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Espectáculos|Miércoles, 27 de abril de 2005
SOBRE “FORNICAR Y MATAR”

Otro lugar para pensar el aborto

La filósofa Laura Klein habla sobre su último libro, que despertará polémicas.

Por Karina Micheletto
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“El aborto es trágico, pero puede no ser patético.”
“Este libro, como defensa de la legalización del aborto, es una calamidad: desactiva los argumentos para legalizar el aborto como derecho humano y repudia –no desautoriza– sus razones.” Así, sin vueltas, comienza Fornicar y matar. El problema del aborto, el ensayo de la filósofa Laura Klein presentado en la Feria del Libro el domingo pasado. Algunos enunciados que Klein puntea a lo largo de su libro: “Abortar es un acto de violencia”. “Abortar implica un derramamiento de sangre.” “El aborto es siempre una experiencia trágica.” “Todo aborto implica muerte.” No son afirmaciones que puedan escucharse en ninguno de los discursos pro-legalización del aborto. Más bien parecen frases sacadas del otro bando. Y, aun así, suenan extrañamente cercanas a la experiencia. Como si Klein viniera a recordarnos aquello que el discurso de la corrección política de los derechos humanos tuvo que borrar para poder levantar sus argumentos defensivos. “Mejor dejar refractar la maternidad que sangra en el aborto y asumir la parte maldita del embarazo”, propone la autora. Y lo suyo tiene que ver con actitudes provocadoras. Se acerca más a la honestidad intelectual. “Yo no quiero ganar una discusión”, dice Klein. “Quiero ganar un mundo.”
El problema del aborto, así encarado por Klein, no esconde su dimensión trágica y pone el acento allí donde no suelen reparar los especialistas en el tema: en la experiencia de cada mujer que aborta. Klein dedicó diez años a investigar los supuestos que sustentan las posiciones a favor y en contra de la legalización del aborto: los legales, los científicos, los de la bioética, los eclesiásticos. Allí descubre, por ejemplo, que la Iglesia no defendió la vida desde la concepción hasta 1869. No sólo eso: consideraba hereje a quien supusiera que el feto cobra alma antes de los tres meses en los varones y del mes y medio en las mujeres. Pero quizá donde más sacude certezas construidas es en su análisis de los discursos a favor de la legalización del aborto, todos fundados en la corrección política de los derechos humanos y en el imaginario contemporáneo de la exclusión de la angustia, la muerte y la violencia. Estos discursos, para Klein, parten de premisas falsas. “La mujer no es ‘libre de abortar’. La mujer que aborta está entre la espada y la pared. Decide voluntariamente, pero algo que no quiere hacer. Si fuera libre, no habría quedado embarazada contra su voluntad. Si tenemos un cuerpo, no somos libres. Si nos duele la rodilla no podemos ir a correr”, ejemplifica la filósofa.
En la tesis de Klein el problema del aborto se inserta materialmente en el sistema de producción capitalista. “En el aborto se juega el poder sobre la vida y la muerte, y esto entra en contradicción con un Estado que se arroga el monopolio de la violencia. Es por eso que está prohibido: porque el punto nodal de la democracia es que los particulares no pueden matar a otro de manera ilegítima. El derecho de huelga y el derecho al aborto, parar la producción y parar la reproducción, son dos poderes que el Estado soporta legalizar en determinados momentos para contener adentro del sistema aquello que amenaza destruirlo”, observa Klein.
–Usted sostiene que el aborto es un acto violento. ¿Qué reacciones provoca su tesis entre quienes defienden su legalización?
–De ciertos ámbitos donde el discurso del aborto como derecho humano es lo que le da existencia, identidad –y subsidios– hubo un silencio absoluto. Me llamó gente del pensamiento, pero ninguna feminista. Y muchas mujeres me dijeron que se sintieron aliviadas porque su experiencia fue escuchada. Claro que matás algo, si hay alguien que lo sabe es la mujer que aborta. Claro que es violento. La vida es violenta. Ahora aparece el cuco de la violencia, donde quedamos todos embretados en el discurso de los derechos humanos, que viene a obturar un enfrentamiento que antes estaba puesto de distintas maneras.
–Hay otra afirmación suya que los proabortistas jamás enunciarían: que en cada aborto hay algo que se mata. ¿Qué es, según usted?
–Definir al ser humano es ponerse afuera de lo simbólico. Pero nadie puede negar que hay un par de células que son humanas y que están vivas. ¿Eso es una persona? Según la ley no, es una persona por nacer, hasta que no se separe de la madre y nazca vivo no existe como persona. O sea que el aborto es un crimen sin víctimas. Se mata algo para que no llegue a ser. Toda mujer lo sabe: no es lo mismo que sacarse una muela. Pensemos la experiencia: Si acompañás a una amiga que va a abortar y está conflictuada, ¿vos la calmarías diciendo “no te preocupes, es sólo una célula”? El aborto es un acto trágico, pero puede no ser patético. Como nos acusan de matar algo inmediatamente lo rechazamos, para ganar la discusión. Pero en el medio les dejamos la verdad a los que nos acusan.
–¿Si no defender la legalización del aborto por los derechos humanos, entonces por qué?
–¿Por qué para nosotros o para hacer una estrategia jurídica?
–¿No pueden ir de la mano?
–No. La pregunta no es verdadera, no te estás preguntando por qué legalizar el aborto, ya hay una posición tomada. Las cosas que queremos no son deducciones lógicas: las queremos, después buscamos deducciones lógicas. Los derechos no se consiguen con un argumento. Entonces, depende de cada momento, cada lucha social, cada tradición. En Estados Unidos se legalizó por el derecho a la privacidad, en España se extendió el aborto terapéutico, en otros lugares fue por la libertad de la mujer. Pero buscar el argumento jurídico no es buscar la verdad última.

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