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Espectáculos|Jueves, 27 de mayo de 2004
“LOS GUANTES MAGICOS”, UNA NOTABLE PELICULA DE MARTIN REJTMAN

Cuando el mundo cabe en un Renault

El nuevo film del director de Silvia Prieto es otra demostración de su habilidad para construir pequeños mundos perfectos, con personajes apasionados o abúlicos.

Por Martín Pérez
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Gabriel Fernández Capello, el remisero de Los guantes mágicos, entrega una actuación notable.
Una noche de lluvia, un remisero lleva a un pasajero hasta su hogar. El hombre está llegando tarde, y habla una y otra vez con su mujer, que lo espera en su casa. Entre llamado y llamado, el pasajero dice reconocer al conductor. Fue compañero de escuela de su hermano, asegura. El remisero dice no recordarlo, pero su pasajero no deja lugar a dudas. Le dice que acaba de terminar de grabar un disco, que por qué cuando llegan no baja a escucharlo. El remisero se excusa, pero su pasajero insiste. Le da una tarjeta y le pide la suya. El conductor le dice que lo puede ubicar en la agencia. Así es como quedan invitados, el conductor y su novia, a cenar una noche en la casa de su pasajero, para escuchar su disco. Así es como comienza la tercera película de Martín Rejtman, un cineasta creador de mundos pequeños y perfectos, en los que los entusiasmos de algunos de sus personajes llenan las abulias de otros, y su devenir equilibra un universo absurdo, insólito y sorprendente. Pero también terriblemente familiar. Y, por eso mismo, capaz de despertar un humor feroz, tierno y melancólico. Un mundo lleno de objetos sin tiempo, como sus personajes, que pueden ser apasionados o abúlicos, pero son dueños de una vida interior cuya existencia se percibe más allá de lo que aparece en pantalla.
Autor de una ópera prima como Rapado, que bien puede ser considerada como una especie de prehistoria de aquel Nuevo Cine Argentino que amaneció con las Historias breves y luego con Pizza birra faso, Rejtman es un autor que parece haber ido formando a su propio público. Si la hoy mítica Rapado debió esperar casi un lustro para tener su estreno comercial, su siguiente opus –Silvia Prieto– tardó casi el mismo tiempo desde el comienzo de su rodaje hasta su efectivo estreno. Lejos de ser heroico, semejante devenir sólo habla del tesón con el que Rejtman defiende los mundos que construye. Mundos cinematográficos en los que la caprichosa lógica de sus personajes despierta un humor absurdo, que bien se podría calificar como de slapstick verbal.
No sólo su propio público parece haber formado el cine de Rejtman, sino también a sus propios actores, que jamás ceden a la tentación de “actuar” sus textos. Con una pasmosa naturalidad, los habituales intérpretes de las películas de Rejtman recorren parlamentos magros o sencillamente imposibles, sin realizar jamás una actuación forzada. Que, por otra parte, no tendría lugar en una obra como la suya. Con una sequedad particular y casi única, el cine de Rejtman sólo puede compararse con el de Aki Kaurismaki, un mundo en el que las cosas más terribles simplemente suceden, y la vida sigue. Al contrario del abismo trágico al que se asoma Kaurismaki con toda naturalidad, las historias de Rejtman son algo así como aventuras dialogadas sobre la nada. Como un Seinfeld urbano y bien porteño, que encuentra el humor cómplice sin buscarlo jamás. Haciendo de ese accionar una forma de asomarse a ese vacío existencial que sus personajes parecen necesitar llenar con lo primero que se les pone delante.
Cantante de Los Fabulosos Cadillacs durante más de tres lustros y ahora embarcado en una carrera solista, aquel caprichoso acento mexicano con el que Vicentico debutó en el cine –en otra película prehistórica del Nuevo Cine Argentino como 1000 Boomerangs– jamás hubiese permitido imaginar una interpretación tan impecable como la que entrega en Los guantes mágicos. Vicentico es Alejandro, el remisero que está en el centro del huracán de acontecimientos y personajes que se irán atropellando en el devenir de su historia, luego de aquel encuentro inicial con su pasajero. Son sus pensamientos y los discursos de Piraña, aquel pasajero con disco propio que resulta ser un ingenioso empresario, los que conducen una película en la que el trueque parece ser la moneda de todos los sueños. Aquellos silenciosos adolescentes de Rapado, veinteañeros con adolescencia tardía en Silvia Prieto, son aquí treintañeros que siguen sin saber cómo llenar sus mundos salvo con pastillas de todo tipo, explicaciones sobre la naturaleza del happy hour y la utilidad de los spa brasileños y reuniones para mirar videos porno como si se tratase de un álbum familiar. Todo eso –y mucho más– es parte de la divertida y melancólica historia de Alejandro y su auto, un Renault 12 con el que se comunica mejor que con el resto del mundo que lo rodea. Un mundo del que Alejandro parece no esperar nada, salvo que siempre haya música para bailar.

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