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Espectáculos|Jueves, 14 de abril de 2005
“MASACRE EN LA CARCEL 13”

Una de cowboys con policías y gangsters

El film de Jean-François Richet adapta a John Carpenter, y de paso a Howard Hawks.

Por Luciano Monteagudo
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Ethan Hawke es Jake Roenick, un policía envuelto en un asedio a una comisaría, a los tiros limpios.
Desde que en 1959 Howard Hawks y John Wayne acuñaron para la posteridad ese western canónico que fue, y sigue siendo, Río Bravo, infinidad de variaciones se sucedieron sobre el mismo tema. Empezando por las del propio Hawks, que –de una manera equivalente a lo que hacía Picasso con sus retratos de Dora Maar– volvió a pintar a Wayne en una situación similar en El Dorado (1966) y en Río Lobo (1970). El punto de partida es siempre un poco el mismo: unos pocos hombres de ley defendiendo su pequeña fortificación en inferioridad de condiciones, ante un enemigo que los multiplica en número. En 1976, dos años antes de popularizarse como el realizador de Halloween, un desconocido llamado John Carpenter probó a su vez que era el epígono más fiel de Hawks con Asalto a la prisión 13, una relectura clase B de Río Bravo, que cambiaba la cárcel texana de 1880 por una estación de policía del sur de Los Angeles, atacada por una abstracta pandilla juvenil que parecía salida de La noche de los muertos vivos (1968), de George Romero, otra influencia determinante en el cine de Carpenter.
Y ahora el director francés Jean-François Richet, sin antecedentes conocidos a la vista, vuelve a rizar el rizo sobre la película de Carpenter y entrega una remake bastante inferior, pero aun así sorprendente en el panorama actual de Hollywood, donde salvo raras excepciones –como la reciente Celular, de David R. Ellis– el cine de acción de bajo presupuesto parece haber desaparecido sin dejar huellas. Asumida sin prejuicios como un producto clase B y rodada casi íntegramente en un único escenario (lo que fortalece su condición de huis-clos si no sartreano al menos carpenteriano), Masacre en la cárcel 13 se inicia cuando un supergangster de Detroit llamado Bishop (Laurence Fishburne) es detenido y está a punto de ser enviado a una prisión de máxima seguridad. Pero sucede que es la noche de Año Nuevo, afuera hay una tormenta de nieve brutal, las rutas están cortadas y ese obispo del crimen termina, junto con otros delincuentes de poca monta (entre ellos un junkie hispano a cargo de John Leguizamo), trasladado a una decrépita estación de policía en las afueras de la ciudad y a punto de ser demolida.
Esa fatídica comisaría 13 está a cargo de Jake Roenick (Ethan Hawke), un oficial de policía de pasado traumático, que resume en un único personaje características del film original de Hawks: por un lado, es dado a la bebida (y acá también a los barbitúricos) como el acomplejado personaje a cargo de Dean Martin; pero al mismo tiempo demostrará tener el coraje y la capacidad de mando del sheriff que encarnaba John Wayne. El old timer Walter Brennan transmuta en un policía a punto de retirarse, bastante menos colorido (Brian Dennehy), y para ocupar el lugar de Angie Dickinson el director necesitó recurrir no a una sino a dos mujeres (Maria Bello, Drea de Matteo), que terminarán empuñando las armas cuando arrecie el ataque exterior, supuestamente para liberar a Bishop, aunque las apariencias a veces engañan.
Para que todo no sea calcado de los modelos precedentes, hay algunas (pocas) vueltas de tuerca, pero en lo básico la película se ajusta a la estructura originaria. El casting de Ethan Hawke (en un papel que se le ofreció en primer lugar a Mark Wahlberg) parece un poco fuera de lugar para el delicado actor de Antes del atardecer, pero a cambio Fishburne aporta su tamaño y presencia al conjunto. La duración es excesiva, las explicaciones abundan (hay que justificar la caída de los teléfonos celulares, que no existían en 1880 ni en 1976), no faltan las improbabilidades (como ese misterioso bosque que aparece hacia el final, a unos metros de la comisaría), pero aun así esta Masacre en la cárcel 13 se defiende a la vieja usanza, a los tiros, con la exhumación de una manera de hacer cine que en Hollywood parece casi perdida.

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