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Espectáculos|Martes, 16 de noviembre de 2004
ANARQUISTAS DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Imágenes bajo el signo ácrata

El ciclo que comienza hoy en la sala Lugones propone films producidos en la retaguardia por la industria colectivizada.

Por Horacio Bernades
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Carne de fieras (1936), con Marlène Grey: el amor libre.
En el frente se combatía; en la retaguardia se filmaba. Y nadie filmaba tanto como los anarquistas, que controlaban el sindicato de trabajadores del espectáculo. Esa era la realidad en España, desde el estallido de la Guerra Civil hasta un tiempo antes de su finalización, y desde hoy será posible ver en Buenos Aires parte de esa vasta producción de cortos, medios y largometrajes realizados bajo el paraguas de la CNT, entre 1936 y 1938. El cine anarquista durante la Guerra Civil Española: Imágenes de la retaguardia es el título del ciclo que a partir de hoy y hasta el domingo próximo tendrá lugar en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina (con colaboración de varias entidades españolas, entre ellas la Sección Audiovisuales de la CNT y la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo), el ciclo exhibirá un manojo de películas en todos esos formatos, que permitirán ver que para los anarquistas el cine no era sólo una vía de documentación y contrainformación, sino además –oh, sorpresa– una fuente de entretenimiento.
“Si la República produjo más cine que los nacionales, no es porque a éstos no les interesara controlar la producción de imágenes, sino por la sencilla razón de que las únicas ciudades que tenían cierto desarrollo industrial cinematográfico estaban en poder de los leales”, señala Angel Santos Garcés, integrante del comité de dirección del Festival de Huesca, que ha bajado hasta Buenos Aires para presentar el ciclo que tendrá lugar en la sala Lugones. Santos Garcés tuvo a su cargo la curaduría del ciclo Anarquistas: la revolución traicionada, que ese festival español presentó hace pocos meses, y del cual se desprende el ciclo actual de la Lugones. “En verdad, el desarrollo de la industria española del cine era todavía escaso en los años 30, bajo el gobierno de la República”, continúa Santos Garcés, mientras bebe un café helado, muy al gusto aragonés. “Sólo tres centros contaban con los medios para producir películas: Madrid, Barcelona y Valencia. Hasta la toma de Madrid por parte de los nacionales, los tres se hallaban bajo control republicano. Por lo cual, durante un período, todas las películas que se producen en España son del lado de los leales...”.
Como a su vez muchos medios de producción habían sido “socializados” por entonces (lo cual quiere decir que habían pasado a ser controlados por el sindicato de la actividad respectiva) y el Sindicato Unico de Espectáculos se hallaba bajo la órbita de la CNT (la central de trabajadores libertaria), casi no hubo durante el período producción cinematográfica que no tuviera signo ácrata. “Un centenar de películas se produjeron desde mediados del ‘36 hasta comienzos del ‘38, cuando la interna del bando republicano terminó con el triunfo de los comunistas y el consecuente desplazamiento de sus ‘enemigos jurados’, los anarquistas”, puntualiza Santos Garcés. “Lo curioso, lo distintivo de esa producción es que, a diferencia de los franquistas, que sólo producían documentales del frente de batalla –lo cual revelaba ya, de su parte, una clara tendencia militarista– los anarquistas filmaron también mucho en la retaguardia, documentando la vida civil y preocupándose por darle al cine una función pedagógica.”
Realizados casi sin excepción por cineastas y equipos sin formación previa (los profesionales estaban en el frente), algunos de esos films didácticos –perdidos, la mayoría de ellos– incluyen lecciones de higiene sexual. Lo cual resulta sumamente revolucionario en una España en la que el clero tenía aún mayor peso que hoy en día. Pero varias de las películas de ficción producidas por la CNT resultan también una sorpresa. No se trata sólo de que un melodrama de avería como Barrios bajos (1937) deslice una mirada claramente no condenatoria hacia ladrones y prostitutas (“compañeros”, al fin y al cabo) sino además de una idea del espectáculo y el entretenimiento que parece claramente opuesta a la del realismo socialista. “Curiosamente, durante aquel período hubo, de parte de los anarquistas, mayor permisividad para las producciones hollywoodenses de gran espectáculo que para los héroes del trabajo que el cine soviético se dedicaba a glorificar”, se asombra todavía Santos Garcés.
No sorprende entonces que los anarquistas hayan producido films en los que, a la manera de Hollywood, se introduce sin problema un espíritu festivo y, en más de un caso, números musicales. Es lo que ocurre en Nuestro culpable (1937), en la que un ladrón le roba su fortuna a un banquero para repartirla entre los vecinos del barrio, y entre una cosa y otra se las arreglan para zarzuelear un rato. O en ¡Nosotros somos así! (1936), protagonizada por niños que cantan y hablan en verso. Y que realizan sus propias asambleas políticas, faltaba más.

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