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Espectáculos|Domingo, 23 de mayo de 2004
MARTIN REJTMAN HABLA DE “LOS GUANTES MAGICOS”

“Mis personajes son comunes, y a la vez son medio raros”

El realizador de Rapado y Silvia Prieto vuelve con una película en la que Vicentico, Valeria Bertuccelli y Diego Olivera, entre otros, se cruzan en una ronda de depresiones, Renaults 12, psicotrópicos de receta, pulóveres a rombos y una insólita nevada porteña. El film, que inauguró el Bafici y viene de una larga ronda de festivales internacionales, se estrena este jueves.

Por Horacio Bernades
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Rejtman y un Vicentico de ojos grandes e insomnes como fondo: “Por el afiche, parece una de terror”.
“¡De ninguna manera voy a hacer eso!”, le deja bien claro Martín Rejtman a un allegado que, para jugar con el título de su nueva película, Los guantes mágicos, había aventurado la posibilidad de que, para las fotos, el realizador se calzara un par de esos accesorios de vestuario. Tan renuente como sus personajes al más mínimo indicio de show-off, el realizador de Rapado y Silvia Prieto sigue siendo tan austero como siempre. Sin embargo, se lo ve particularmente distendido ante el estreno de su nuevo opus, que tras pasar por un montón de festivales extranjeros (Locarno, Toronto, San Sebastián, Rotterdam y siguen las firmas) tuvo a su cargo el honor de inaugurar el Bafici porteño, el mes pasado. Y llegará finalmente a la cartelera local, el jueves próximo.
Se lo ve casi feliz a Rejtman. Aunque mejor no insinuárselo, si uno no quiere recibir un rechazo tan airado como aquel pobre allegado que tuvo la idea de los guantes. De proverbial reserva frente a todo lo que sea emociones y otras efusiones, Rejtman –que con Rapado patentó, hace ya diez años, lo que podría denominarse “comedia hierática rioplatense”–, su distensión actual hasta puede llevarlo a reconocer que vio Los guantes mágicos en el Bafici y la disfrutó con ganas. Lo cual, viniendo de él, equivale a una confesión casi impúdica. Basta que el entrevistador se envalentone y sugiera que esta graciosísima comedia tal vez sea, en el fondo, su película más triste, para que la inveterada elusividad rejtmaniana haga una reaparición casi virulenta. “Para nada, lo que hay en la película es un sentimiento neutro, medio. La tristeza la pone, en tal caso, el espectador, pero los personajes no están tristes, se lo puedo asegurar.”
Protagonizada por Gabriel Fernández Capello –que no es otro que el popular Vicentico, quien ya había cumplido un papel en la anterior Silvia Prieto–, en su estructura coral Los guantes mágicos parece seguir ensanchando el mundo Rejtman, que ya había pasado del pas-de-deux y la relativa anomia de Rapado a la proliferación de personajes y el humor que sobrevolaba Silvia Prieto. Coproducida por la firma local Rizoma y varias compañías europeas, Los guantes mágicos se pudo terminar gracias al aporte de fundaciones internacionales, como la Hubert Bals de Holanda y el Fonds Sud Cinéma. En el elenco aparece la gran Valeria Bertuccelli (que también había estado en Silvia Prieto, y es la mujer de Vicentico) y lo completan Cecilia Biagini, Fabián Arenillas, Susana Pampín y Diego Olivera. A través de ellos circula una inagotable ronda de depresiones, Renaults 12, psicotrópicos de receta, pulóveres a rombos y una insólita nevada porteña.
Además de los guantes del título, que en algún momento se presentan como el negocio que podría llegar a salvar al protagonista, sacándolo para siempre de su destino de remisero. Los mismos guantes que Rejtman no se piensa calzar para la foto.
–Hasta ahora, usted se había relacionado con los personajes de sus películas mediante una forma de distanciamiento irónico. En Los guantes mágicos se lo siente como más próximo, al menos frente a algunos de ellos.
–Es una impresión. Yo no creo haber variado mucho en ese sentido. Aunque es verdad que en los momentos en que el personaje de Vicentico se pone a bailar en alguna discoteca, podría decirse que se encuentra con alguna forma de felicidad o plenitud, en contraposición con los momentos de soledad en los que maneja el Renault 12, el auto que usa como remise. Pero es todo muy ambiguo, porque por otro lado él ama su auto. De hecho, la escena en la que es más feliz es cuando, después de vender el auto, lo encuentra por la calle, lo roba durante un rato y sale a manejarlo. Claro que ahí el auto está convertido en una especie de discoteca ambulante, así que en ese momento es como si se reunieran, por una vez, los dos grandes amores del personaje.
–Pero ese momento dura poco. Después de eso, termina bailando solo en una discoteca, en un lugar de provincia totalmente ajeno a él.
