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Espectáculos|Martes, 24 de agosto de 2004

Oliver Stone fue a Medio Oriente y filmó una comedia de enredos

El director de JFK y Nixon intentó en vano entrevistar a Yasser Arafat, pero igual armó un documental que a partir de hoy exhibe HBO.

Por Horacio Bernades
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Persona non grata se titula el film que dirigió Stone.
“Medio Oriente está lleno de lenguas, pero corto de oídos”, dice Shimon Peres, ex primer ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz, tras sus acuerdos con Yasser Arafat en 1994. Es uno de los varios epigramas que –como con bastante desprejuicio observó un crítico estadounidense– hacen aparecer al líder del Partido Laborista como perfecto equivalente israelí del maestro Yoda, y que jalonan el transcurso de Persona non grata, documental inédito de 2003, que hoy a las 22 emitirá la señal de cable premium HBO. La persona a la que el título del documental refiere no es otra que su propio realizador, Oliver Stone, quien a lo largo de toda la película persigue a Yasser Arafat para entrevistarlo, sin lograrlo jamás. A falta del presidente de la Autoridad Palestina, durante la hora y pico que dura el documental el realizador de JFK y The Doors logra sentarse frente a varios de los más prominentes líderes de la zona, haciendo oír parte de esa Babel de lenguas que, según Peres, caracteriza la región. Y los mitos de la región, obviamente.
“Con la participación de Benjamin Netanyahu, Ehud Barak, Shimon Peres...”, se lee en los títulos de presentación de Persona non grata, como si en lugar de algunos de los políticos claves de Medio Oriente se tratara del elenco de una de ficción. “...y Oliver Stone”, para finalizar: al realizador de Asesinos por naturaleza no le tiembla la mano, a la hora de ponerse a la altura de aquéllos. En verdad, lidiar con quienes rigen los destinos de la humanidad ha sido desde siempre una de las costumbres de Stone, como lo demuestra su roce con la más alta política de su país, en JFK y Nixon. Y como lo confirma Alexander, su monumental épica sobre Alejandro Magno, que se estrenará en noviembre próximo en el mundo entero. Fue justamente por causa del gigantismo de Alexander que Stone terminó filmando Persona non grata, con un pequeño equipo técnico y una camarita digital, mientras esperaba que se resolvieran los problemas de producción de su nuevo opus y al tiempo que buscaba locaciones para su rodaje.
Segundo documental al hilo luego de Comandante (“con la actuación de Fidel Castro y Oliver Stone”, pudo haberse leído en ese caso), el realizador aparece en cámara no sólo dialogando con todos aquellos (y también, brevemente, con un líder de Hamas y algo más largamente con los miembros de un grupo armado palestino) sino también en su carácter de protagonista de una quimera. O comedia de enredos. O versión mesooriental de Esperando a Godot. El Godot de Stone es Arafat, que a juzgar por su permanente estado de desaparición no parece demasiado dispuesto a dialogar con el cineasta estadounidense. Está bien que en determinado momento su ausencia se ve más que justificada: el equipo de rodaje pretende abordarlo justo cuando el ejército israelí tiene sitiado su cuartel general de Ak Muqataa, en Ramalá –es el año 2002– y corren versiones sobre su posible asesinato. Pero no hay más que confrontar la renuencia del líder palestino y la generosa aparición en cámara de los ex primeros ministros Netanyahu, Barak y Peres, para ver en esas diferencias de predisposición el reflejo de una historia mayor. ¿O acaso Estados Unidos no ha sido el máximo aliado histórico de Israel y Gran Satán del mundo árabe?
Armado tanto con las entrevistas realizadas por el propio Stone en el lugar como con fragmentos de noticieros televisivos, por momentos Persona non grata aparece, en su bombardeo de imágenes en pequeña escala, como prima chiquita de JFK. A la larga, no resulta tan desatinada la idea de presentar a los líderes de la zona como miembros de un elenco: no sólo el epigramático Shimon Peres y el huidizo Arafat llegan a adquirir contorno de personajes a lo largo de sus sesenta y pico de minutos. En esta línea, Ehud Barak –inventor del Muro de separación entre árabes e israelíes– aparece como un villano opaco, mientras Bibi Netanyahu, con su sentido del humor ligeramente ácido, bien podría ser su contracara brillante. “Habría que subirlo a un barco lleno de sandwiches y bebidas, y ponerlo a navegar mar afuera”, es su solución para lidiar con Arafat, a partir de la idea de que a Yasser le gusta la buena vida. Lo dicho: muchas lenguas, pocos oídos.

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