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Espectáculos|Martes, 20 de julio de 2004

En su larga despedida, Julio Bocca fue aplaudido en su última “Coppelia”

Fue en Nueva York, en el Metropolitan Opera House, acompañado por Paloma Herrera. Bocca dejará de bailar cuando cumpla 40.

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“No siento nada de angustia”, dice Bocca en Nueva York.
Sus más recientes partenaires fueron Ferri y Herrera.
Por Angeline Montoya

Julio Bocca se despide. Ha decidido abandonar, uno tras otro, los papeles del repertorio clásico, hasta su despedida final, cuando cumpla 40 años, en marzo de 2007. El año pasado, el que es estrella del American Ballet Theatre (ABT) de Nueva York desde hace 18 años le dijo adiós a uno de los papeles fetiches de su carrera: Romeo. En una función apoteósica en el Metropolitan Opera House (MET) y junto con la ballerina assolutta italiana Alessandra Ferri, murió por última vez al lado de Julieta.
Este año, Julio decidió que dejaría de interpretar para siempre Coppelia. Y así fue, hace dos semanas, nuevamente con el ABT, pero acompañado esta vez por otra compatriota argentina, Paloma Herrera.
Este ballet ha marcado momentos muy importantes y simbólicos en la carrera de Julio Bocca. Cuando tenía tan sólo 15 años, bailó la mazurca del primer acto, en la versión del cubano Enrique Martínez, con el Ballet Teresa Carreño en Caracas, destacándose como una verdadera promesa de la danza clásica. Un año después, ya en Buenos Aires, el mismo Martínez lo elegía para bailar también la mazurca, un papel normalmente reservado a los solistas: Julio ni siquiera formaba parte del cuerpo estable del Teatro Colón. Esa noche de junio de 1983, “el teatro se vino abajo”, recuerda una bailarina del primer coliseo porteño, Marta Desperés. “Cosechó aún más aplausos que el primer bailarín, Eduardo Caamaño. Nunca habíamos visto eso.” Y en 1984, por fin, con 17 años, Julio bailó el papel principal de Franz en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Coppelia fue también el primer ballet completo que Julio bailó como primera figura en el Colón, en marzo de 1985: al final de la función, fue contratado como primer bailarín.
–¿Qué se siente despedirse de un ballet que significó tanto en su carrera?
–Es una sensación extraña, rara y agridulce. Es como despedirse de alguien que querés mucho y que sabés que no vas a volver a ver nunca más, pero que siempre quedará en tu corazón –explica Bocca.
Paloma Herrera, que el año que viene festejará sus diez años como principal dancer del ABT, califica la función con Julio de “maravillosa”. Es que bailar Coppelia con Julio también le trae recuerdos: hace 18 años, en 1986, Bocca eligió ese ballet para despedirse del público argentino cuando fue contratado como estrella del ABT por el ruso Mijail Baryshnikov.
“Yo era una niña, tenía 10 años, y era alumna del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón”, recuerda Paloma. “No me perdía una función de ballet, y asistí a la despedida de Julio con otras compañeras del Instituto. Eramos un grupito que gritábamos, llorando: ‘Julio, ¡no te vayas!’ Era muy emocionante.”
Paloma Herrera siguió los pasos de Julio Bocca y, nueve años después, ella también era contratada como estrella del ABT. A sus 19 años, se había convertido en la más joven bailarina del ABT en ser promovida principal dancer. El único antecedente entre los hombres era, precisamente, Julio Bocca, que tenía la misma edad cuando llegó a Nueva York.
La temporada del MET que acaba de terminar los juntó también en Don Quijote, un ballet que habían hecho en 1995. “Volver a bailarlo con Julio después de tantos años fue increíble”, comenta Paloma, de vacaciones en Buenos Aires. “Se sentía un entusiasmo, una electricidad muy especial, tanto entre nosotros como entre los otros miembros de la compañía.”
Y Don Quijote será, precisamente, el próximo ballet clásico del que Julio se despida. Pero esta vez será en Argentina, el año que viene, con su Ballet Argentino.
–¿Cómo encara esta nueva y última etapa de su carrera de bailarín? ¿Con angustia?
–Con la tranquilidad de haber hecho siempre lo que quise, con la tristeza de saber que algunas cosas no se van a repetir, con el alivio de saber que voy a poder descansar, dedicarme a otras cosas que me gustan y encima poder comer y tomar lo que se me ocurra sin pensar en la ropa elastizada, pero eso sí, sin nada, nada de angustia.

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