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Espectáculos|Lunes, 18 de abril de 2005
LOS MULTIPLES PROYECTOS DE LITO CRUZ, ANTE EL REESTRENO DE “HUGHIE”, DE EUGENE O’NEILL

“Esta obra me mostró que podía volver a aprender”

El actor señala que esta nueva puesta de la pieza breve de O’Neill es un homenaje al actor, director y docente Carlos Gandolfo, con quien llevó a cabo una primera puesta que, al cabo, resultó reveladora para ambos.

Por Hilda Cabrera
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“Lo importante para los que estamos fuera de la política es tratar de sacarles algo útil para la sociedad.”
¿Por qué retomar Hughie, una pieza breve de Eugene O’Neill? El actor Lito Cruz, personificando a Eric, el solitario que retorna al hotel de mala muerte de una gran ciudad cuyo conserje fuera en otro tiempo un tal Hughie, dice querer homenajear al director, intérprete y maestro de actores Carlos Gandolfo, quien falleció meses atrás de cáncer. Esta pieza, que Cruz presentó en varias salas independientes y ahora repone junto a Walter Balzarini, con asistencia de dirección de Augusto Britez, en el Actor’s Studio (el teatro-taller de Matías Gandolfo y Dora Baret, en Corrientes 3565/71), es emblemática dentro de la extensa trayectoria de este artista que se desempeñó como funcionario (fue el primer director del Instituto Nacional del Teatro), se inició en la actuación en su natal Berisso, y más tarde en la dirección y la docencia.
Ocho años antes del estreno de Hughie, Gandolfo había optado por mantenerse apartado de la escena, aun cuando conservaba sus clases y realizaba puestas con sus alumnos. Eludía los primeros planos, pero se animó con Hughie y más tarde con las complejas Copenhague y En casa/En Kabul (las dos en el Teatro San Martín). Cruz cuenta que venció la resistencia del maestro señalándole que la obra de O’Neill planteaba, a su entender, un tema central, el del hombre que sintiéndose decaído encuentra refugio en la imaginación: “Eric arma su relato en una noche: fantasea de modo que se lo cree y logra que ese otro que lo escucha (el nuevo conserje, puesto que Hughie murió) también lo crea. Esa experiencia les proporciona felicidad. No importa que después se desvanezca. ¿Acaso no nos contamos cuentos para sentirnos más seguros?”, puntualiza Cruz. “Los actores creemos a veces ser los mejores, nos contamos ese cuentito, como en otro plano lo hacen ejecutivos, políticos, funcionarios o presidentes. Lo dramático para ellos y para nosotros es no admitir que estamos actuando, que practicamos un oficio o cumplimos una función dentro de la sociedad, pero que no somos eso que desempeñamos. Cuando un actor muere, muere como persona y no como actor.”
–¿Quiere decir que se confunde el ser con el hacer?
–Totalmente. Y eso aparece en Hughie. En un momento, mi personaje dice que si cada ser humano que se engaña a sí mismo debiera morir no quedaría uno vivo. Pero lo que creo que convenció a Gandolfo para estrenar esta obra fue mi confesión. Tengo cuarenta años de trabajo en el teatro y adquirí gran cantidad de conocimientos, pero también muchos vicios. Le dije que me sentía mecanizado, repetitivo y que quería limpiar eso. Me ilusionaba saber que todavía podía aprender. Y ahí no dudó más. Porque a él, como director, le pasaba algo semejante: apelaba a recursos que le daban buenos resultados, pero que al mismo tiempo le impedían descubrir nuevos caminos. Iniciamos el trabajo con esa premisa, tratando de que cada función fuera distinta, como el recital de un músico: la partitura y el instrumento pueden ser los mismos, pero la relación con la música, con el público y con él mismo es siempre diferente.
–¿Las giras cumplen en parte con ese deseo?
