Imprimir|Regresar a la nota
Espectáculos|Sábado, 31 de julio de 2004
PAGINA/12 OFRECE A SUS LECTORES LOS DOS PRIMEROS DISCOS DE LITTO NEBBIA

Un ex Gato que supo abrir los horizontes

Integrados en un solo CD, los dos volúmenes con los que Nebbia inauguró su carrera solista dan una adecuada idea de su espíritu libre de prejuicios, capaz de intentar nuevas formas de expresión y matices estilísticos.

Por Cristian Vitale
/fotos/20040731/notas/NA27FO02.JPG
Los discos que el pianista y cantante grabó en 1969/1970 marcan la pauta de toda su carrera posterior.
Cada momento de la extensa y prolífica trayectoria de Litto Nebbia (casi cincuenta discos editados en cuarenta años de música) tiene su especificidad compositiva y existencial. Como un péndulo en vaivén constante, el creador rosarino pasó por todos las guaridas musicales posibles sin dejar nunca de ser el que es, en esencia y sustancia. Fresco y vital (Los Gatos Salvajes, 1965), experimentador (Melopea, 1974), tanguero (Nebbia canta a Cadícamo, 1995), popular (La Balsa, 1967-Solo se trata de vivir, 1982), introspectivo y exigente (El vendedor de promesas, 1977), su obra está llena de matices y vaivenes, de ostracismos y despertares, pero invariablemente atesora un plus que permite organizarla, sistematizarla, darle una coherencia. Sus discos, siempre cuidados, siempre muy trabajados, ofrecen hendijas por donde mirar a un Ne- bbia congruente, convencido de lo que hace.
¿Cuál sería entonces la especificidad de sus primeros dos discos como solista, que Página/12 ofrece a los lectores con su edición de mañana? En principio, liberar un poco al primero de ellos (Volumen I, 1969) del estigma de Los Gatos –de hecho, cada Gato tiene sus propias búsquedas, que determinarían la separación– pero sobre todo del film que posibilitó su edición: El extraño de pelo largo. Atrasar el almanaque 35 años y sumergirse en él, en su propio interior y sin dejarse atrapar por la necesidad de sintetizarlo por cuestiones de comodidad informativa, implica reivindicarlo, correrlo de la liviandad con la que fue a veces (mal)tratado. El Volumen I es mucho más que el objeto mercantilista de la RCA por redoblar las ventas del simple que lo precede (Rosemary, más de 50 mil copias vendidas), y es bastante más que la banda de sonido de la película que todavía pasan en Volver: de hecho, en ella sólo se incluyen Mujer de los mil días y Deja que conozca el mundo de hoy. El debut solista de Litto Nebbia es, por el contrario, el disco que muestra parte de su más temprano compromiso con el arte frente a los mandatos del mercado. (¿Qué es Melopea, su sello, sino una continuación ordenada de aquella postura voluntarista, primigenia y tal vez caótica?) Nebbia alguna vez reconoció que su actuación en El extraño... le permitió ganar el dinero necesario para editar su primer disco. De hecho, había firmado contrato con Argentina Sono Films para actuar en dos películas más pero, al cumplirse rápido el fin económico, lo rescindió antes de tiempo y todavía lo están esperando.
Aquel primer volumen tampoco fue necesariamente una continuidad cómoda y prosaica de Los Gatos, que venían de publicar su tercer disco (Seremos amigos) y estaban a punto de editar el cuarto con Pappo en las filas (Beat Nro. 1), sino una riesgosa y desvergonzada apuesta al futuro. Aún habría más Gatos: luego de una breve separación relacionada con un viaje a Estados Unidos y el alejamiento del Carpo, en 1970 editarían un disco clave de la historia del rock argentino, Rock de la mujer perdida, pero Nebbia ya había estrechado lazos fuertes con una cantidad variopinta de músicos que atravesaba, por lejos, la aún minúscula cofradía del rock patrio. El mismo año en que Manal grababa su segundo simple para el sello Mandioca, Moris materializaba De nada sirve en 30 minutos de vida, Miguel Abuelo era buscado intensamente por la policía militar tras haber desertado de la conscripción y Almendra debutaba con el maravilloso disco del payaso, Nebbia orientó su búsqueda hacia otros rumbos, más lejanos y cercanos a la vez. No fue el único, claro (Almendra coqueteaba entonces con Rodolfo Alchourron y Mederos), pero el cruce de Félix con músicos “de otras músicas” trazó su destino definitivo desde el mismo momento de la partida.
