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Espectáculos|Miércoles, 9 de marzo de 2005
ENTREVISTA AL NOVELISTA ESPAÑOL JAVIER MARIAS

“Las cosas más obvias son las que no tienen respuesta”

El gran novelista continúa escribiendo la que puede llegar a ser la novela más extensa de las letras hispánicas del siglo XXI, Tu rostro mañana. En la Argentina acaba de aparecer la segunda parte, Baile y sueño, mientras él ya está abocado a la tercera, a la que puede seguirle una más. Una intensa reflexión ficcional sobre la crueldad homeopática que azota a la gente del común en estos tiempos.

Por Silvina Friera
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Javier Marías ya es, en estos días, palabra mayor de la narrativa hispana.
De él se dice que es un “Proust posmoderno” de la literatura española. Javier Marías lanza una carcajada contagiosa cuando Página/12 le pregunta, en la entrevista telefónica, si la comparación le parece válida. “Es un elogio que me hace gracia –confiesa–. Supongo que se refieren a mis digresiones literarias, y en esto puedo conceder que soy proustiano, pero la verdad es que sólo leí los dos primeros libros de En busca del tiempo perdido.” Otro, en su lugar, hubiera optado por la corrección canónica, hubiera dicho que leyó la “biblia de la literatura contemporánea”, pero él prefiere provocar con su sinceridad. Sabe que no necesita mostrar los pergaminos y que esos dos libros fueron suficientes para que se le pegara algo del estilo de Proust. La comparación, además, le sienta bien por la empresa en la que se ha sumergido en los últimos años. Marías está escribiendo la novela que se transformará, probablemente, en la más extensa de las letras hispánicas del siglo XXI, Tu rostro mañana, que editará Alfaguara. Hace tres años publicó la primera parte, Fiebre y lanza, y acaba de salir en la Argentina la continuación, Baile y sueño. Y habrá una tercera, si el escritor español decide hacerla, y quien sabe una cuarta o quinta. ¿Y más? Por ahora es un desafío o una amenaza que, como viene la mano, parecería dispuesto a cumplir.
“Estoy instalado con comodidad en este mundo de ficción. Y hay escritores que han demostrado que la novela tiene una cualidad inconclusa. Nada muy determinante hubiera impedido que el Quijote siguiera viviendo, ¿no? Si algunas historias terminan es porque el autor se cansó o perdió el gusto por lo que estaba contando.” Lo cierto es que Jacques, Jaime, Iago o Jacobo Deza, el narrador-espía de Tu rostro mañana, sin duda el libro más ambicioso del escritor español, continúa suscitando un atractivo por partida doble: Marías está satisfecho con el mundo novelesco que construyó, y los lectores también. “La voy publicando por partes porque supongo que a quienes no le gustó la primera no se van a molestar en leer la segunda”, bromea el escritor, considerado por Roberto Bolaño “de lejos el mejor prosista español actual”. Deza es un ex profesor de la Universidad de Oxford, que regresa a Inglaterra contratado por un grupo que durante la Segunda Guerra Mundial creó el M16, el servicio secreto exterior británico. Su trabajo consiste en ser “intérprete de vidas y traductor de personas”, puede ver si serán leales o traidores.
¿Cuántos desearían tener cerca a un personaje con el don de anticipar cómo serán los rostros en el futuro? “El tema es que nunca sabemos a qué atenernos con las personas”, admite el escritor. “¿Cuántas veces habrás oído ‘esto es lo último que me imaginaba’ o ‘no me esperaba esto de ti’? O si piensas en Hitler, ahora, te preguntas, ¿cómo no veía la gente cómo era?” El narrador en cuestión no es ajeno a la obra de Marías: Deza aparecía, aunque sin nombre, en su novela Todas las Almas (1989). El primer volumen de Tu rostro mañana concluía con un enigma: ¿quién era la mujer que llamaba a la puerta de Deza en una noche de lluvia y con un perro? Habrá que avanzar unas cuantas páginas –a no desesperar– de Baile y sueño para que se despeje el misterio. “No era una situación de gran suspenso, nadie se ha quedado sin aliento por esta pequeña incógnita”, chancea Marías.
–Es significativo, en esta segunda parte, el tema de la violencia y el miedo, especialmente durante la Guerra Civil.
–Nací en el ’51, y a fines de los ’50 y en los ’60 escuché muchas cosas atroces que me contó mi padre sobre la Guerra Civil, que me parecían que habían sucedido hace siglos, que estaban sepultadas en un pasado remoto. Pero en realidad estaban ahí, en caliente, en carne viva porque sólo habían pasado unos diez o quince años. Siento una verdadera repugnancia por la crueldad a la que se pudo llegar en esa época: la humanidad se laha pasado ampliando el catálogo de horrores habidos que, tarde o temprano, salen a la superficie.
–La anécdota escuchada en el tranvía (ver textual), sobre una mujer que mató a un bebé estampándolo contra una pared, ¿es real?
–Sí, me la ha contado mi padre (el filósofo Julián Marías), que tiene más de noventa años y que fue víctima del franquismo: él, por ser republicano, fue delatado por su mejor amigo del bachillerato y estuvo detenido en la cárcel franquista.
