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Espectáculos|Martes, 7 de diciembre de 2004
ENTREVISTA AL ACTOR Y DIRECTOR PACO GIMENEZ

“Las crisis también pueden servir para desenmascarar”

El teatrista cordobés, que estrena dos obras en Buenos Aires, habla de rebeldías y cambalaches, referidos a la escena.

Por Hilda Cabrera
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Giménez estrena en el Cervantes y en El Portón de Sánchez.
Ni los títulos ni las obras del Teatro La Cochera, de Córdoba, resultan indiferentes. Su director Paco Giménez asombra con cada puesta. Esta vez trajo dos obras a Buenos Aires, ya estrenadas y “maduradas” en su Córdoba natal. Una es Intimatum (cambalache de la rebelión), que se verá hoy y mañana en la Sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815), y otra, Orto y ocaso, el viernes 10, sábado 11 y domingo 12, en El Portón de Sánchez. En ambas, el aporte de los intérpretes resulta esencial. El director es quien unifica arte y criterio en lo que denomina “territorio común”. La materia prima es “siempre rica”, puntualiza Giménez, en diálogo con Página/12. En la obra se disparan ciertas “irresponsabilidades” que el artista –dice– intenta coordinar “enlazando lo preexistente con la propia escritura”. Como en espectáculos anteriores, en Intimatum... se cuida el “universo escénico”. En Delincuentes comunes (1985) –pieza con la que el grupo Los Delincuentes inauguró la Sala La Cochera, donde el director daba sus clases–, la acción transcurría entre las paredes de una casa; en Uno (1987), la situación en conflicto era previa a una comida; en Enfermos del culo (1985), los personajes permanecían tumbados en camas; en Polvo de ladrillos (1995) ocupaban un bar, y en Por piernas y boca, el universo era el del poeta Federico García Lorca.
En Intimatum... participan actores y animales (no vivos sino de cartapesta) y el conjunto toma la forma de una instalación. Se supone que es un retrato de lo que quedó del “siglo XX cambalache”. ¿Pero qué cambalache? Allí conviven “personajes extraídos de la dramaturgia del siglo XX con cinco perros y un gato”, adelanta Giménez, quien además de coordinar La Cochera y a Los Delincuentes, dirige a otros grupos de Córdoba y Buenos Aires, entre éstos La Noche en Vela. Esos personajes arrancados de la literatura dramática son Nora (Casa de muñecas, de Henrik Ibsen), Liubov (El jardín de los cerezos, de Anton Chejov), Anna Fierling (Madre Coraje, de Bertolt Brecht), Irma (El balcón, de Jean Genet) y Dion-Billy (El gran dios Brown, de Eugene O’Neill). El grupo cordobés está compuesto por Bati Diebel, Alejandra Garabato, Galia Kohan, Estrella Rohrstock y Giovanni Quiroga.
–¿Por qué este gusto por las mezclas?
–Mi padre es aborigen del norte y mi madre, descendiente de españoles. Quizá por eso me atraen los cruces. Decidí incluir animales después de ver las esculturas en cartapesta que hace el marido de una de las actrices. Me interesó la “fricción” que podrían producir en escena. Tenía presente, además, un libro de Robert Burstein, El teatro de la rebelión, de 1962, donde se analiza la dramaturgia de Strindberg, Ibsen, Chejov, Brecht, O’Neill y Genet. Este autor los califica de rebeldes. Algunos textos de ese ensayo y fragmentos de las obras de esos dramaturgos pasaron al espectáculo como reflexiones de los personajes.
–¿Qué aportan los animales?
–Uno proyecta cosas en ellos, aun sabiendo que no puede dialogar. Me atraía que esos animales fueran de cartapesta para no usufructuar tanto la realidad, porque el teatro es artificio. Los animales están ahí, quietos. Pienso en mi perro, al que le hablo, aunque no me pueda responder. Me mira, y uno se comunica. Había terminado de leer un libro sobre el bestiario medieval, y descubrí que también allí encontraría coincidencias con el “bestiario” teatral.
–¿Qué significa aquí “cambalache”?
–Cambalache fue el siglo XX, con su mezcla de basura y maravilla; y cambalache es hoy la vida, como diría (Enrique Santos) Discépolo. Hace tiempo que vivimos arruinándolo todo y desoyendo el ultimátum de cambiar.
–¿Cómo es la rebeldía en ese contexto?
–En otra época parecía más fácil responder esa pregunta. Parecía que teníamos claro qué era ser rebelde, aun cuando el concepto que se utilizaba no fuera más que un rótulo. Hoy no se puede formular casi nada. Nosotros tampoco queremos cerrar el espectáculo ni ponerle “moños”. Quizás Intimatum... expresa la melancolía que algunos sentimos frente a la carencia de rebeldes. Algunos de los integrantes de Los Delincuentes adhieren a aquella idea “revoltosa” de los ’70, a la participación en la comunidad, pero ya no es como entonces.
–¿La rebeldía puede tomar la forma de un cambalache?
–No. Subtitulamos la obra “Cambalache de la rebelión”, pero la rebelión no es un cambalache sino una protesta que se da de diversas maneras. En este libro de Robert Burstein se habla de los rebeldes en el teatro: los rebeldes sociales, existenciales y mesiánicos. Ibsen sería un mesiánico para Burstein. Este autor lo encuadró así. Es su opinión, y no significa que yo la comparta. Tampoco nuestro grupo. Nos interesó como otro elemento más de investigación.
–¿Cuál es el formato del otro estreno en Buenos Aires?
–Orto y ocaso es un top show, y el tema es el de una Atenas en crisis. Tomamos la época posterior a Pericles (495-429 a.C.) y nos preguntamos qué hacer frente a una crisis. Platón da en La República una solución idealizada. Los mitos habían perdido valor y las argumentaciones eran más racionales. Viéndola en perspectiva, la palabra se había convertido en una epidemia. Asocié esto con lo que ocurrió en el país después de la crisis de diciembre del 2001, cuando los políticos sacaron a relucir la frase de que había que refundar la república. Mi hermano –que es un muy buen lector– me recordó los escritos de Platón y personajes como Pericles.
–¿Relacionó el top show con la refundación?
–La refundación de la que hablaban los políticos no se produjo nunca. Más bien estamos fundidos. Relacioné los top shows y sus burdas peleas con la crisis. Una de las mujeres de Pericles, Aspasia, que era culta y liberal, escandalizó por eso mismo a Atenas. Las crisis desenmascaran y eso tiene a veces como respuesta el empleo de “la mano dura”. Pasó también después de la muerte de Pericles.
–¿O sea que gobernantes y funcionarios no descubren nunca nada nuevo?
–Se repiten. A este top show de la obra llega el personaje Sócrates, que no es el verdadero sino el que retrató Platón en sus escritos. A este Sócrates no le queda otra salida que tomar la cicuta ante las cámaras. En ese momento, los actores invitan al público que lo desee a acompañar al filósofo en esa decisión.
–¿Cuál es el propósito?
–Que tengamos, aunque sea por un instante, la ilusión de morir por un ideal.

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