomás Eloy Martínez, con ilustraciones de Rep.

Por Silvina Friera
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Soriano fue homenajeado en la UBA, pero recién después de su muerte.
El Gordo, que detestaba las poses académicas, solía decir que sus verdaderos asesores literarios eran los gatos. Y... lo asesoraron muy bien. Osvaldo Soriano vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo con su primera novela Triste, solitario y final (1973) y en los ‘90 fue el escritor vivo más vendido y leído. Como Roberto Arlt en la década del 30, Soriano fue una piedra incómoda en el zapato de la Academia, que lo denostaba por ser un escritor de best seller “populistas” –el éxito molestó y molesta en el gueto literario– como por su escasa preparación formal. Sí, los críticos e intelectuales militaban en el antisorianismo y el Gordo sufría, se amargaba y decía: “Soy vivamente desaconsejado en la Facultad de Letras. Es un cenáculo que maneja también a la crítica, a los medios. Dieron a leer Cuarteles de invierno como ejemplo de lo que no hay que hacer”. Murió hace 7 años, el 29 de enero de 1997, y fue el dibujante Miguel Rep, con su inolvidable caricatura, desde la tapa de Página/12, quien mejor sintetizó la desazón y la rabia que provocó esa muerte prematura. Sus amigos y sus lectores se quedaron solos, huérfanos. Ningún autor, ningún periodista ha alcanzado la intensidad de esa mirada feroz con la que el Gordo auscultaba la realidad.
En la sala Julio Cortázar de la Feria del Libro, se presentará hoy a las 19 la obra completa de Soriano, reeditada por Planeta, en una mesa redonda de la que participarán Miguel Rep, Osvaldo Bayer, Guillermo Saccomanno, José Pablo Feinmann y Juan Martini, coordinados por Osvaldo Quiroga. La reedición de sus siete novelas, todas ilustradas por Rep, están prologadas por Eduardo Galeano (Triste, solitario y final), Feinmann (No habrá más penas ni olvido), Bayer (Cuarteles de invierno), Martini (A sus plantas rendido un león), Saccomanno (Una sombra ya pronto serás), Roberto Fontanarrosa (El ojo de la patria) y Tomás Eloy Martínez (La hora sin sombra). La recuperación de estas ficciones permitirá paliar hasta cierto punto la orfandad y el desconsuelo de sus lectores –aunque no sea lo mismo releerlo que esperar un nuevo libro que nunca llegará– y resignificar el valor de las tramas, el pensamiento y el habla de sus personajes más entrañables como el de No habrá más penas...: “pero si yo nunca me metí en política. Si siempre fui peronista”. Pero también podrá sumar lectores vírgenes, esos que eran niños o entraban en la adolescencia cuando a Soriano se lo devoró un cáncer de pulmón.
“Cuando entrego los originales a la editorial es como si recibieran una pierna mía, un hígado. Yo escribo con el cuerpo”, explicaba él el empeño, la vida misma, que dejaba en cada uno de sus libros. Osvaldo Bayer, que prologó Cuarteles de invierno (escrita en Bélgica y Francia entre 1977 y 1979), “una de las obras fundamentales por su definición del peronismo y la descripción de sus diversas tendencias”, recuerda que el escritor quería entrar por la puerta grande de la Facultad de Filosofía y Letras, pero no le permitieron cumplir ese anhelo en vida. “Lamentablemente se murió antes; de todos modos el homenaje se lo hice igual, en el aula magna de la facultad –cuenta Bayer en diálogo con Página/12–. En el acto, Ricardo Piglia dijo que los tres escritores más importantes de la literatura argentina, Sarmiento, Borges y Arlt, no eran bachilleres y todos se pusieron de pie y fue muy emocionante”. La reflexión de Piglia en ese acto póstumo acaso sirvió para zanjar definitivamente las afrentas académicas que recibía Soriano por no haber concluido sus estudios secundarios o por la economía de su escritura. “Arlt fue el genio que nos describió tal cual el Buenos Aires de la década infame –opina Bayer–. Soriano, en cambio, nos dejó las estampas vivas de esa Argentina traumática de los 70. Y, si siguiera entre nosotros hoy, en sus páginas retrataría a todos: los traidores y los consecuentes, idealistas y policías, la mano abierta y la mano en la lata, los nobles y los ratas. En la verdadera literatura se puede comenzar a entender la historia profunda.”
Para Saccomanno, que prologó Una sombra ya pronto serás, esa novela debe ser la más triste que se escribió en nuestro país desde fines de los 80 hasta la fecha. “Leerla es como consultar al médico que nos diagnosticó una enfermedad incurable”, señala Saccomanno. “Nada de lo que ocurre en esta novela, contra lo que pueda parecer, es chiste. No hay acá esa intención socarrona y compasiva que redimía a los personajes en sus relatos anteriores. Los protagonistas ahora están más cerca de los canillitas y la piolada mezquina que de aquellos perdedores simpáticos que conseguían con un gesto la complicidad inmediata. La sonrisa se ha vuelto rictus. Como un patriarca colérico que acusa a sus semejantes, Soriano escribe una novela lunática que tiene la furia de una catilinaria”. Según Fontanarrosa, El ojo de la patria retoma ese tono zumbón, ágil, lleno de guiños, que hace que quien comience a leer el libro ya no pueda abandonarlo más. “Es como escucharlo al Gordo contándonos una película de espías, entusiasmándose con el relato, una noche cualquiera en una pizzería porteña. Con esa fantástica capacidad que tenía Osvaldo para contar, desde su voz chiquita y socarrona, detrás del cigarrillo que apresuró su partida, entre miradas de reojo y silencios que acrecentaban el interés por la historia. Porque el Gordo era un narrador formidable. Podía describir un gol, una jugada, una entrevista accidentada de su vida periodística, un diálogo ocasional con un taxista y todo, todo se convertía en un relato digno de ser escuchado hasta el final.” Así era en la vida, así hablaba y dialoga con sus lectores desde sus libros, con ese estilo de brutal eficacia al que se refería nada menos que John Updike.

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