–Sí, está solo y rodeado de chicos que tienen como veinte años menos, lo cual tal vez transmita cierta desolación. Pero a la vez está bailando, y eso es lo que lo hace feliz. Entonces, ¿qué es, un final triste o feliz? Yo no lo sé, cada uno lo recibirá a su manera. Yo creo que es un final ambiguo, eso es lo que yo quería. Al fin y al cabo, no hay nada más triste que un final feliz, porque después de esa felicidad las cosas nunca pueden ir mejor. Acá, en cambio, después del final a Alejandro le puede ir bien o mal, no sabemos. Hay que tener en cuenta que el tipo se pasa toda la película “colgado”, no tiene nada, pasa a vivir de prestado y hasta tiene que vender su auto. Al comienzo de la película tiene una novia y una casa, pero enseguida pierde todo eso y va a parar a un departamento ajeno, donde tiene que convivir con un tipo que se la pasa haciendo gimnasia a los gritos y no lo deja dormir.
–¿Cuál es el tema que suena en la discoteca, en la escena final?
–Vanishing Point, de New Order. Es un título bastante significativo, porque en ese momento es como si Alejandro se desvaneciera, como si desapareciera. De hecho desaparece, porque es el final.
–Hablando de música, en dos momentos de la película se ve por televisión una vieja grabación de León Gieco, y además hay uno de los personajes que tortura a los demás con unas grabaciones de rock pesado al mango. ¿Qué función cumple la música allí?
–Lo de León Gieco es Hombres de hierro, es un fragmento del documental Hasta que se ponga el sol. Para Cecilia, que es quien lo ve por la tele, tiene un sentido parecido al que tiene escuchar el tema de New Order para Alejandro: en ambos casos están escuchando una música que los retrotrae a cuando eran jóvenes. Ahí hay como un regreso a cierta forma de ingenuidad. Lo de Piraña con el rock pesado es un poco más cómico, es una versión heavy muy cafona, argentina berreta.
–Hay otro momento de mucha aproximación suya a uno de los personajes, que es cuando se acerca a Cecilia, que es la mujer de Alejandro y está muy deprimida, y muestra sus ojos húmedos.
–Pero ella no está deprimida, lo que le pasa es que tiene una alergia que la hace lagrimear, como ella misma explica más tarde.
–¿Usted le cree cuando dice eso?
–Claro que le creo, si es verdad. Aparte, cómo no voy a creerle, si fui yo el que escribió el personaje y esa línea de diálogo.
–Usted sabe que no siempre los personajes de una película dicen la verdad.
–No, no siempre, pero en este caso sí, es como ella dice.
–Pero en ese momento ella está triste, tiene una discusión con su pareja y terminan separándose.
–Sí, está triste, pero no deprimida. Es otro personaje el que más tarde la convence de que está deprimida, y ahí sí ella se deprime, por contagio.
–El contagio parece ser una de las formas en las que sus personajes se comunican, como si las relaciones humanas fueran virales. Los personajes de Los guantes mágicos se transmiten depresiones, se pasan perros de mano en mano, se contagian el insomnio.
–A mí siempre me interesó la forma en que la gente se asocia. En el cine convencional la gente se junta por amor, o por odio, y eso me resulta muy aburrido. Yo creo que en la vida la gente se junta por cosas mucho más pavas. En una de ésas alguien conoce a una persona en una circunstancia totalmente nimia y casual, qué sé yo, haciendo footing en los bosques de Palermo, por ejemplo, y en una de ésas a partir de ese momento siguen juntos para toda la vida.
–De esa clase de circunstancias parecen hechas sus películas y da la impresión de que muchas de ellas usted las observa con cierto espíritu burlón, como cuando en Los guantes... las chicas van a hacer yoga para curarse la depresión o el insomnio.
–No, ahí yo no quería burlarme, sino simplemente mostrar un desajuste, una situación inadecuada. Van a hacer yoga, y en lugar de relajarse abren los ojos, se hacen guiños. O directamente no los pueden cerrar de lo tensas que están. Es parecido a cuando el personaje de Diego Olivera se pone a golpear la bolsa de arena en el gimnasio de su departamentito y no lo deja dormir a Alejandro. O cuando Valeria (Bertuccelli) sale de la discoteca, a las 7 de la mañana, y se pone a hacer footing en los bosques de Palermo, vestida con un tallieur y carterita. Es medio ridículo, está medio desfasado. Hay como un ligero extrañamiento, que me parece que es lo que suele pasar en mis películas. Son personajes recomunes, pero a la vez son totalmente particulares, medio raros.
–Hay una situación que se repite mucho en la película, y es la de no poder cerrar los ojos.
–Sí, sin ir más lejos, en el afiche, Vicentico está con los ojos abiertos a más no poder, por el insomnio. Es curioso, viendo el afiche podría creerse que Los guantes mágicos es una película de terror y de hecho me parece que en cierta medida lo es. Empieza con una típica noche de tormenta; Piraña vive en una casa apartada que podría ser una de esas mansiones de las películas de terror y hay algunos personajes que se comportan con respecto a otros de manera vampírica, como si quisieran comerles la cabeza. Hay una escena bastante terrible, en la que todo el mundo invade la casa de Alejandro y se pone a revolver entre sus ropas sin pedirle permiso, de una manera bastante monstruosa.
–También podría pensarse que hay personajes medio zombificados.
–No, zombificados no creo. Están en un estado neutro, es difícil saber qué les pasa. Para entenderlo hay que asociar una escena con otra. Al fin y al cabo el cine es eso, un sistema de asociaciones, que se producen a través del montaje.

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