–Para mí es cumplir también con una función social. Ese era mi deseo cuando comencé en Berisso, haciendo teatro en el puerto, y mientras fui director del Instituto Nacional del Teatro. Y lo es todavía. Inicié trámites para que se declare de interés histórico a la calle Nueva York, de Berisso, para que no se destruya la ciudad. Las calles tienen los nombres de los puertos de donde partían los inmigrantes: yo vivía en la calle Hamburgo, entre Trieste y Ostende. Otras se denominan Industria, Progreso, Perseverancia..., simbolizando la esperanza de construirse un lugar en el mundo. Ahora, con la colaboración del Grupo Catalinas, que dirige Adhemar Bianchi, estamos dándole forma a un teatro comunitario.
–¿Cómo es su trabajo en la película del director teatral Augusto Fernandes?
–Es su ópera prima. El título es La mitad negada y se basa en “improvisaciones”: el guión se va escribiendo mientras se filma. Es una película muy ambiciosa y original, una interrogación sobre la mente humana, tan delicada que un pequeño “desequilibrio”, una mínima obsesión, puede adueñarse de ella y gobernar hasta la muerte. Ese desequilibrio adquiere una dimensión tan exagerada como los celos en un Otelo.
–¿Inciden aspectos sociales?
–Aquí aparecen los mundos de los modelos y de la prostitución, desarrollados en forma paralela a los de la arquitectura y las construcciones. Pero no es la única película de la que participo. En septiembre se inicia el rodaje de El árbol en llamas, dirigida por el cordobés Eugenio Zanetti, quien estuvo radicado en Estados Unidos y en 1995 ganó un Oscar por su escenografía en Restauration, de Michael Hoffman. El título está tomado de un poema de su padre, el poeta Juan Zanetti, que remite a una figura bíblica. La filmación se hará totalmente en Argentina. Hace cuarenta años que conozco a Eugenio. Con él trabajé en una puesta de Extraño juguete y en Están tocando nuestra canción. Me convocaron también para una película que se filmará en Puerto Iguazú, La soledad.
–Y a todo esto le añade más teatro y Botines, en televisión...
–Estoy preparando una obra en el Teatro del Pueblo sobre el encuentro de San Martín y Simón Bolívar en Guayaquil. Tengo otros proyectos, como el de dirigir a un elenco de chicos discapacitados con otros que no lo son. Hace un tiempo trabajé con un grupo de ciegos en Córdoba y soy padrino de un teatrito de discapacitados en Pergamino. Sé que son propuestas arriesgadas, pero me interesa que se vaya creando una estética diferente sobre lo bello y lo normal.
–¿Dónde se ubica políticamente?
–No pertenezco a ningún partido, y si me acerco a los políticos es porque quiero obtener apoyos para la cultura. Lo hice siempre para el teatro. Soy un convencido de que hay que crear leyes. Recuerdo la experiencia con la Ley Nacional del Teatro, que Menem, que parecía no estar en contra, después vetó. Logramos sacarla con mucha pelea de los teatristas y el apoyo de algunos funcionarios. Digo: los presidentes pasan, pero las leyes quedan. Una vez promulgadas, debemos exigir que se respeten. En la relación con un político o un funcionario hay que pensar de manera práctica. Sé que algunos me critican, pero eso no importa si el resultado es positivo. Los partidos políticos fracasan siempre en nuestro país: quizá no sus dirigentes, porque ellos siguen con lo suyo, pero sí las ideas que tratan de imponer. Lo importante para los que estamos fuera de ese mundo es tratar de sacarles algo útil para la sociedad. Yo trato de eliminar los rótulos. Cuando fui joven me quisieron afiliar al Partido Comunista porque estaba entre los que luchaban en contra del peronismo, pero me negué. Las creencias demasiado rígidas, tanto de derecha como de izquierda, llevan dentro el germen de la destrucción y de la autodestrucción. Como persona y como actor siempre tuve conciencia de que no debía perder la capacidad de razonar.

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