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Espectáculos|Viernes, 27 de mayo de 2005
EL AMOR, ABORDADO EN SUS
MULTIPLES REGISTROS POR TEATRISTAS JOVENES

Las esquirlas de un discurso amoroso

Lola Arias y Martín de Goycoechea, responsables de las obras Temporariamente agotado y Pequeñas torturas cotidianas, respectivamente, analizan de qué modo vuelve el tema a la escena.

Por Cecilia Hopkins
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Lola Arias y Martín de Goycoechea hablan teatralmente de la pareja sin caer en estereotipos.
El amor como territorio privativo de la juventud, el amor socavado por obra de las crisis económicas y el malvivir, el amor como rutina del displacer cotidiano y el amor en la enfermedad terminal, son algunos de los registros aparecidos en los últimos meses en obras de teatristas jóvenes (muchos de ellos no cumplieron los 30), quienes, en algunos casos, escriben, dirigen y actúan en sus respectivos espectáculos.
En Mabel y Edgardo –obra rosarina invitada al Centro Cultural de la Cooperación, dirigida por Marcelo Díaz–, los actores Claudia Cantero y Matías Martínez concretaron, en relación a este tema, uno de los primeros ejemplos del año. La pareja que protagonizaban intentaba poner en marcha un alocado plan para zafar del desastre económico. Pero el gesto distorsionado, el laconismo de los diálogos y algunos silencios de perturbador efecto traducían claramente que ambos soportaban desde hace rato una erosión provocada por agentes diversos. En verdad, la angustia que los partía al medio no solamente provenía de la idea de quedar atrapados para siempre bajo la línea de pobreza: alterados por la crisis, los efectos de la disminución del poder adquisitivo también habían producido estragos en el módico universo de afectos que la pareja supo construirse. Trabados en surreal contrapunto, los juegos de rol aparecían en la rutina matrimonial a modo de desquite o castigo.
Por su parte, interpretada por Horacio Marassi, Claudia Mac Auliffe y Gabriela Fassi Martínez, Ushuaia (obra de autoría y dirección de Horacio Banega, en Del Borde, Chile 630) muestra a una pareja que se enfrenta a su crisis en la necesidad imperiosa de volver al delito, impulsada por imperativos familiares, entre otras cuestiones. En Shangay (escrita, dirigida y actuada por José María Muscari) la crisis de la pareja aparece retratada en tono de comedia desaforada, sobre el fondo de una globalización cultural desintegradora. Allí, el fracaso del amor y el desencuentro sexual aparece ligado a la invasión cultural, en el desconcertante ámbito de un restaurante temático oriental.
En el caso de Temporariamente agotado, obra del francés Hubert Colás que Lola Arias acaba de estrenar en El portón de Sánchez (Bustamante 1034), luego de presentarla en la modalidad de semimontado en el marco del ciclo Tintas frescas, la intención de analizar la dinámica del amor y el deseo parece haber guiado su escritura. Cuatro personajes adolescentes (Inés Efrón, Julia Martínez Ignacio Rogers y Martín Policastro) intentan encontrar el objeto de su devoción en el otro, pero algo del orden de la voluntad y del azar se interpone. Haciendo contrapunto, un hombre y una mujer de mediana edad (María Inés Sancerni y Francisco García Faure) evocan con melancolía la época en la que intentaban comprender qué clase de vida deseaban y, en consonancia a la elección, a cuál de las formas posibles del amor adherir. El movimiento está muy presente en la puesta, lo cual se logra utilizando el escenario a modo de espacioso corredor: “En el teatro suelen aparecer lugares estancos, como la habitación o el living, y a mí me atraía presentar un lugar de tránsito constante porque tiene que ver con las idas y vueltas de los personajes que caminan, van en patines, en bicicleta”, aclara Arias en una entrevista con Página/12. Claro que este movimiento tiene un carácter metafórico, en la medida en que “se relaciona con el ánimo y los sentimientos que están estallando para un lado y otro: los personajes se persiguen, se hacen reclamos, van de aquí para allá formando lo que parecería ser la coreografía del sistema amoroso. Como si uno pudiera pensar que después de la pelea, viene el portazo, después el arrepentimiento, el momento de pedir perdón... y así, hay todo un sistema de movimientos que se repiten”.
