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Espectáculos|Domingo, 8 de agosto de 2004

“Ubú rey” o la ópera bufa según Penderecki

Por Diego Fischerman
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En Ubú rey se lucen Pavel Wunder y Marcela Pichot.
Hubo un tiempo en que Ubú rey, de Alfred Jarry, fue una obra cómica y escandalosa. En la actualidad no es ni una cosa ni la otra. Por lo menos fuera de Polonia, donde es posible que resulte divertida la elección de ese país como terreno casi imaginario para el escatológico autoritarismo de sus protagonistas –de hecho, Polonia era una entelequia en la época en que la obra fue escrita–. Y el compositor de la ópera sobre Ubú rey que acaba de estrenarse en Buenos Aires es, claro está, polaco. Y aun a pesar de la comicidad vencida de todo el asunto, Krzysztof Penderecki logra, gracias a un impactante oficio musical, un resultado que, si no alcanza para producir carcajadas –y a veces ni sonrisas– consigue en cambio un ritmo llevadero y, sobre todo, un ostensible vehículo para el virtuosismo.
Los chistes de Penderecki –con el mismo nivel de comicidad que los de su compatriota Gombrowicz– no interesan tanto, eventualmente, como la manera en que los traduce musicalmente. Un aire a realismo socialista en más de un momento, solemnidad bachiana en otros, bastante de Kurt Weill, el indudable Wagner del comienzo y, también, la autoparodia. El genial Penderecki de comienzos de la década del ’60 aparece, como en un espejo deformante, en el final de la descabellada batalla entre Ubú y el zar. El famoso Treno para las víctimas de Hiroshima, una composición fundamental del siglo XX que extremaba, a la vez, el experimento sonoro y el dramatismo, aquí, haciendo realidad a Marx, se repite como comedia. Pero si lo mejor está en la música es, también, mérito de una puesta que no acierta en el tono de comedia y confunde velocidad con apuro. El despreciable Ubú no es aquí ni enteramente repugnante ni suficientemente disparatado, a pesar de la calidad del trabajo de Pavel Wunder, extraordinario como cantante y como actor. Marcela Pichot, en un trabajo memorable, compone una Madre Ubú impecable en lo vocal y convincente en lo teatral. Lo más flojo es el desharrapado ejército de Ubú, cuyos movimientos se parecen a los de una estudiantina no demasiado controlada.
Un correcto trabajo de iluminación y una escenografía en la que la visible pobreza de los materiales no llega a romper el conjunto, sumados a un vestuario que cumple adecuadamente con el clima general, colaboran con un espectáculo digno, en particular por la propia partitura y por el trabajo de cantantes, orquesta y director. Jacek Kaspszyk, que dirigió la ópera en su estreno en Munich, en 1991, y en varias de sus reposiciones europeas, conoce la obra a la perfección y consiguió que la Orquesta Estable del Colón sonara precisa e, incluso, con el plus de la ironía y el sarcasmo allí donde era necesario. La presencia del compositor, uno de los grandes nombres de la generación que cobró notoriedad en la segunda mitad del siglo pasado, fue, por otra parte, un acontecimiento en sí mismo. El aplauso sostenido y la ovación cuando subió al escenario a saludar, junto al director y elenco, premió no sólo esta composición sino una trayectoria que, indudablemente, ya es parte de la historia de la música.

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