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Espectáculos|Lunes, 9 de mayo de 2005
ENTREVISTA CON EL ESCRITOR ESPAÑOL LEON ARSENAL

Un rincón de fantasía épica

Invitado por la Fundación Ciudad de Arena, el autor presentó Máscaras de matar, libro con el que ganó el Premio Minotauro.

Por Angel Berlanga
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León Arsenal es madrileño y admirador de J.R.R. Tolkien.
El protagonista y narrador de Máscaras de matar, el libro con el que León Arsenal ganó el Premio Minotauro, se llama Corocota y viaja en una piragua por el río Riorío con su ciudad natal, Minacota, a la vista. Sus compañeros de viaje son Palo Vento y Cosal. Algún monstruo, se anuncia, podría salir del agua. En la orilla hay dragones tumbados, culebras y, también, se descubre, el Alto Juez Tucatuca, vestido con manto rojo, que hace señas inconfundibles de “vengan para acá”. Este Tucatuca, que parece ser medio hermano de rei Balzarcum, de Corgo, le pasa a Corocota una cabeza de bronce en miniatura de la bruja mestiza Tuga Tursa, o Tursa Tumbalobos, y eso emblematiza un encargo: hay que liquidarla. Así comienza la novela de este escritor madrileño –que antes fue marino mercante y piloto de buques petroleros– que se declara admirador de J.R.R. Tolkien y que postula al entretenimiento como tarea central de su libro, al que ubica dentro de la fantasía épica, con mucha “espada y brujería”. Arsenal imaginó una compleja sociedad en la que coexisten muchos grupos (y en la que aparecen muchísimos personajes) en pugna, o a punto de agarrarse, y eso le da material para encarar un relato de aventuras en Los Seis Dedos, región montañosa de una antigua civilización poblada de pandalumes, momgargas, lanzai copas, tugulumas, ogros, hombres-dioses, hombres-león, hombres-serpiente, hombres-otros animales, que usan bastante sus hachas, cuchillos, dagas y otros filos que pueden matar. Invitado por la Fundación Ciudad de Arena, este autor de 44 años presentó su libro en la Feria.
—Algún crítico ha dicho que su libro se desmarca de la fantasía épica tradicional. ¿En qué aspectos?
–Siento ser lapidario, pero la fantasía es un género de los menos fantasiosos que existen: por cada autor que hace una obra original hay trescientos que se dedican a copiar. Un escritor tiene que tratar de explorar caminos propios y no hacer mimetismo mercenario de los consagrados. Pretendí jugar con el idioma español, y no con nombres de resonancias galesas o celtas. Y sobre todo pretendí explorar un territorio muy querido para la novela histórica, que es mostrar otras mentalidades: no tiene sentido mostrar una civilización antigua regida por un pensamiento similar al nuestro.
–Para algunos autores la invención de un mundo es una forma de hablar de éste. ¿En su caso?
–Es posible, siempre es así. Depende de la intención del autor: en algunos es inconsciente, porque uno no puede sustraerse a sus filias y a sus fobias respecto del mundo real; en otros hay directamente una vocación abierta y consciente, como la de Orwell en Rebelión en la granja: cuando los sistemas políticos del siglo XX hayan sido olvidados, sus novelas seguirán siendo grandes. Hay distintos niveles de lectura, pero los novelistas nunca debemos sustraernos de que se escribe para el público, y que si no se lo entretiene todo lo demás no tiene sustento.
–¿Cuáles diría que son los temas centrales?
–Va a sonar raro, sobre todo tratándose de una novela de aventuras, pero en un mundo donde se predica tanto el individualismo mal entendido, esto de “yo me debo a mí mismo y nada más”, estos personajes se ciñen a la vieja usanza, pertenecen a sociedades primitivas y se sienten obligados para con ellas, al punto de llegar a sacrificarse por los estamentos a los que pertenecen. Esto es algo que las sociedades modernas tienden a demoler, pero ¿cómo no vas a deberle algo a la sociedad en la que vives, si bien o mal te ha criado? En otro sentido, por alguna razón la literatura tiende a desdeñar valores tales como la amistad, la palabra dada: los personajes han dejado de ser gente de bien y deben ser maleantes. Y existen ambos, y no tiene nada de malo ser gente de bien. Aveces es más duro ser precisamente un hombre de bien en un mundo donde no se respeta nada y todos miran qué pueden cargar en sus bolsillos.
—Borges escribió, en un prólogo a Crónicas marcianas, que hay unas pocas experiencias fundamentales y que es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo fantástico o a lo real. Y que Bradbury, en ese libro había puesto “sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad”. ¿Qué puso usted, suyo, en éste?
–Puse un poquito de mí: la capacidad de maravillarse del que viaja. La capacidad de maravillarse es intrínseca cuando somos niños, porque estamos descubriendo nuestro propio mundo, pero después se va perdiendo. Traté de transmitir lo que se siente ante la maravilla, ante la extrañeza que siente cualquiera que ha viajado a un mundo diferente y encuentra gente y culturas que no se parecen a las nuestras. Lo que dice Borges es bien cierto: un escritor es un escritor, siempre. Y los géneros son como cuartos dentro de la casa que es la literatura.

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