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Espectáculos|Domingo, 30 de mayo de 2004
ENTREVISTA CON EL CINEASTA RAUL PERRONE

“Ningún libro puede enseñar lo que te enseña la calle”

El director de Zapada y La mecha, un nombre emblemático del cine independiente argentino, acaba de inaugurar una escuela cinematográfica en Ituzaingó, en el oeste bonaerense, donde transcurren la mayoría de sus películas. Pero no por eso deja de filmar: está embarcado en un nuevo proyecto, Pajaritos, protagonizado por el Puma Goity y Mariana Arias.

Por Eugenia García
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“El arte es una manera de sufrir también, es angustiante; pero después me doy cuenta de que valió la pena, y me enamoro de eso”, dice Perrone.
A Raúl Perrone le corre cine por las venas. Carga como ineludible rasgo personal el mote de cineasta independiente. A él le gusta definirse como “un tipo que hace películas”, así a secas. Descubrió el cine a los 17 años, cuando con un amigo decidieron de la nada hacer una película, y desgranaron innumerables cortos. Durante muchos años, forzado a buscarse un trabajo rentable, abandonó el cine y pulió su oficio de dibujante circulando por las redacciones de El Gráfico, Tiempo Argentino o El Cronista Comercial. Pero hacia fines de los ‘70 se aferró a la cámara y nunca más la soltó. Fue hilvanando historias entre el Súper 8 y el video, hechas de momentos cotidianos, y una estética muy personal que en un principio fue escasez de recursos y que con el tiempo se convirtió en el sello perroneano por excelencia. Por estos días, el cineasta preparó un nuevo desafío: enclavado en el oeste, su lugar en el mundo y escenario de casi todas sus películas, abrió el Taller Escuela de Cine Ituzaingó. Prolífico autor de films como Zapada, Labios de churrasco, Peluca y Marisita, Graciadió y la reciente La mecha, que acaba de ganar los premios al mejor director y mejor película en Friburgo, Perrone filmó una nueva película durante el verano, Pajaritos. “No puedo con mi genio (se ríe). Tendría que haber esperado a que me acompañe (Pablo) Trapero en la producción, pero no me aguanté. Yo no voy a los festivales porque viajar me da miedo. Y como estaba muy ansioso por La mecha, otra vez me junté con un grupo de alumnos. Lo hicimos con la colaboración del Puma Goity, al que le tengo mucho afecto, y Mariana Arias. Ahora estoy en la etapa de posproducción, espero que la podamos terminar lo antes posible”, detalla el realizador. “Este año tampoco quise estar en el festival, porque me parece que estos últimos dos años hubo mucha exposición. Quiero descansar un poco de eso y tomarme un tiempo para ver qué es lo que quiero hacer”, explica.
–¿Le pesa esa exposición?
–A veces sí porque no tiene medida. Yo soy un director de cine, un tipo que hace películas, y tengo un grado de exposición que la gente se piensa que tengo un chofer. Y en realidad yo sigo siendo el mismo tipo que fui toda mi vida. Después, cuando te baja toda la adrenalina, decís ¡guau! Porque que te dediquen una retrospectiva en tu país... Yo no tengo 80 años, sigo haciendo películas. Todos los días estaba lleno el cine, y al año siguiente me dedicaron el cierre del festival... es grosso. Es un reconocimiento muy lindo. Pero este año decidí no participar. Yo me pongo muy loco. Estoy siempre en la última fila parado, y cuando puedo me voy, porque lo sufro mucho. Lo vivo como un pibito que recién hizo una película y que está esperando la aprobación. Este año quise ser público, poder estar del otro lado. Me parece que eso es sano para mí.
–También sufre cuando filma. ¿Disfruta en algún momento?
–El único momento que disfruto es cuando armo la película, cuando la edito. Yo quisiera poder evitar el momento del rodaje, porque es sumamente esquizofrénico. Mucha gente y todo depende de mí, y el trabajar en la calle, mi fobia y un montón de cosas. Me enojo, y nunca está bien, y siempre digo “esto es una porquería”. Yo cada vez que escucho a un director que dice “me divertí como loco filmando”, me pregunto con qué carajo se divierten. Yo no encontré la fórmula. Me parece que el arte es una manera de sufrir también. Es angustiante. Pero después, cuando van pasando los días y me encierro con el editor a armar ese quilombo, ese rompecabezas que posiblemente sólo entienda yo, me doy cuenta de que valió la pena y me enamoro de eso. Cuando editás, la película cambia, muta, es un momento sumamente agradable. Es así, luchás contra vos mismo, porque en definitiva después te termina ganando el proyecto, te gusta la película, y bueno, yo sé convivir con mis fobias. Forma parte del juego y yo en cierta forma aprendí a jugarlo.
–Usted dice que con los actores trabaja desde una especie de improvisación controlada, ¿su trabajo también es un poco así?
