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Espectáculos|Lunes, 13 de septiembre de 2004
KAVAFIS, LOS TRES CIRCULOS DEL EXILIO, EN EL CETC

La memoria ritual del deseo

La pieza musical dirigida por Alfredo Arias reinventa la figura de Konstandinos Kavafis, el poeta atrapado por recuerdos de juventud.

Por Hilda Cabrera
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Kavafis es aquí un poeta erotizado y en cierta forma un mito.
La puesta podrá verse nuevamente mañana en el CETC, Viamonte 1184.
El actor que viste traje blanco y cubre su rostro con una máscara desciende los pocos peldaños de una escalinata trunca, avanzando hacia el centro de la escena con pasos cortos, amanerados, como una figura de music-hall. Su papel es también el del director que indicará a sus compañeros de equipo el lugar que cada cual deberá ocupar en las sucesivas escenas que se desarrollen en el CETC, un espacio siempre a medio terminar (desde el punto de vista edilicio), ubicado en un sótano del Teatro Colón. En ese sitio áspero y de catacumba, Alfredo Arias, el actor y director que aquí viste de blanco, reinventa la figura de Konstandinos Kavafis, el poeta que nació en Alejandría (Egipto) de padres griegos, vivió parte de su niñez y juventud en Inglaterra y Constantinopla y se enamoró de Grecia. De esta fascinación dejó testimonio en varios poemas. El más popularizado es el que dedicó a Itaca, símbolo literario de la ciudad a la que los Ulises del mundo intentan regresar, aun cuando la vuelta los desengañe. Tanto la actuación como la puesta de Arias en el CETC poseen su sello. Ese inicial y mesurado tono de music-hall que le imprime es sólo un detalle. Otro rasgo de este artista es la “travesura” escénica. Por ejemplo, la de trasmutarse rápidamente en un profesor que responde a los porqué de un alumno con una misma frase: “porque vienen los bárbaros”. Esta es la única secuencia en que el maestro Arias se desprende de la máscara, puesto que no se la quita siquiera después de finalizado el espectáculo, durante el saludo al público. Aún entonces mantiene el rol del demiurgo que trae a escena la figura de Kavafis tal como la ideó junto a René de Ceccatty, autores ambos de la dramaturgia. La elaboración espacial le pertenece, y en este punto “organiza” el escenario con buen arte. Lo acompañan la mezzosoprano Susana Moncayo von Hase y la soprano Ana Moraitis, el actor Luciano Castro, bailarines y músicos.
Kavafis es en esta puesta “un viejo solitario” atrapado por el recuerdo de los escarceos sentimentales de la juventud, la pasión homosexual que buscó saciar en “el hampa infame” y el convencimiento de que no podrá partir jamás. Según los estudiosos, Kavafis (1863-1933) “creó la ciudad en la poesía contemporánea” y no sólo para referirse a Itaca y otras ciudades del mundo heleno, o del bizantino y persa. Un poema que se transcribe en la puesta de Arias (uno de los muchos de los que se utilizan en la obra y son en su mayoría recitados en castellano y francés, en este caso con subtitulado electrónico) se inspira en Alejandría. Este es Velas, una reflexión sobre el tiempo pasado y el que vendrá: “... Los días del pasado son/ esas velas apagadas./ Las más cercanas todavía humeantes,/ las más lejanas encorvadas, frías,/derretidas”.
El poeta que desearía habitar una ciudad cosmopolita indaga en “el sentido de la historia”. Sobre esta faceta escribió el ensayista español José Angel Valente, calificándolo además de poeta de la historia, a la que concibe “como un mecanismo implacable en cuyos engranajes se inserta, con sentido o como contrasentido, el drama de la conciencia personal”. En la puesta de Arias éste y otros apuntes de reflexión sobre lo histórico son avasallados por aquél cuyo móvil es el deseo carnal. Como si lo paralizara alguna profunda insatisfacción, el viejo sentado a la mesa de un café (personaje de uno de los tres bloques en los que Arias estructuró su montaje en el CETC) padece “la experiencia de un cuerpo que se agota”. Entrampado en sus ensueños, revive las expectativas y los fracasos inherentes a toda relación erótica. Esa misma inquietud asalta al poeta que, encerrado en una habitación de mala muerte, multiplica su voluptuosidad al recordar lejanos amores. Los bailarines son los encargados de estampar esos y otros estadios del deseo. La coreografía diseñada por Diana Theocharidis y Pablo Fontdevila estiliza la concreción de los ardores clandestinos, como también el desorden de los pensamientos del poeta.
La máscara que utiliza Arias acentúa la atmósfera de rito de esta pieza musical que marca con fuerte trazo la memoria del deseo, el vagabundeo por las calles y los puertos en busca de esos cuerpos jóvenes que prometen placer. Kavafis es aquí un poeta erotizado, y en cierta forma un mito. La propuesta de Arias se asemeja a la de quien se considera “testigo intelectual” y al mismo tiempo emocionado del ostracismo de su personaje. Esta particularidad se traduce extrañamente en distanciamiento respecto del ser que se evoca. Distancia que el actor y director respeta, alternando movimiento e inmovilidad.
A fuerza de interioridad, la poesía de Kavafis se transforma en interrogante sobre aquello que la anima (el deseo). También sobre eso otro que la atormenta (acaso el rechazo) y lo que inoportunamente acecha: la desesperanza. Arias utiliza el contrapunto como recurso, y mezcla géneros y estilos diferentes. Un aporte valioso es la música de Arturo Annechino, compositor venezolano radicado en Italia. Su partitura es clásica y popular (por el tango y el jazz) y requiere una ejecución “extrovertida” que excluya la monotonía, aun cuando se base en melodías simples. En este punto, el Ensemble Suden logra la atmósfera adecuada.
De Kavafis se ha dicho que pertenece a esa clase de poetas que elaboran una estética donde lo pobre, e incluso lo mísero, puede ser objeto de belleza. Se lo destaca también por la creación de un mundo mítico y plural que conjuga razas, idiomas y religiones. Parte de esa simbiosis es la que Arias refleja en esta experimental puesta en el CETC. La palabra, como la música y la danza, se enlazan para expresar, además del desarraigo, los caracteres hipnóticos del deseo, que aquí late entre homosexuales y no entre heterosexuales. En Kavafis... todo sucede en el recuerdo, allí donde la vida quedó en suspenso. Tal vez por eso, Arias, como director, busca para cada personaje, un lugar de partida que le permita dar vida a un artista que expresó de modo peculiar lo violento, lo elemental y lo poético.

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