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Espectáculos|Sábado, 4 de diciembre de 2004
IVAN NOBLE, SU DISCO QUIEN SABE
DONDE Y EL DESAFIO DE BUSCAR UN LUGAR PROPIO

“En este rock hay jacobinismo de entrecasa”

El ex Caballero de la Quema dice que hacer su segundo disco fue una tarea en la que se sintió “más liviano”.

Por Cristian Vitale
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“Me impresiona cuando se apela a la patria para lograr complicidad inmediata con la gente.”
Iván Noble está sentado en un bar, de espaldas al zoológico, y no tarda más de dos copas de vino en resolver de qué va Nadie sabe dónde, su segundo disco solista, mientras improvisa bien entonados piropos de celular con su mujer Julieta Ortega. “Cuando lo empecé a componer me sentí más liviano que con el anterior”, compara. “A aquél lo querré siempre, porque fue el bautismo de una nueva piel, pero aún no me había sacado la cinta de luto de Caballeros.” Noble editó un disco “marca Noble” que fusiona baladas de sello inconfundible (Como el cangrejo, A soñar un rato) con canciones más eléctricas (La chica que nadie saca a bailar), una acertada versión de Ella, ella ya me olvidó, el tema que Leonardo Favio incluyó en su disco de 1969 –sí, el de Fuiste mía un verano– y una composición cuya letra apunta certera contra lo que considera como una especie de rock populista, si es que cabe –o existe– el término: Temporada de mamertos. “Con el disco anterior pensaba que tenía que hacer algo que no se pareciera a mi pasado, si no la gente iba a decir ‘para qué carajo te fuiste de Caballeros’. Había tensión entre las ganas de hacer lo que se me cantaba y un cálculo sobre qué me convenía, algo que no me pasó con éste” persiste, interesado en aislar ambos trabajos.
–¿Pero quedó conforme o no con Preguntas equivocadas?
–Pienso que es como una foto de un tipo que, después de 10 años de subirse arriba de un bafle a cantar, quiere sentarse en un sillón, descorchar un vino y escuchar canciones de otro tipo. Es como esos tipos que vienen de un matrimonio largo, se divorcian, se emborrachan y gritan “ahora quiero una pendeja con unas tetas así y la bruja que se vaya a cagar”. Es posible que eso tenga su chiste en el momento, pero después te acercás de nuevo a lo que te hace feliz. En ese momento estaba recién divorciado y nunca te quedás con la primera novia.
–¿Existe una “fórmula Noble”?
–Ojalá exista. Yo creo que debe ser como una mezcla de cosas que escucho y leo. Lo que sí me pasa es que en los demos y poemas que me llegan a la web noto cierta complicidad de la gente con mis vicios literarios. No sé.
–¿Por qué la idea de rescatar una canción de Leonardo Favio compuesta hace 35 años?
–Es que una vez me encerré con Julieta a mirar El dependiente, Nazareno Cruz y el lobo, Crónica de un niño solo y Juan Moreira y quedé fascinado.
Después empecé a revisar su disco en el auto y, cuando logré sacarme de encima la rara sensación que generan los arreglos musicales de la época, descubrí que sus temas condensan la idea de cómo tiene que ser una canción hermosa. Cuando escuché Ella ya me olvidó descubrí un poder de síntesis y una pasión impresionantes. Favio canta y hace cine en carne viva. Y a mí me gustaría ser así, más apasionado de lo que soy. Es una canción que me hubiese gustado componer a mí. La parte que dice “ella ya se olvidó / de aquellas caminatas junto a la costanera / del pibe que miraba...”. Es una escena de película suya, la cámara pasando y un pibito ahí. No es simple conseguir simpleza. A mí no me sale y me peleo conmigo por eso.
–¿A qué lo atribuye?
–Creo que a vicios de aspirante a escritor, que hacen que me fije en más detalles de los que debería. A veces tenés que decir amor y se acabó. “Ella ya me olvidó / y yo no pude olvidarla” es una frase que resume la historia del sufrimiento humano. Yo pensaba: si el olvido fuese simétrico no existiría el desamor, no habría sufrimiento. Es genial.
–¿Se enteró Favio?
–Sí. Una de las premisas fue tener su venia legalmente, podés ir a Sadaic y decir “grabé una canción de Favio”, firmar los papeles y listo. Pero me pareció importante que se enterara. Le mandé una carta y me respondió con otra cortita y afectiva: “Vaya nomás, y haga lo que tiene que hacer que está bueno”. El riesgo que sentí al grabarla fue que el rock, con los cantantes muy populares, tiene actitudes kitsch que me parecen irrespetuosas. Si vas a versionar a un tipo que no es de tu palo, lo tenés que hacer siempre y cuando te provoque admiración.