Aquel Volumen I, en rigor, toma a un Horacio Malvicino a medio camino entre el jazz y el quinteto de Astor Piazzolla para intervenirlo en la recordada Mujer de los mil días y en la hermosa melodía de Deja que conozca el mundo de hoy. Y al otro ex guitarrista de Piazzolla, Jorge López Ruiz, cuyos arreglos orquestales no se lucen tanto en Días de juventud, pero sí en Igual (como yo amo), en cuya letra Nebbia predestina un futuro no muy distinto del que resultó, al menos hasta hoy: “Cuando mi libro termine/ en su última hoja he de escribir/ que a pesar de todo fui feliz”. Verónica enlaza a Nebbia con Almendra a través de Emilio del Guercio: el bajo del por entonces compañero de Spinetta otorga un brillo especial a una canción escueta, pero reveladora en su combinación de bossa nova y jazz. Tierra soy yo (“Tierra es trabajo, vida y odio/ dinero, muerte y hasta pasión”) y un breve solo instrumental de guitarra al comando de Nebbia (Obertura) completan el cúmulo de causas suficientes como para despegar a este trabajo del corsé en que se lo introdujo mediante una mirada parcial, mezquina y televisiva.
Si el Volumen I muestra a Nebbia despegando paulatinamente de la órbita beat-rocker, su sucesor (el Volumen II) lo introduce en el terreno de la música popular experimental. Que Nebbia aparezca poco después en el Buenos Aires Rock tocando zambas y chacareras junto a alguien por entonces desconocido para el mundo rocker, Domingo Cura, o colaborando en discos de Dino Saluzzi, Chango Farías Gómez o Manolo Juárez, implica necesariamente un paso anterior, tenue pero insoslayable. Es aquí donde asume su importante papel histórico esta placa grabada con cuatro canales en 1970. Separados Los Gatos, Nebbia entró a los estudios TNT para grabar un disco que señalaría como un homenaje a su madre pianista: Martha Denis. En su Volumen II, Nebbia toca todos los instrumentos: piano –de ahí el tributo materno–, guitarra, bajo, batería y flauta dulce. Y el mayor rescate emotivo ancla en una maravillosa canción de búsqueda e identidad. “América/ cuál es la forma de llegar a ti/ América/ dime la curva que debo tomar”, canta Litto, mientras rasguea irascible su guitarra acústica. Hijo de América es una breve pero significativa carta de presentación de la hasta entonces poco incursionada onda folk (autóctono)-rocker: faltaban dos años para que Arco Iris editara Sudamérica o el regreso a la aurora.
El resto de la placa muestra canciones atemporales en su belleza, que explican a Nebbia por todos los tiempos (Años blancos, días blancos; Canción para un amigo que no escucha; Mes de algodón), otras que quizá no aportan tanto pero aun así valen (Los molinos nunca olvidan) y algunas como la bellísima Suite alrededor de la Mona Lisa o La carrera de tu vida, que permiten anexar su entonces pasado reciente junto a Los Gatos con la disposición a juntarse –como lo haría meses después– con Cacho Lafalce, Rodolfo García, Gustavo Bergalli, Fats Fernández, Carlos Goldber y Oscar Moro para formar la Nebbia’s Band.
Ambos volúmenes serían editados en conjunto mediando 1972, cuando la búsqueda estética de su hacedor, consustanciada con el gusto popular y vanguardista a la vez, estaba por consumarse definitivamente en una de sus obras medulares: Muerte en la Catedral (1973), piedra basal de coherencia por sobre diversidades y especificidades. “La música que hago hoy está distante de aquélla en cuanto a técnica, refinamiento e interpretación, pero el estilo y la propuesta que abordé como punto de partida siguen vigentes...” Fluye de sus palabras: 40 años de música, 50 discos y un Litto que hace diez días cumplió 56 años, y sigue obstinado con una idea pasada y futura a la vez.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.