–Su padre, en la novela, dice que no sabe qué fue peor: si escuchar ese relato o haber presenciado el hecho.
–El hecho, que mi padre escuchó, puede resultar más repugnante e insoportable si lo hubiera visto en el instante en que ocurría, pero también es cierto que con el tiempo es más fácil engañarse y convencerse de que eso no se vio, de que las cosas no sucedieron. En cambio, un relato es inconfundible; puedo contárselo cientos de veces porque las palabras son más inequívocas que los actos, especialmente las que uno oye.
–¿Hay un acostumbramiento a convivir con la violencia?
–Sí, y este acostumbramiento nos está haciendo perder de vista la idea de la violencia real. Quizá porque hemos visto demasiada, ya sea real o ficticia, se la termina tomando como algo irreal, que ocurre en la pantalla, en una imagen más o menos plana. Esta costumbre nos ha llevado a creer que la violencia es venial, cuando nunca lo es. Estoy seguro que si esas barbaridades que miramos cotidianamente con tranquilidad, con pasividad, sucedieran en nuestro cuarto, en nuestras casas, huiríamos despavoridos para ponernos a resguardo.
–Pero la violencia sigue estando; se la huele, aunque se la niegue.
–Y cómo se la huele; mira: basta con que alguien le dé un empellón a otro en la calle, o en un bar o en el metro, para que se arme un tumulto, aunque tú no intervengas. Pero, seguramente, sentirás un estremecimiento por la situación. La violencia que recreo en la novela es menor si la comparas con la que ves en el cine –borbotones de sangre por doquier, que se nota que son bolsas que se pinchan y estallan–, que por exagerada resulta divertida, apenas una acrobacia. Aunque la gente vea a menudo que se mata y crea que está mal, según quien lo haga no se inmuta en exceso.
–En el final de este volumen, el narrador intenta explicar por qué “no se puede ir por ahí matando gente”. ¿A qué atribuye las dificultades para argumentar respecto de una cuestión que es tan esencial?
–No se tienen respuestas para las cosas más obvias porque son las que damos por sentadas, y dejamos de pensar en ellas, incluso ni las cuestionamos y pueden pasar años sin que nadie le dedique una reflexión o un mísero pensamiento al acto de matar. Parece pueril plantearse por qué no se puede andar por ahí matando, pero lo paradójico es que ante esa pregunta sólo podemos reproducir las respuestas heredadas, trilladas, porque es un pecado, porque es un crimen, porque no debo hacerle a otro lo que no quiero que me hagan a mí...
–¿Está pensando la respuesta para la tercera parte?
–No será fácil (risas). Cuando escribo tengo una brújula, más o menos sé hacia dónde deseo ir, pero como no tengo mapa, nunca estoy seguro dónde me encontraré con un río, una montaña o un precipicio. No soy de los que saben la historia que va a escribir de cabo a rabo. Si supiera los detalles, probablemente me aburriría y dejaría de escribir. Me gusta ir comprendiendo a medida que escribo.
–¿Qué papel cumple el miedo?
–En nuestras sociedades, nada se contagia tanto como el miedo. En la novela me interesaba señalar las distintas clases de miedo con las que convivimos. Estos tiempos son los más puritanos y represores de los últimos sesenta años. Nunca se ha querido controlar tanto el lenguaje y por lo tanto el pensamiento.
A propósito de la violencia, Marías comenta una de las escenas más destacadas de Baile y sueño, cuando el jefe de Deza, Bertram Tupra, saca una espada para amedrentar a un insoportable agregado cultural español por una indiscreción. El lector se topará con las conocidas digresiones del escritor español, que eleva el tiempo a la categoría de personaje, intercalando en el relato reflexiones sobre lo extravagante que es, a comienzos del siglo XXI, tener una espada. “Sí, puede ser que el lector se impaciente, pero no lo hago para fastidiar. Quiero que mis dilaciones literarias tengan un interés en sí mismo, aun a riesgo de olvidar dónde estamos parados”, subraya Marías. “Tengo debilidad por ciertos escritores que, aunque no te importa nada lo que te cuentan, quieres que sigan porque todo tiene interés, como es el caso de Proust.”
–¿Por qué una espada, que es un arma tan anacrónica?
–Tengo la sensación de que me estoy volviendo anacrónico, debe ser la edad (risas). Si la escena causa pavor es porque la aparición de una espada en pleno siglo XXI provoca un miedo que no es convencional, como sí lo es el susto que puede generar una pistola, que tiene un número determinado de balas, o un cuchillo. Y en estos tiempos en que casi nadie lucha cuerpo a cuerpo, y en los que se busca la ocultación del que mata –se tiran bombas desde distancias inimaginables, como si cayeran del cielo–, la espada es el arma que da más miedo porque tiene la capacidad infinita de la repetición: si la empuñas, es porque la vas a usar inmediatamente.

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