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Espectáculos|Viernes, 6 de mayo de 2005
ACTUA HERMETO PASCOAL

“El que no oye la calle se pierde”

El genial músico brasileño se presentará mañana y el domingo, sin acompañantes.

Por Diego Fischerman
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Hermeto Pascoal tocará mañana y el domingo en el Ateneo.
Apareció de la nada. No tenía que ver con el movimiento de la bossa nova ni con el tropicalismo. No estuvo entre los autores que vieron a Elis Regina como musa y compusieron para ella, sabiendo que ella los cantaría. Y apareció de manera explosiva. El tocaba el piano, o la flauta, y canturreaba al mismo tiempo. Lo podía acompañar un dúo de chanchos –en un tema de uno de sus mejores discos, Misa de esclavos–. Y también era posible, vaya a saberse a partir de qué azaroso descubrimiento, que Miles Davis lo llamara para participar en una grabación suya. Lo cierto es que Hermeto Pascoal tocaba teclados en Live-Evil, de Miles, y, al mismo tiempo, comenzaba una de las carreras musicales más atípicas, imprevisibles y seductoras que pudieran imaginarse.
El deslumbramiento de Davis ante su talento bien puede resumirse en lo que contestó cuando le preguntaron si en una nueva reencarnación sería músico. “Sería Hermeto Pascoal”, dijo taxativo el trompetista. El brasileño, nativo de Lagoa da Canoa, Alagoas, y próximo a cumplir 69 años (el 22 de junio), este fin de semana tocará nuevamente en Buenos Aires. El miércoles lo hizo en Montevideo y ayer estuvo en el Teatro Gral. San Martín de Córdoba; hoy estará en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, y mañana y el domingo actuará en el ND/Ateneo (Paraguay 918). Y, a diferencia de sus visitas anteriores, esta vez llegará solo y se dedicará, sobre todo, al piano (aunque nunca se sabe, sobre todo si hay alrededor algo con lo que pueda inventar un nuevo instrumento). “Cualquiera puede aprender a tocar un instrumento”, dice Hermeto a Página/12. “Pero el que no oye jamás será un músico; a lo sumo será un instrumentista con piloto automático.” Y en tren de señalar las virtudes necesarias para ser un músico, explica: “Uno puede decir ‘yo gusto mucho de ti’ o puede decir ‘te amo’, que es más corto y quiere decir mucho más. Ese era, por ejemplo, el secreto de Miles, como lo era de Pixinguinha, Piazzolla o Jobim. Qué duda cabe; trato también que sea mi propio secreto”.
El camino de Hermeto tal vez haya comenzado cuando sorprendió a sus padres, siendo muy pequeño, con la gaita da ponto –un pequeño acordeón típico del nordeste brasileño–. Y quizá haya significado una culminación el ser nombrado por Caetano Veloso en la letra de Extranjero como uno de los grandes de este mundo. Pero, según él, no hubo nada como tocar con Davis. “La libertad es algo que se impone a los sonidos. Los sonidos están, el hombre los toma y, de alguna manera, los aprisiona. Para que vivan debe saber, además, dejarlos volar. Y eso es lo que hacía Miles. No hacía esclavos a los sonidos sino que los traía consigo para enseñarles otros rumbos y luego los dejaba partir”, aventura. “Lo otro que debe saber un músico es escuchar la música de la calle. De allí sale lo que después estará en los discos y en los teatros. Si el músico no oye la música de la calle, se pierde.”
Con apenas unos pocos discos llegados a la Argentina –Misa de esclavos (1976) y Zabumbe-Bum-A, editados en su momento en formato LP por Warner, Lagoa da Canoa, Municipio de Arapiraca (1984), publicado por Melopea, y las canciones en que acompaña a Elis Regina en el notable álbum que recoge su actuación en el Festival de Montreux–, su relación con el público argentino se sustenta sobre todo en la transmisión boca a boca y en el recuerdo de sus actuaciones anteriores. Hay una, en particular, que para esa fidelísima multitud porteña capaz de seguirlo adonde vaya, ocupa el lugar de mito fundante. En 1987, Hermeto Pascoal tocó en el teatro Coliseo, pero ese fue apenas el comienzo. Los bises se sucedían unos a otros, el público quería más y Hermeto también. Los empleados del teatro decían que había que cerrar, pero la fiesta seguía. Hasta que el músico hizo lo único que podía hacerse y, a la vez, lo que nadie hubiera esperado. Bajó del escenario tocando y encabezó una procesión que acabó en la plaza de enfrente, con todo el público que antes había colmado el teatro bailando alrededor.
“Ya no haría lo mismo, porque ahora sería algo esperado. Si algo puede convertirse en costumbre, hay que evitarlo”, dice. Y asegura que “ahora empieza el momento en que lo aprendido rendirá sus frutos. Hasta ahora sólo me dediqué a mirar y escuchar lo que pasaba por ahí”. Nieto de un herrero e hijo de un agricultor, Hermeto Pascoal encontró un estilo en el rescate del Brasil más profundo y menos turístico; en aquel que no participó de la oleada de la bossa nova. Su mundo es el del nordeste, el del sertâo de Guimarâes Rosa, el del frevo, el forró y el maracatú. También, por supuesto, el del jazz. Pero eso significó un desdibujamiento de su lenguaje. “El jazz es un espacio de libertad”, afirma. “Si sirve, me muevo por allí y si no, no. No se trata de un estilo o de una manera de tocar sino de una serie de permisos. En el jazz hay permiso para improvisar y eso es bueno. Pero si llega a convertirse en esquematismo, hay que huir de allí. La creación tiene que ver con estar aprendiendo todo el tiempo y si se repite lo que ya se sabe, no se está aprendiendo nada de nada.”

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