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Espectáculos|Miércoles, 19 de enero de 2005
ALICIA BRUZZO REESTRENA EN MAR DEL PLATA

Otra Shirley Valentine

En esta puesta de la obra de Willy Russell, la actriz no sólo asume la dirección: también le abre la puerta a su hija Manuela Serrano Bruzzo.

Por Cecilia Hopkins
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“El teatro me exige muchísimo”, señala Bruzzo.
Shirley es una mujer rutinaria que habla con la pared a falta de interlocutor. Siempre a disposición de la hija y el yerno, la señora Valentine terminó, con los años, olvidándose de sí misma. Pero cuando todo parece perdido para esta mujer madura y melancólica, una decisión la cambia de raíz. Esto sucede cuando se anima a emprender un sueño postergado y viaja a Grecia donde, finalmente, recupera el deseo de disfrutar de la vida. Este personaje, imaginado por el inglés Willy Russell en su obra Yo amo a Shirley Valentine –sobre la cual se basó la película homónima, dirigida por Lewis Gilbert y protagonizada por Pauline Collins– fue interpretado por Alicia Bruzzo a comienzos de 1991. Conducido por Agustín Alezzo, aquel espectáculo unipersonal le valió el premio Konex y el María Guerrero.
Catorce años más tarde, la obra acaba de reestrenarse en el Complejo Tío Curcio, de Mar del Plata, con funciones de viernes a domingo. Pero esta vez la propia actriz asumió la dirección: “Eliminé ciertos pasajes que me parecía que hacían morosa la obra y no aportaban a la narración de los hechos”, detalla Bruzzo a Página/12, aunque sabe que la modificación fundamental tal vez no sea ésa: en esta nueva puesta, su hija Manuela Serrano Bruzzo (también hija del director Raúl Serrano) debuta en escena, interpretando danzas griegas junto al bailarín cubano Alejandro Jiménez. “Lo hice para evitar un entreacto”, explica en relación con el número de la pareja, al tiempo que se muestra muy sorprendida por la cálida acogida del número coreografiado por Estela Chiotakis: “Manuela tiene 18 años recién cumplidos y siempre tuvo una expresividad poco común con su cuerpo”, destaca la madre. “El año próximo proyecta inscribirse en una escuela de comedia musical, además de profundizar ciertas disciplinas, como el canto”, completa.
–¿Por qué decidió reestrenar esta obra?
–Elijo mucho mis trabajos, sobre todo los de teatro: hice poco en los 34 años de carrera que llevo, pero todas y cada una de las obras fueron realmente aprobadas con la cabeza y el corazón. Yo amo... es una de mis preferidas: junto con Alezzo, quien fue mi maestro y en el momento del primer estreno, mi director, hicimos un profundo trabajo sobre el personaje. Y esto me permite aún hoy, después de 14 años, transitar la enorme riqueza de estados que vive el personaje con toda facilidad y hondura. Amé y amo la obra, tal vez porque trasciende la mera anécdota y habla de la posibilidad de cambio, de la opción de elegir la libertad, del coraje de vivir.
–¿Cuál es el motivo por el cual no ha hecho tanto teatro como cine o televisión?
–Es porque el teatro me exige muchísimo. Y si no estoy totalmente convencida de la obra, no tengo el coraje de actuarla todos los días, porque me daría vergüenza enfrentar al público, a quien respeto sobremanera.
–¿Existen puntos en común entre usted y el personaje que interpreta en Yo amo...?
–Un actor tiene que tener la posibilidad de crear y creer las circunstancias de su personaje, de imaginar y hacer propias las contradicciones del rol. Yo hice personajes muy disímiles: una mujer sumida en el alcohol, en la soledad y en una decadencia moral muy poco común (en la película Pasajeros de una pesadilla, sobre la familia Schocklender), una mujer tartamuda y con una autoestima bajísima que se dejaba manejar por su madre como la protagonista de la novela Pobre Clara, una esquizofrénica como la Mary Barnes de Viaje a través de la locura o una maestra rural y campechana en Alta en el cielo. Creo que un actor hace propio todo el mundo de sus personajes. Y el buen método indica que, una vez terminada la función, deja ese mundo en el camarín.
–¿Ha variado en algo la percepción de su personaje con este reestreno?
–Tengo sentimientos parecidos, tal vez hay un cierto humor que no fue buscado por mí sino que apareció naturalmente y que, creo, es producto de un cierto distanciamiento respecto de las circunstancias de Shirley. Pero es difícil explicar más: hay que venir a verla.
–¿Qué sucedió en esta puesta con el debut de su hija como bailarina?
–Para mí fue puro y rebosante orgullo y amor. Además me llevé una gran sorpresa. Obviamente pensé que al público le iba a gustar la inclusión de bailes griegos –lo hice para evitar un entreacto–, pero no soñé con el éxito rotundo que tienen Manuela y su compañero, el bailarín cubano Alejandro Jiménez. La gente disfruta muchísimo, hacen palmas y los aplauden de pie. Estoy feliz por ella y me conmueve que su debut en este difícil y hermoso camino del arte sea de mi mano.

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