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Espectáculos|Lunes, 10 de mayo de 2004
LEMMY, DE MOTORHEAD, SE QUEDO SIN OXIGENO

Y Hangar tuvo su noche heavy

Por Cristian Vitale
La apurada decisión de cambiar Hangar por Argentinos Juniors –la excusa fue evitar que las bases del escenario dañaran el césped de la cancha– tuvo un solo efecto positivo: la voz áspera de Lemmy Kilmister y la guitarra veloz de Phill Campbell transformaron por un rato al reducto de Liniers en una réplica de ese infierno que siempre exigen los metaleros. Hombres sudorosos en chupines y camperas de cuero, avalanchas asfixiantes, saltos, gritos, mucha oscuridad, remeras de Hermética empapadas. Así fue la primera media hora. Motorhead, banda emblema del metal ortodoxo, entregó lo que su gente más quiere mechando temas viejos y nuevos, crudos y salvajes, en iguales dosis.
Pero tras 70 minutos de show, cuando terminaba Ace of Spades sus 58 años le jugaron a Lemmy una mala pasada. El eterno bebedor de whisky se quedó sin oxígeno y levantó campamento antes de lo previsto. Sus veneradores, pibes de la clase trabajadora en gran parte que habían pagado entre 40 y 50 pesos la entrada, consideraron que el desembolso había sido en vano. Y reaccionaron. “Me vendés Argentinos Juniors y me traés acá, hijo de puta”, fue uno de los gritos anónimos que desató el escándalo. La proclama de un fan se hizo carne en varios más. Primero fueron cánticos poco amigables –“Rompemos todo, la puta que los parió”–; después, al ver que el bajista y compañía no regresaban, le siguió un hiriente “Olé, olé, olé, Maiden, Maiden”. Pero el desbande principal ocurrió cuando una voz desde el escenario avisó que Motorhead no tocaba más porque uno de sus miembros –Lemmy– no estaba en condiciones físicas de seguir. El panorama posterior retrotrajo al rock duro a tiempos que se creían terminados –¿cuánto hacía que no había drama en alguno de sus recitales?–. Mientras la mayoría dejaba Hangar con gestos de malhumor, los menos iniciaron una batahola de proporciones. Al grito de “Destrucción, destrucción”, metaleros enardecidos ganaron el escenario superando la contención de los guardias; de un lado, seguidores de la banda buscaban “recuperar” el dinero de la entrada en especies –algún monitor, cables o pedazos de batería– y del otro, asistentes y plomos defendían posiciones, valiéndose del pie del micrófono del cantante o de los fierros esparcidos de la batería de Mickey Dee, destrozada, para contrarrestar la invasión.
¿Las causas? El set corto; pero también el calor, la falta de oxígeno, la incomodidad, el costo de las entradas y un lugar poco apto para recibir tanta gente. Como se veía, Hangar, es probable que se hayan vendido más entradas que las que se podía. Consecuencia: el pobre Dee se volvió a casa sin su batería.

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