–No mencionó Sinfonía de un sentimiento entre las películas que vio con Julieta.
–La vi, pero no ese día.
–Entonces la pregunta es otra. ¿Por qué compuso igual Temporada de mamertos, que parece una canción crítica respecto de la corriente nacional y popular de los tiempos que corren?
–La historia de esa canción es más simple. Una vez leí una nota a un cantante de rock que no voy a nombrar y me pareció un mamerto. Creo que en el rock hay mucho camelo, mucho tribunero. Eso me molesta, porque me parece que pauperiza la cultura rock más de lo que está. ¿Qué estamos cantando?, ¿qué le estamos prometiendo a la gente?, ¿de qué nos estamos disfrazando?, ¿por qué dejamos las cuatro por cuatro a seis cuadras del estadio para que los pibes no nos vean? El rock se ha vuelto un negocio próspero para algunos y la prosperidad genera un instinto de conservación. A eso apunta la canción.
–Pero subyace también una mirada política cuando ironiza sobre los “new descamisados” o dice que “todos quieren ser el más Perón”.
–Es que me parece que algunos cantantes de rock se hacen los Perón, porque le prometen demasiado a la gente. Es complicado hablar de peronismo y más tratar de relacionarlo con el rock, pero la verdad es que me impresiona cuando se apela a la patria para lograr complicidad inmediata con la gente. En el Quilmes Rock, cuando tocaron Los Ratones, todo el mundo empezó “el que no salta es un inglés”. ¡Loco, que alguien avise que los Stones son ingleses! El rock sufre de un jacobinismo de entrecasa increíble: pensar que uno se sube a un escenario y comete un acto insolente diciendo “que se muera tal”, o destruyendo contratos en público, es una ingenuidad. El rock no le molesta más a nadie. Es más, el mensaje político le queda grande a cualquier cantante.
–¿A Cafrune también?
–No. Está bien, a Larralde, a Víctor Jara y al Gieco de Hombres de hierro tampoco. Pero tenés que tener una consistencia enorme detrás de lo que decís, si no se parece a nosotros hace 30 años repartiendo volantes del Frepu. Basta muchachos, hay que tener una mirada menos inocente, porque los pibes después creen que sos un héroe y que los traicionás porque te vas de una banda o metés un loop en una canción. La traición hay que reservarla para menesteres más sustanciosos. El legado del rock “no cambies nunca” es insostenible. Hace poco vi Cazadores de utopías y ahí sí aparece la verdadera traición. Pero es insólito entrar a una página web de algún grupo y ver que Vicentico, el Bahiano o yo somos traidores porque dejamos una banda. ¿Traidores de qué?... traidor era Galimberti.
–Es un ejemplo que grafica cómo cambió el sentido de pertenencia entre los jóvenes.
–Lo que pasa es que en los noventa el rock prosperó a partir del ritual de identificación. “Ese tipo me está cantando lo que quiero, se viste como yo y dice lo que yo quiero decir.” El tema es que el tipo, cuando prospera, ya no se parece más a vos y entonces tiene que sobreactuar una pertenencia que ya no tiene.
–¿Es autorreferencial lo que dice?
–En algún momento lo fue, pero creo que Los Caballeros desactivamos bastante rápido eso. Por eso no fuimos tan populares como otras bandas. Nosotros no cumplíamos con los mandatos del rock, porque cuando empezás a convertirte en una caricatura de lo que fuiste alguna vez, estás pidiendo que te voten de vuelta, que te compren el próximo disco.
–En Me tengo cansado manifiesta tedio sobre “esas canciones de re-mi-sol-fa”. ¿Por qué?
–Porque sólo sé doce acordes. Cuando me canso me digo “bueno, las grandes canciones tienen tres acordes, seguí buscándolos”. La música tiene dos vecindades peligrosas: una es la pereza y la otra es la pretensión, el hecho de cagar más alto que el culo, y si no sos Spinetta siempre cagás más alto que el culo. La suerte es que quienes hacemos canciones quizás hagamos mejores canciones dentro de diez años que ahora.
–¿Cree en la evolución del artista?
–Sí, aunque no tiene que ocurrir sí o sí. Me pasa con Lou Reed o con Los Beatles, me gustan más las canciones que hicieron cuando pasaron seis discos, que las primeras. Es una leyenda urbana eso de que el primer disco es el mejor. Si sos curioso la vida te va a dar chances. Tus canciones pueden tener más espesor dramático, porque la vida te pone así.
–Hay canciones en las que se revela como perfectible. ¿Lo reconoce como una cualidad?
–Es que a duras penas me considero un músico. Es cierto que vivo de la música, pero soy más bien un compositor de canciones. Músico es Javier Malosetti. A mí me da vergüenza decir que lo soy.

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