Temporariamente... trabaja con la fuerza de lo azaroso. “Como si se tirasen los dados, el azar fija lo que pasa entre los personajes: según los números que salgan se dan los sentimientos, los encuentros y desencuentros fortuitos.” Pero este movimiento caprichoso de los sentimientos no es para siempre. Después de transcurrida cierta edad –y los personajes mayores lo saben–, las posibilidades de anudar una relación amorosa van diluyéndose cada vez más: “Los adultos pasaron por todo, pero el amor parece ser un territorio de la juventud y ellos están como si fueran espías, queriendo formar parte de ese universo”. Para Arias, la obra recuerda a ciertos pasajes de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes, en relación a la percepción del ser amado: “Durante el enamoramiento existe una cierta descomposición del cuerpo del otro, como si se hiciera una autopsia, porque la percepción que se tiene es fragmentaria. Tanto que un pequeño gesto puede hacer desmoronar en el otro todo el amor depositado en él”. Pasa lo mismo en el análisis de los signos que la persona amada emite, fuente de contradicciones, suposiciones y conjeturas: “Hay una atención obsesiva en la decodificación de los signos que da el otro para interpretar qué le pasa realmente en relación a uno mismo –analiza la directora–, una de las conclusiones posibles es que la indiferencia de alguien hacia otro puede indicar que hay amor, y esto está llevado a un extremo muy gracioso en la obra”.
Si en Temporariamente... el amor aparece reflejado en su inestabilidad, en permanente migración hacia otros rumbos, en Pequeñas torturas cotidianas (con dramaturgia y dirección de Martín de Goycoechea) no está presente ese nomadismo del enamoramiento, aunque sí el dolor en vertiginosa mutación. Así, dos parejas deciden continuar juntas aún a pesar del sufrimiento compartido. En ese plano se articulan las historias de un matrimonio con dos años de convivencia a cuestas (Soledad Cagnoni y el propio Goycoechea) y una pareja de mujeres, de las cuales una está enferma, a punto de morir (Luz María Quinn y Julieta Petruchi). “La narrativa que me atrapa tiene que ver con la danza”, afirma el director. La preferencia estética está a la vista en el rigor constructivo de Pequeñas... obra que puede verse en El Kafka (Lambaré 866). A Goycoechea (quien integra también el elenco de Open house, de Daniel Veronese) le interesaba retratar la cotidianidad de un vínculo en el cual ambos integrantes violentan y a la vez son violentados, al tiempo que se esfuerzan por estar bien uno junto al otro. Las historias remiten a un mundo cercano y pequeño, recreado por una narrativa enriquecida con el aporte del movimiento, la música y la imagen. “Es posible que la violencia sea generadora de soluciones, disparadora del deseo, tranquilizadora –analiza el director–. ¿Quién pone los parámetros sino los propios involucrados? Se dice que una relación es sana cuando existe el mutuo respeto, la contención, el compañerismo. Cuando la balanza no está equilibrada y cuando alguno de los dos se da cuenta de eso la relación se transforma en enferma. Un vínculo puede generar un mecanismo de violencia, en el cual se puede estar inmerso durante años, convertido casi en una adicción. Pero la idea nunca fue contar una historia de abuso unilateral: esto no es una denuncia, ni siquiera una opinión”, afirma.
La elección de los procedimientos fue crucial en la necesidad de escaparle al melodrama, sin exagerar y sin caer en la banalización. En la segunda historia, a partir de una experiencia personal del director, el espectáculo hace foco sobre una relación amorosa signada por la enfermedad terminal de una de sus integrantes. Allí, los límites del amor se tensan hasta el máximo sufrimiento. ¿Cómo contar desde ese lugar? Si bien la violencia no estructura la relación entre las dos mujeres, la recurrencia de situaciones de dolor generó múltiples preguntas durante el trabajo: “Es indescriptiblemente profundo el dolor que se siente al ver morir al amado. Pero, ¿qué es lo que siente el que muere al dejar al otro? ¿Cómo quiere hacerlo, qué quiere –o qué puede– decirle? Las contradicciones son inabarcables”. Interpretadas en delicado registro actoral, las escenas focalizadas en esta historia de despedida disparan otras preguntas: ¿Cómo consolar al que está por morir? ¿Se debe soportar todo aún sabiendo que la enfermedad vuelve muy violenta a la persona que la padece? Para Goycoechea, en esa situación “existe un momento en el cual la muerte pasa a ser eje. No se sabe si el otro, el que parte, es aun él, o ya es la enfermedad que padece, ni si es ésta la que habla por él, la que lastima. Pero de todos modos, aún en la enfermedad, se elige permanecer junto al ser amado y ése es el acto de amor más grande”, concluye.

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