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Espectáculos|Martes, 20 de julio de 2004

“La TV pública debería financiarse con los beneficios de la privada”

El sociólogo italiano Giovanni Sartori dispara una novedosa teoría para darle vuelo a la televisión estatal. Aunque reconoce que es imposible en su país, “donde Berlusconi tiene licencia para matar”.

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A los 80 años, Sartori sigue siendo un lúcido pensador, que no les escapa a las polémicas.
“Berlusconi puede hacer lo que quiera. Ahora está comiendo terreno entre los periódicos”, sostiene.
Por Luis Matías López *

Provocador, polemista, “liberal clásico”, pesimista –“los optimistas son dañinos”–, Giovanni Sartori, politólogo y sociólogo italiano, profesor en las universidades de Florencia y Columbia, sigue, a sus 80 años, fiel a su propósito de sorprender siempre. Su última propuesta, que lanza a quien quiera escuchar, es que la TV pública se olvide del rating y apueste por la calidad. Para ello, añade, debería financiarse con la mitad de los beneficios de las privadas. Un esquema que resulta imposible en su propio país donde, dice con sarcasmo, “Berlusconi tiene licencia para matar”. Cuando se le da rienda suelta, Sartori no deja títere con cabeza. No le importa ser considerado políticamente incorrecto. A sus 80 años, todavía lúcido hasta la desmesura, el pensador no duda en denunciar, provocar, polemizar e ironizar. Insiste en lo de la ironía: dice que sólo así se comprenderán bien sus palabras. En sus numerosos libros, en sus artículos y entrevistas, Sartori arremete contra el papel retrógrado del Papa y la Iglesia, contra el extremismo de los imanes, contra la estupidez de Bush cuando decidió invadir Irak (aunque matiza que ahora es ya demasiado tarde para irse) y contra una humanidad suicida que derrocha y agota sus recursos naturales, se reproduce en exceso y cambia el clima, comprometiendo así su propia supervivencia.
Se define como un liberal clásico que está en la izquierda, pero que no es un izquierdista. Que dice exactamente lo que piensa, sin tener en cuenta las eventuales consecuencias desastrosas sobre su reputación, y que siempre intenta decir algo nuevo y diferente. También como un estudioso serio, minucioso y documentado. “Mi fuerza es la lógica, no la imaginación”, dice. Tal vez por ello nunca pensó en escribir una novela, aunque admira las de su amigo Umberto Eco. Presume de ser un pesimista, porque sólo haciendo caso a los pesimistas, dice, que alertan de la deriva por la que camina el mundo, se podrá hacer algo para salvarlo, y porque considera a los optimistas como “seres peligrosos”.
–Su último libro, Mala tempora, es una recopilación de artículos de prensa sobre la realidad italiana de los últimos 10 años. ¿Malos tiempos por culpa de Berlusconi?
–No lo critico porque sí, sino por las cosas horribles que está haciendo, por el conflicto de intereses. Para colmo, ahora quiere una reforma constitucional impuesta por la Liga Norte, de Umberto Bossi, que por ejemplo fue criticada en un libro reciente por sesenta de los más importantes constitucionalistas del país. Es un escándalo. Se trata de que el primer ministro sea elegido de forma directa, como en Israel, lo que supondría destruir el actual sistema de gobierno parlamentario y quitar sus principales atribuciones al presidente de la República.
–Pero Berlusconi sigue ahí arriba, batió el record de longevidad de un gobierno italiano desde la II Guerra Mundial y no parece en peligro.
–Sobre el papel, lo lógico es que siga al frente del gobierno hasta las elecciones de 2006. Salvo que caiga su coalición, algo que me parecía imposible antes de las recientes elecciones europeas, pero que ahora ya no es tan descabellado. Además, nadie sabe cómo se comportará en la derrota, tras haber sido vencido de forma directa y personal. Quién sabe, tal vez termine perdiendo la compostura.
–Usted está convencido de que Berlusconi se mantiene en el poder gracias al control que ejerce sobre los medios, especialmente la TV.
–De los medios y del dinero. En la pasada campaña electoral, su presencia en todos los canales privados y públicos era constante. Tan exagerado fue que saturó a la gente. Se suprimieron todas las noticias que podían perjudicarlo y se exageraron sus éxitos internacionales. Y aunque mentía continuamente, porque es un mentiroso por naturaleza, nadie tenía acceso a la televisión para contradecirlo.
–Tampoco usted.
–Claro. A mí nadie me llama, tal vez porque soy un buen luchador. Pero no hubo debate auténtico. Berlusconi aparecía diciendo: “Los italianos son mucho más ricos”. La oposición replicaba: “Es falso”. Pero no se le permitía demostrarlo.
–¿Y eso ocurre no sólo en la televisión privada, que es suya, sino también en la RAI, pública?
–Sí. Es un sistema horrible. Antes teníamos un duopolio: TV privada-TV pública. Ahora, en la práctica, es un monopolio. Berlusconi, con el sombrero puesto, es el propietario de la TV privada y cuando se quita el sombrero, es primer ministro y controla la pública.
–¿Y no hay forma de hacer frente a esta situación?
–Si usted sabe cómo, por favor, dígamelo. ¿Cómo luchar contra él? Berlusconi tiene la mayoría parlamentaria, tiene licencia para matar, puede hacer lo que quiera. La ley está hecha a su medida. Y ahora está comiendo terreno entre los periódicos porque tiene toneladas de dinero. Nadie tiene fuerza para luchar contra él.
–¿En qué espejo debería mirarse la TV? ¿Tal vez la BBC británica?
–Los seres humanos somos grandes creadores de problemas, y la BBC también los tiene; pero, en principio, es el mejor ejemplo de TV pública. Primero, porque consiguió ser lo suficientemente independiente del poder político, aunque no de forma total. Y segundo, porque presta un servicio público, se preocupa en sus programas del interés general. Debe seguir habiendo TV pública. En otro caso, desaparecería la idea de prestar un servicio público, con independencia de la lucha por la conquista del público. La TV comercial sólo está interesada en ganar dinero. Además, una vez que se renuncie a la TV pública sería imposible recuperarla. La idea de la privatización anda siempre flotando en la atmósfera. Desde la izquierda se insinúa a veces que tal vez fuese una buena idea, porque así, dicen, se le quitaría el control a Berlusconi. Eso sería ahora, claro está, pero los horizontes temporales de los políticos nunca llegan muy lejos.
–¿Y cómo se financiaría esa TV?
–Ese es el quid, porque no es cuestión de pagarla con impuestos. La TV pública debería financiarse con el 50 por ciento de los beneficios netos de la privada. Una especie de canon. A cambio, la pública renunciaría a la publicidad. Puede que los dueños de las privadas se quejasen, pero no habría que darles opción: si no aceptasen la idea perderían el canal. Pero, aun pagando, seguirían ganando muchísimo dinero. Porque estamos hablando de la mitad de los beneficios netos. Si no los tuvieran, no tendrían que pagar. ¿Está suficientemente claro? Una idea brillante, admítalo. Una gran aportación que hace el señor Sartori.
–¿Alguna otra sugerencia?
–Que se cree un órgano de control independiente del gobierno, no sujeto a los vaivenes políticos, cuyos miembros sean expertos inteligentes y decentes. Como los miembros del Tribunal Supremo, propuestos por el presidente, pero que, una vez en el cargo, son independientes. Y que no dependan de la dictadura del rating. Después de todo, las mediciones de rating se inventaron para poner precio a la publicidad; pero esa TV pública no tendría publicidad, y no importaría que fuese minoritaria. Lo fundamental es que sea buena.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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