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Espectáculos|Martes, 1 de marzo de 2005
WALTER LABORDE, EN BUENOS AIRES TANGO

“Soy un cantor de barrio, sé lo que pasa en la calle”

Fue integrante de la Orquesta Fernández Fierro, pero ahora se presenta como solista. Interpretó a Alberto Castillo en Luna de Avellaneda. Reivindica el rol del músico de tango.

Por Cristian Vitale
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Walter Laborde, el Chino para los amigos.
Walter Laborde, el Chino para los amigos, se para frente a una vidriera y se acomoda por enésima vez el pelo como si cuidara su estética al detalle. Pero lo que parece es sólo una pantalla. Este muchacho verborrágico y con pose de atorrante termina rebelando más bien una personalidad distante de la elegancia trivial. “Yo soy cantor de barrio, sé cómo se siente y se vive en los barrios. Una persona que nació en un piso 8 no sabe lo que pasa en la calle. Soy amigo de Guillermo Fernández, pero digo que él, al ser profesional desde los 6 años, nunca vivió un perdón, una esquina o la mugre de la cancha. Es Gardel, pero no pudo vivir todo lo que yo viví, ¿entendés?”, desata. Para más datos, reivindica con orgullo el hecho de haber jugado de marcador central en las divisiones inferiores de varios clubes del sur (Arsenal, Lanús, Independiente) y, aunque de suplente, llegó a la Primera de El Porvenir. “Vi tanta porquería en el fútbol que un día decidí alejarme, muy lastimado”, evoca. Tal vez por esa negación futbolera, Laborde abrazó el tango como si fuera un Enrique Campos moderno. Si bien lo mamó desde chico –“con mi abuelo, mi vieja y el asfalto de Sarandí”–, recién comenzó a cantar regularmente cuando el fútbol le cortó el rostro. Llegaron a su vida la Orquesta Fernández Fierro, las performances actorales en Discepolín y yo, El romance del Romeo y la Julieta y Luna de Avellaneda –donde imitó a Alberto Castillo–, y una actitud frente a la vida que lo enlaza con su pasado suburbano. “Una vez fuimos a un súper restaurante de Puerto Madero, pedimos un agua y nos trajeron un vasito para doce. ¿Decime si esto no es convivir con soretes? Los músicos no somos muñequitos, así que después no me vengas a palmear la espalda.”
Uno de los méritos más significativos de este personaje pintoresco, ex motoquero, fue haber participado de las seis ediciones del Buenos Aires Tango, costumbre que repetirá hoy como padrino, maestro de ceremonias –con gomina y moño– y solista. Su actividad central es a las 22 en el Torquato Tasso. “Pertenecer a una orquesta está muy bueno, te da más fuerza. Y cortarse solo es más difícil. Pero pienso que llega por decantación. Si bien los músicos no me dicen que llegó el momento de volar, como Troilo les decía a los suyos, creo que tengo que volar solo. Además, la Orquesta es una cooperativa de trabajo y si me tengo que ir no puedo chapear con que soy un ex Fernández Fierro”, se excusa.
–¿Cuál es su opinión acerca de los cantores de tango? Usted siempre apareció como uno más en la Orquesta.
–En los ’80 hubo mucha porquería, porque la historia la empezaron a manejar los cantores, que generalmente son figuras egocéntricas. Yo pienso que la música se hace primero con los músicos, y que después recién podemos empezar a cantar o a ponerle poesía, pero todo empieza por los músicos. Lo tengo muy claro, porque mi abuelo materno fue un músico aficionado y yo crecí en medio de tríos y cuartetos. Tengo más cultura de música en vivo que de discos, por ende mucha conciencia de lo que significa trabajar con músicos.
–¿Es complicado manejar el ego?
–Mirá, la orquesta figura como orquesta y ni siquiera se anuncia que tiene cantor... somos 12, cobramos todos lo mismo y está bárbaro. Pero la posibilidad de aparecer como solista se abrió sola y no puedo darle la espalda. Me genera otras posibilidades con las que puedo vocalizar o traer las melodías cantadas de tangos que quedaron en la nada como Tú, Galleguita o Viejo reloj de piedra.
–¿Y qué hay de diferente artísticamente entre ambos roles?
–En algún momento, la Fernández Fierro se puso traje y corbata, después nos dimos cuenta de que era mentira porque, como la orquesta suena de verdad, no es necesario vestirse de verdad. Muchas veces lo que no suena de verdad se aggiorna con lo demás, pero lo nuestro suena tan sincero que no es necesaria la pilcha. Mi faceta solista es otra cosa, llevo a los mismos guitarristas con los que toco en serenatas y fiestas privadas. Tiene otro perfil.
–¿Cuánto hay de rock en La Fernández Fierro?
–La imagen, la sangre caliente y el rompan todo contra las porquerías que venimos viendo hace muchos años. Yo creo que las nuevas generaciones, desde variadas expresiones artísticas, están intentando romper todo. De a poco se están rompiendo tableros. Cuando encaramos la cosa vestidos con rastas, piercings, zapatillas rotas y remeras punks, nadie entendía nada. Estamos volcando toda nuestra sangre acá, igual que todos los músicos tangueros de los ’20 y los ’30, que también eran jóvenes...
–¿Cómo convive su faceta de actor con la de cantante?
–Siempre quise ser actor, de chico siempre me sentí un actor frustrado, hasta que dio la casualidad de que en el 2001 se hizo un casting en el Teatro Roma de Avellaneda para hacer El Romeo y la Julieta, quedé y después entré en la ola de los actores que no son actores. Ahora llegó el momento en que necesito actuación y también canto, porque encontré una pared. Pero me dijeron que tengo que ser medido, porque cabe la posibilidad de quedar pegado a tu profesor. Pablo Echarri, que es de mi barrio, estudió con Lito Cruz y durante los primeros años fue un Lito Cruz. Para mantener tu personalidad es necesario ser antes que aprender.
–¿Y por qué la necesidad de aprender canto, entonces?
–No sé. En verdad, lo importante es sentir que la voz está; si sentís que la voz está, después no necesitás una gran artillería, basta con no desafinar y tratar de decir el texto como corresponde. El hecho de que Goyeneche haya sido operado en 1979 y a partir de ahí haya cantado sin voz, hizo pensar a muchos que no era necesario tener voz. Otros, al contrario, pensaron que había que poner toda la carne al asador. El tango tiene que ver con un decir cantado. Mi vieja me decía que había que masticar las letras, entender lo que se estaba diciendo.
–Naturalidad sobre impostación sería la fórmula.
–De hecho, yo no imposto bien. Lo único que logré aprender es a manejar el aire. Cuando canto en San Telmo parece que me mato, pero en realidad no... tengo la misma colocación de voz que los vendedores ambulantes.

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