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Espectáculos|Viernes, 17 de junio de 2005
LAURA YUSEM CELEBRA 50 AÑOS EN ESCENA CON “EL CASO VANIA”

“Chejov tiene una gran compasión”

La actriz y directora dice que en la puesta exhibe su parte más frágil.

Por Cecilia Hopkins
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El caso..., versión libre de Tío Vania, va los sábados a las 21.30 en el Patio de Actores.
Este año, la actriz y directora Laura Yusem cumple 50 años con la escena. Acaso a modo de festejo, acaba de dar a conocer el trabajo resultante de una beca a la creación otorgada por el Instituto Nacional del Teatro. Con dramaturgia propia, El caso Vania, versión libre de Tío Vania, de Chejov, puede verse en el Patio de Actores (Lerma 568), la sala que estrenó juntamente con Prometeo olvidado, otro trabajo de su autoría, sobre texto de Esquilo. El elenco está integrado por Georgina Rey, Matilde Campolongo, Jorge Sánchez Mon, Eugenio Soto y la propia autora y directora, tras una década sin actividad como intérprete (su última intervención como actriz fue en Cámara Gesell, del Periférico de Objetos). Yusem, quien debutó a los 15 años como bailarina en el Teatro Cervantes, en la compañía de Ana Itelman, afirma que en su trabajo la danza y el teatro se interrelacionan: “Nunca dejé el movimiento ni las nociones de energía y espacio”, analiza en la entrevista con Página/12. “Todo lo que aprendí como bailarina me sirvió muchísimo en mi trabajo de dirección, porque mis obras son muy corporales y coreográficas. Es por esto que nunca sentí que pasé de un campo a otro: para mí siempre existió una continuidad entre la danza y el teatro”, concluye.
Si bien tuvo muchos maestros (Fernández, Alezzo y Gené, entre otros), Yusem considera que la coreógrafa y bailarina Ana Itelman fue quien la educó integralmente: “A los 25 años, ella me formó en todo sentido: me enseñó el lenguaje de la danza contemporánea, y las leyes de espacio y dinámica vinculadas con cualquier forma de espectáculo. Hasta me marcaron sus valores morales vinculados al arte”. El primer acercamiento de Yusem a la obra de Chejov lo hizo a través de un texto de Griselda Gambaro (Apenas sin importancia) el cual incluía escenas de Tío Vania: “En sus obras hay una enorme compasión hacia esos personajes desahuciados, una mirada comprensiva que perdona”. En esta versión experimental, todos los actores asumen por turno al protagonista, además de interpretar sus respectivos roles. Por su parte, Yusem interviene en diferentes momentos del montaje para ejecutar acciones corporales en un rol que, más allá de referirse a los personajes y sus conflictos, ella define como autobiográfico.
–¿Qué la llevó a decidir su participación en la puesta desde un rol simbólico?
–No es un personaje simbólico sino autobiográfico, porque soy la directora de la obra en escena.
–Esta decisión de aparecer desde el rol de la dirección en la propia obra hace recordar al polaco Tadeusz Kantor...
–Sí, pero yo decidí hacer algo opuesto, porque él aparecía frente a sus actores como una figura lúcida y genial. Yo, en cambio, pretendo mostrar mi parte más frágil y endeble, más inocente, pero a veces más agresiva también. Estoy muy conforme con el resultado. Pero las razones por las cuales un espectáculo tiene éxito o no son un misterio. Rara vez, en lo profundo, la mirada del artista coincide con el público.
–¿Fue eso lo que sucedió en 1980 con su puesta de Boda Blanca, de Tadeusz Rozewicz?
–En ese entonces hacía diez años que yo estaba dirigiendo, pero esa experiencia fue, sin dudas, consagratoria. Creo que marcó un hito, más que por sus valores artísticos, por la época que estábamos viviendo: todavía faltaba un año para que se produjera el fenómeno de Teatro Abierto. Y el teatro siempre tiene que ver con el momento histórico. El día del estreno un espectador gritó desde la platea: “¡Con nosotros no van a poder!”. Me parece que fue un resplandor blanco en medio de la oscuridad, fue atreverse al desnudo, a hablar de una familia en disolución.
–Estrenó textos de Paco Urondo, Juan Gelman, Eduardo Pavlovsky, Griselda Gambaro. ¿Su modo de ver el teatro va unido a una forma de compromiso?
–Absolutamente. Yo creo en la necesidad de hacer fundamentalmente teatro argentino. Mi línea es ésa, aunque también haga clásicos. Dirigí textos de Oscar Viale, Mauricio Kartum, Roberto Cossa, Ricardo Monti, Roberto Perinelli. Yo fui la directora que más puso obras de Gambaro. No sé si la que mejor los hizo... (Risas.)
–A propósito de esta autora, en estos días usted está ensayando La malasangre. ¿Se trata de una puesta diferente a la que dio a conocer en 1982?
–No, solamente ha cambiado el elenco (estará integrado por Carolina Fal, Joaquín Furriel, Lorenzo Quinteros, Catalina Speroni, Luis Ziembroski y Leonardo Sagesse) y la época. En el año de su estreno, la obra quedó enmascarada durante la época de Rosas, porque no se podía hablar todavía de la dictadura que nosotros estábamos viviendo. Fue una obra muy combativa para su momento y todos estábamos convencidos de que estábamos diciendo algo muy importante acerca de lo que transitábamos. Ahora estamos en democracia y habrá que ver qué lectura encuentra el público hoy.

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