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Espectáculos|Viernes, 22 de abril de 2005
“MONOBLOC”, “THE TIME WE KILLED” Y “TEMPORADA DE PATOS”

Cómo filmar la claustrofobia

Filmado en un tono azafranado, el opus dos de Luis Ortega presenta un mundo extrañado, abstraído del real. Quedan sólo dos películas por ver antes de la deliberación del jurado.

Por Horacio Bernades
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Rita Cortese y Carolina Fal, dos de las mujeres de Monobloc.
Un predominio absoluto del continente americano muestra por estos días la competencia internacional del 7º Bafici, en momentos en que esa sección (y el festival todo) se acercan a su cierre. Monobloc, última de las tres películas argentinas en competencia, dejó en alto el nivel de las representantes locales, tras las presentaciones del documental Cándido López, los campos de batalla y la experimental Samoa. Junto con la nueva película de Luis Ortega, las otras dos que alinea la competencia internacional en estas jornadas son la mexicana Temporada de patos y The Time We Killed, único film estadounidense seleccionado para esta sección. La danesa Aftermath y el film chino Mongolian Ping Pong completarán, hoy, el lote de 16 películas que componen la muestra competitiva internacional. Después de eso, los jurados se encerrarán a deliberar, recoletos como cardenales. Hasta promulgar, en el día de mañana, el Habemus Winners con que todo festival llega a su fin.
Película de encierro en la que hasta los espacios abiertos se sienten como de estudio, Monobloc representa la reaparición de Luis Ortega luego de su opera prima, Caja negra. Basada en una idea de Carolina Fal y con guión coescrito por la propia Fal y el realizador, el segundo opus del hijo de Palito representa al mismo tiempo una continuidad y una marcada ruptura con respecto a la anterior. Con protagonismo exclusivamente femenino, en Monobloc Carolina Fal es la hija, Graciela Borges la mamá, Rita Cortese la madrina y la mamá (de Ortega), Evangelina Salazar, hace su reaparición cinematográfica desde vaya a saber qué oscura barbaridad dirigida por su marido. Lo primero que se ve en Monobloc es el cielo. Pero así como está resulta imposible identificarlo como tal, ya que tiene el color del durazno. La película entera de Ortega presenta un mundo absolutamente extrañado, abstraído del real, teatralizado se diría. Para lograr ese efecto resultan esenciales tanto la dirección de arte de Mercedes Alfonsín como el trabajo cromático del iluminador Luis Pastorino, que baña casi todas las escenas de tonalidades predominantemente azafranadas.
Los espacios de Monobloc son tan escuetos como los integrantes del elenco. Está el edificio del título –que parecería casi un telón, representando alguno de los edificios de Lugano 1 y 2–, un fantasmal parque de atracciones llamado Soñar Parc, algo de campo y un laboratorio blanquísimo, en el que Perla (Borges) es sometida a una terapia de purificación de la sangre. Como si la película entera fuera una suerte de antesala de la muerte, todo aparece sumido en una profunda tristeza, que sin embargo no les cierra la puerta a ciertos diálogos irresistiblemente absurdos. Con un permanente zumbido-Badalamenti de fondo, Monobloc puede ser vista como una Eraserhead en colores. Pero hay aquí también mucho del mundo –entre campero y funambulesco– de Leonardo Favio, a quien no por nada la película está dedicada. Más allá de las referencias, el segundo opus de Luis Ortega lo confirma como uno de los cineastas más singulares e irreductibles del cine argentino contemporáneo.
Igualmente singular, metida también en un mundo que no se parece al de afuera es The Time We Killed, opera prima de la realizadora neoyorquina (pero nacida en Sri Lanka) Jennifer Todd Reeves. Filmada en blanco y negro, en el 16 mm más contrastado y brumoso del mundo –y en algunas partes incluso en Súper 8–, en The Time We Killed el encierro es aún más absoluto que en Monobloc. Sucede que la protagonista es agorafóbica, por lo cual no sale de su departamentito de dos por dos, donde escribe un diario personal y ciertos poemas beat (de autoría de la propia actriz, Lisa Jarnot). La película entera parecería suceder dentro de la cabeza de Robyn, que además de agorafóbica es bisexual y podría haber sido abusada de pequeña. También como en Monobloc, hay en The Time We Killed un fuerte componente tanático: la chica a la que Robyn no puede olvidar murió de cáncer, y ella misma se tiró de un puente años atrás, como consecuencia de lo cual perdió la memoria.
Narrada por la protagonista con la entonación propia de alguien para quien hablar parecería representar un esfuerzo inalcanzable, sorpresivamente The Time We Killed se pone política, cuando de pronto Robyn enjuicia a los Estados Unidos post-11 de septiembre. A partir de ese momento, lo que parecía un caso de depresividad extrema se convierte en forma de disidencia, y todo el film se resignifica drásticamente. Curiosamente, la mexicana Temporada de patos, opera prima de Fernando Eimbcke, también transcurre casi toda en un departamento. Allí dos adolescentes reinan, en ausencia de sus padres. Comedia pop en blanco y negro, con presencia de una hormonal vecinita y un repartidor de pizzas que viene a ser el cómico de la película, Temporada de patos tiene su gracia. Pero se parece demasiado a una sitcom filmada por un joven cineasta independiente, admirador del poder de seducción de un Tarantino y con ganas de probar cómo quedan los planos fijos. Como cierto personaje de Salinger, a su realizador debería recomendársele que desconfíe de cierta tentación banal llamada ingenio.

Monobloc se verá hoy a las 17 y mañana a las 22.45 en el Hoyts 6. The Time We Killed, hoy a las 21.15 en la Alianza Francesa. Temporada de patos, hoy a las 18.15 en el cine América.

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