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Espectáculos|Sábado, 24 de julio de 2004

“La literatura es para mí un espacio de libertad”

Lucía Puenzo cuenta cómo transcurren sus días entre la literatura, el cine y la televisión. Publicó su primera novela, El niño pez, trabaja como guionista y está empezando a rodar un telefilm.

Por Silvina Friera
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Lucía Puenzo, hija de cineasta, aborda el cine desde la escritura.
El peso del apellido paterno nunca fue para ella, aparentemente, un impedimento ni una herencia difícil de asimilar. Lucía Puenzo recuerda el momento en que descubrió que se desplazaba sobre un terreno de gran esterilidad. Fue hace más de 10 años, cuando estaba en segundo año de Letras. “Sentía que no estaba encontrando en la carrera mucho espacio para jugar.” En una familia de cineastas (el padre y todos sus hermanos), más inclinada a la dirección que al guión, Lucía comprendió que lo obvio de su destino –el cine– no era tan evidente, y que ella invertiría los términos de esa relación, trazando sus propias coordenadas desde la escritura, sin convertirse necesariamente en directora. Por entonces, comenzó a estudiar en forma paralela en el Centro de Experimentación Cinematográfica. Esta alianza entre la imagen y la palabra opera como una arteria por donde Lucía canaliza sus proyectos vitales: la literatura, el cine y la televisión. Acaba de publicar El niño pez, su primera novela; está dirigiendo el telefilm Los invisibles, inspirado en una historia real que le contaron dos chicos de la calle, y es una de las guionistas de Sangre fría, la miniserie que incursiona en el género de terror, con Mariano Martínez y Dolores Fonzi, que Telefé emitirá el mes próximo.
“La literatura es un espacio de libertad absoluta y es donde personalmente soy más feliz. Escribir es un placer, y si pasa un día en que no me siento a escribir, aunque sea un par de líneas, sufro el síndrome de abstinencia.” En la entrevista con Página/12, Puenzo confiesa que escribió en tres meses El niño pez (publicada por Beatriz Viterbo), la entregó a la editorial para ver qué le decían y recibió la confirmación de la publicación mientras estaba en Marruecos, trabajando en el guión de la próxima película de Marcelo Piñeyro, La mitad. Su primera novela sorprende por la solvencia con la que se atreve a contar la historia de Lala, una adolescente lesbiana que se enamora de su mucama paraguaya, la Guayi. El narrador, Serafín, el perro de Lala, zambulle al lector en una sucesión imparable de escándalos, drogas y prostitución, que se inicia cuando la adolescente mata a su padre porque descubre que se acostaba con la Guayi. “Estoy hablando de cosas que conozco muy de cerca, aunque no sean necesariamente autobiográficas. Aun en trabajos por encargo, me doy cuenta de que estoy reciclando cosas de mi vida o de gente que conozco. En la literatura, hay algo como de pozo negro: lo que absorbés en la vida se filtra en la escritura. Te convertís en un cazador de imágenes y de líneas de diálogos”, subraya la escritora y guionista.
“Me gusta escuchar cómo habla la gente, hay que practicar ese ejercicio para comprender hasta qué punto las personas no dicen nada, pero al mismo tiempo es necesario capturar esta entrelínea de lo no dicho porque, por paradójico que parezca, muchas veces eso lo dice todo”, añade Lucía. Y esa fruición por escuchar a los otros, en su novela se revela en el habla de la Guayi, una paraguaya que desea largarse de Buenos Aires para vivir frente al lago de Ipacaraí. “El guaraní es uno de los idiomas más hermosos que existe porque tiene algo de canto de pájaros”, explica Puenzo, guionista con experiencia televisiva en Sol negro, y en los primeros capítulos de Disputas y Malandras. Trabajó por primera vez con Luis Puenzo, su padre, en un guión sobre Severino Di Giovanni, que finalmente nunca se filmó, y recientemente en La puta y la ballena.
La producción de Sangre fría la “mata”, si se desboca en detalles de la miniserie, la próxima apuesta fuerte de Ideas del Sur que incursionará en el terror, género poco frecuentado en la TV argentina. “Es un certamen que hace una universidad exclusiva, que selecciona jóvenes entre los 30 mejores promedios, y se los llevan a vivir al sur, en la Patagonia, durante tres meses. Lo que nadie sabe es que en ese mismo certamen, unos años antes, desapareció una chica en circunstancias muy misteriosas. Hay un secreto en torno de lo que pasó con esa chica, si está viva o muerta, y en cuanto a lo que esconde ese pueblo. Los chicos empiezan a percibir que están ahí por otras razones, a partir de algunas muertes supuestamente accidentales. Cuando quieren escapar, no pueden hacerlo”, anticipa Lucía.
–¿A qué se refiere Los invisibles, su primer telefilm?
–Un día Ismael, uno de los chicos de la calle, con los que me puse a charlar, me decía que, cuando pedía una moneda, no había nada que le doliera más que cuando la gente lo ignoraba. Esteban, otro de los chicos, comentaba que prefería que le dijeran “pendejo, salí de acá”, antes de que no lo miraran a los ojos. Esteban tenía un arreglo con un guarda de la estación Martínez: cuando una familia se iba durante el fin de semana y dejaba la casa sola, el guarda les avisaba a estos chicos, les pasaba la dirección, y ellos entraban por las ventanas de las casas. Eran chiquitajes, robaban objetos que las familias no llegaban a registrar como faltantes, o si los notaban, generalmente acusaban a alguno de la casa. Esteban nunca se olvidó de aquella tarde en que abrió la puerta de un cuarto de un chico de su edad. En vez de robar, se pasó toda la tarde jugando con los jueguitos del chico de la casa. Ellos sentían que eran los invisibles, fantasmas de unas casas que nunca iban a ver por dentro de otra manera que no fuera como lo estaban haciendo. Esos chicos son doblemente invisibles, en esas casas y en las calles.

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