–Sí, pero detrás de todo esto hay mucho laburo. No cualquiera puede improvisar. Hay que tener un timing para hacerlo. Yo aprendí a hacerlo a los ponchazos, aprendí a manejarme desde mi propia austeridad. Está bien, yo no me junto a ensayar, no presento a los actores antes, no les muestro el guión, a unos les digo una cosa y a otros otra, pero cuando vamos a laburar ese sábado cada uno sabe muy bien qué es lo que tiene que hacer. Son métodos. Hay gente que si no ensaya no puede laburar, y yo si ensayo me aburro. Prefiero esa cuota de improvisación y de asombro. Parece un caos, pero está todo muy pensado. A veces pienso: ¡por qué no me habré dedicado a los dibujos animados! Pero en el fondo me gusta.
–¿Cómo llega al guión?
–Tengo como ideas. Lo que no puedo es llevarlas al papel, porque es más rápido lo que pienso que lo que escribo. No puedo sentarme a escribir porque me voy, me tildo. Es muy loco. Alguien me dijo que no estaba mal, pero a mí me preocupa eso. Simplemente no puedo sentarme a escribir ortodoxamente lo que sería un guión. En La mecha yo sabía muy bien lo que quería, pero el primer guión no eran más de cinco páginas. Prefiero materializarlo, porque para mí cuando está filmado es cuando se vuelve palpable. Yo no podría tener cuatro versiones de un guión. Si no lo termino y lo filmo rápido ya pienso en otras cosas. Admiro a esos tipos que están cuatro años con un guión, pero no sería como ellos.
–Como Puenzo, que estuvo 12 años sin filmar.
–Sí. Yo digo que ojalá nunca me pase. Pero ellos laburan de otra manera, quieren trabajar con un gran presupuesto, con superproducciones. Hay gente que es prolífica y hay gente que no. Yo tengo la necesidad imperiosa de hacer. Quizás eso es lo que quiero transmitir. Una pasión desmedida. Yo creo que la pasión no se puede contagiar, si el otro no la tiene incorporada, yo puedo estar hablando y que el otro piense “qué bueno lo de este tipo”, pero si no le nace no va. Pienso que cualquier ser humano está preparado para hacer una película. Yo digo: “¿querés filmar? Andá y hacelo”. El sí antes que el no. Después que lleguen o no lleguen, que tengan talento o no, yo no se los voy a dar. Tiene que estar en ellos. Lo que yo voy a hacer es facilitarles el camino para que lo hagan. Diciéndote “agarrá una cámara y hacelo”. Si no, ¿cómo te vas a dar cuenta si era o no tu destino? Yo padecí mucho cuando era joven, y buscaba trabajo de dibujante, no poder tener diálogo con gente de mi edad. Eran gerontes inalcanzables y a todo te decían que no. Me parece que en 30 años las cabezas han cambiado mucho.
–¿Hace mucho que proyectaba la escuela?
–Hace un tiempo vengo dictando un taller municipal en Ituzaingó. Y la verdad que nos sobrepasó. Mucha gente venía año a año y nunca llegaba a entrar. Entonces se empezó a pensar en poner una escuela, pero a mí todo eso me daba como cosa. Yo no me siento un docente ortodoxo. Mi escuela fue la calle. Yo aprendí solo, acá en Ituzaingó. Pero tanto me insistieron, que yo dije bueno, sería bueno, pero mientras se siga mi pensamiento, que es el de un taller. Priorizar la práctica por sobre la teoría, porque para mí ningún libro te va a enseñar lo que te enseña la calle.
–Qué pasa si alguno de sus alumnos termina trabajando con Suar.
–Qué sé yo. Está bien. Yo tampoco quiero crear “perrones”, no me gustaría. Yo les digo con las armas que se puede trabajar, pero después ellos decidirán qué es lo que más les gusta. Sería bueno que tengan un espíritu, que tengan todo esto que uno piensa, pero no tienen por qué hacer películas como las mías. Ojo, tampoco que se vayan al otro extremo (se ríe). Pero también me parece que todo eso tiene que existir. Si no vemos distintas propuestas, ¿cómo elegimos lo que más nos gusta?
–¿Se acercaron muchos groupies?
–Hay mucho de eso. El que viene sabe por qué viene. Vienen de muy lejos. Yo no entiendo a los pibes, los jóvenes son muy raros. Gente de Tigre, de San Isidro, de Lanús, de San Telmo, de Luján. Y eso tiene sus pros y sus contras, porque pareciera ser que la gente a veces te pide mucho más de lo que vos podés dar. Como a lo largo de este tiempo se dio la idea de que Perrone enseñaba gratis, se creen que yo soy Papá Noel. Así y todo tampoco voy a dejar de hacer todo lo que vengo haciendo, porque sé que me estaría traicionando. Yo no voy a tener a un tipo para que me reemplace, porque los pibes quieren que esté yo, y me parece que ése es el respeto que uno tiene que tener con la gente. Voy a tener que poner mi cuerpo, mis ganas y mi pasión, que la sigo teniendo. Si no uno se sentiría defraudado, si viene a ver a un tipo y ese tipo no está. No sé, ¿queda soberbio lo que digo?

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