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Espectáculos|Domingo, 23 de mayo de 2004
CANNES 2004

Michael Moore se la dedicó a George Bush

El norteamericano ganó la Palma de Oro con su Fahrenheit 9/11 y criticó duramente a su gobierno. La niña santa, olvidada. Maggie Cheung, mejor actriz.

Por Luciano Monteagudo
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Fahrenheit 9/11 es el segundo documental de Moore premiado.
Página/12, en Francia
Desde Cannes

“Le dedico este premio al pueblo de Irak, que sufrió por nuestras acciones”, fue una de las pocas frases que Michael Moore –casi paralizado por el asombro y la emoción– atinó a pronunciar arriba del inmenso escenario del Grand Théatre Lumière, del Palais des Festivals. En
un giro sorpresivo, que tiñó como nunca de política a la 57º edición del Festival de Cannes, su película Fahrenheit 9/11 obtuvo ayer la Palma de Oro, la máxima distinción del cine mundial. “En mi país hay alguna gente que quiere mantener la verdad oculta en un armario, pero con este gesto del festival vamos a sacar la verdad a la luz pública”, afirmó Moore, mientras le agradecía al jurado oficial, presidido por Quentin Tarantino. El director de Bowling for Columbine no se dejó distraer por la escultural Charlize Theron –que con un look glacial, estilo Grace Kelly, fue la encargada de entregarle el premio– y recordó que “en mi país tuvimos un presidente republicano, que decía que si uno le daba al pueblo la verdad podía estar tranquilo. Fue Abraham Lincoln... otra clase de republicano y otra clase de presidente”.
La alusión a George Bush (h.) no pasó inadvertida para nadie. Y menos aún después de que Fahrenheit 9/11 se convirtiera, desde el lunes pasado, en el centro de la polémica de Cannes, por su declarada intención de influir en las elecciones nacionales que el próximo 2 de noviembre decidirán la presidencia de los Estados Unidos por los próximos cuatro años. Concebida como un documental de campaña, para hacerle comprender al pueblo estadounidense por qué “lo que hizo la administración Bush fue la peor violación de la confianza del pueblo que haya tenido lugar en mi país”, la película de Moore sufrió –según el propio director– un intento de censura del entorno presidencial, que presionó a la productora Icon Films (encabezada por Mel Gibson) para que se retirara del proyecto. Posteriormente, la Disney Company, cuando vio el film terminado, decidió no distribuirlo, como en un principio se había comprometido. “Fahrenheit 9/11 tiene distribución asegurada en todo el mundo, hasta en Albania”, bromeó Moore. “Menos en un solo país, el mío. Pero gracias a este premio, estoy seguro, ustedes aseguran que la película pueda llegar al público estadounidense”, señaló Moore. Y añadió: “No estoy solo en esta lucha, somos muchos en mi país los que no queremos que esto se repita y espero que, de alguna manera, los muertos en Irak no hayan muerto en vano”.
Pese a su habitual discreción, la fiesta de clausura de Cannes se pareció, este año más que nunca, a la ceremonia del Oscar, donde Moore, dos temporadas atrás, también atacó a Bush hijo, en aquella oportunidad desde el escenario del Kodak Theater de Los Angeles, de donde se llevó la estatuilla al mejor documental por Bowling for Columbine. Y hablando de documentales: ya habrá tiempo de revisar los archivos, pero desde mediados de la década del ’50, cuando se llevó la Palma un film del oceanógrafo Jacques Costeau, un documental no ganaba el premio mayor de Cannes. De hecho, los documentales estuvieron excluidos de la competencia oficial durante décadas, hasta que dos ediciones atrás Moore se apareció con Bowling for Columbine.
Tanta actualidad política en el palmarés dejó muy atrás a la consideración estrictamente cinematográfica. Ninguna de las que sonaban en los últimos días en Cannes como favoritas –2046 del hongkonés Wong Kar-wai y Diarios de motocicleta, del brasileño Walter Salles– tuvieron un lugar entre los premios. Por el lado latinoamericano, el mismo olvido sufrió La niña santa, de Lucrecia Martel. Y el Grand Prix Especial del Jurado fue para Old Boy, del coreano Park Chan-wok, un film particularmente violento que, se sabía, estaba entre los predilectos de Tarantino. Tal como era previsible, Maggie Cheung, protagonista absoluta de Clean, se llevó elpremio a la mejor actriz por el film del francés Olivier Assayas, donde interpreta a una rockera cocainómana que lucha por hacerse una nueva vida y recuperar la tenencia de su hijo.
La excelente película japonesa Nobody Knows debió conformarse con un premio al mejor actor, Yagira Yuya, un chico de 12 años que no es un actor profesional. Y otra notable producción asiática, Tropical Malady, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, debió compartir el tercer premio, el Prix du Jury, con la actriz Irma P. Hall, que está hospitalizada de gravedad en Los Angeles y no pudo acompañar a los hermanos Coen al lanzamiento en Cannes de The Ladykillers.
Pero si el palmarés de esta edición de Cannes fue particularmente desconcertante –por decir lo menos– el premio al mejor director para Tony Gatliff, por Exils, resulta casi absurdo. Ningún film más elemental se vio en la competencia, lo que en todo caso demuestra las profundas discrepancias que deben haber existido en el seno del jurado, donde –como suele suceder en estos casos– las diferencias entre dos posiciones antagónicas se dirimen premiando a un tercero que no está en cuestión.
Francia, en todo caso, fue la gran beneficiada, porque Clean y Exiles son películas con rodaje internacional, pero con directores franceses. Y Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri se llevaron el premio al mejor guión, por Comme une image. Para citar el título de la película anterior de ese mismo dúo: en todo caso, es El gusto de los otros...

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