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Espectáculos|Miércoles, 20 de julio de 2005
ENTREVISTA A NORMA PONS, QUE ESTRENO
“VOLVIO UNA NOCHE” EN ANDAMIO 90

“Estoy feliz de trabajar en este teatro”

Su relación con Alejandra Boero es una de las que la reconfortan, dice la actriz que supo ser vedette y comediante, y que ahora protagoniza esta pieza de Eduardo Rovner.

Por Hilda Cabrera
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“En este trabajo, trato de encontrar respuestas a mis inquietudes sobre qué es una mamá, algo que yo no experimenté.”
Cuenta que se maquilla y peina a su gusto para el personaje que compone en televisión y se descubre feliz y asustada interpretando a Fanny, la madre judía de Volvió una noche, que apunta a enamorar a los más jóvenes, a ese público que poco o nada sabe de su trayectoria en el teatro de revistas y su destacado paso de una década atrás por el “teatro serio”. Su trabajo en Cocinando con Elisa y La mujer invisible es ejemplo de esto. Norma Pons cuenta y monologa convirtiendo las palabras en elementos de un torbellino. Se escapa pero de algún modo trenza en esa espiral de hechos y emociones a la vez simples y complejos. Esos jóvenes que desea conquistar acaso tengan la edad de sus sobrinos, a los que ama: “Necesito querer y que me quieran, que me permitan acercarme y tomar un café con ellos”. Cree saber el porqué de esa urgencia: “Acaso porque me siento una observadora de ese nuevo lugar que ocupan”, apunta. No se considera testigo de un lugar arrebatado, pero sí invadido por individuos consumistas, incapaces de advertir “que la historia va por otro lado”. Relaciona ese otro camino con el compromiso personal: “La responsabilidad frente al trabajo es siempre la misma, haga un divertimento como Vengo por el aviso, de Marc Camoletti, o Volvió una noche, de Eduardo Rovner”. Es justamente su protagónico de Fanny en esta última pieza, estrenada ahora en la sala Andamio 90 (Paraná 660) con dirección de Alejandro Samek, el que le pide neutralizar aquello que considera una particularidad en ella: el gesto extrovertido y el porte y la pisada firme. En esta historia del hijo que por su carácter y los avatares de la vida no cumple con los mandatos maternos la acompañan Daniel Marcove, Luciana Dulitzky, Daniel Goglino, Víctor Notaro, Elita Aizenberg, Mario Labardén, Martín Coria y Mario Alarcón. “Fanny me pide otra apostura. Es una idishe mame aunque yo la veo parecida a cualquier otra mamá, y mi composición parte de esta otra mirada”, aclara.
–¿Cuáles serían entonces los límites?
–Esta mamá viene de un lugar donde una imagina que no se necesitan grandes gestos. Debo armarme entonces de “una presencia” que no sé cómo es. Me pregunto si he colmado las expectativas del director. En los últimos ensayos Alejandro me puso una nota alta, porque nos gustaba jugar a las calificaciones para evaluar el trabajo. Sé que debía hallarle cadencia al personaje y dejar que fluyera, como si ese retorno a la vida fuera música.
–¿Aun cuando Fanny se muestre tan exigente? Finalmente, ella abandona por un tiempo su tumba con el ánimo de controlar al hijo que está a punto de casarse con una goie, una no judía, y además no es médico ni violinista de música clásica, como esperaba que fuera, sino pedicuro y músico en una orquesta de tango.
–Pero esta Fanny tiene música. No sé si porque es el personaje de un autor argentino que siento muy cercano, como Rovner. Con otros autores siento algo parecido y me gustaría que me convocaran para sus obras. Esta felicidad me trae otra: poder trabajar en la sala de Alejandra Boero. Recuerdo que el día de la inauguración de este espacio pude ver a Alejandra, María Rosa Gallo y Alfredo Alcón saliendo a la calle juntos y me dije que alguna vez yo estaría acá. Creo que conquisté a Alejandra cuando actué en Cocinando con Elisa, en el Teatro del Pueblo. Ella venía a verme una vez cada dos semanas. Días pasados estuvo en un ensayo de Volvió... y me dio fuerzas. Me dijo que estaba contenta de verme en su teatro, y que disfrutara y fuera feliz.
–¿Por qué dice asustarse? Le fue muy bien en La mujer invisible, de Sonia Gómez Paratcha, junto a Inda Ledesma y con China Zorrilla en la dirección, y también en Cocinando con Elisa, de Lucía Laragione.
–Gané dos premios y con la segunda estuve nominada a unos cuantos. Siento temor aunque sé que mis compañeros y el público me tienen respeto. Llevo años en la profesión y de lo que estoy segura es de haber mantenido una ética. Quizá mis miedos se deben a que necesito mimos. En Volvió... es para mí un logro mantener el acento característico de mi personaje desde el comienzo hasta el final. En este trabajo, trato de encontrar respuestas a mis inquietudes sobre qué es una mamá, algo que yo no experimenté. No tengo hijos, soy una solterona, pero sí soy tía y creo tener “entrada” con mis sobrinos, un hijo y una hija de Mimí Pons. Siento gran ternura por ellos.
–¿Cómo es esta convivencia suya de hoy con la televisión y el teatro?
–Trato de aportar lo mejor de mí. Sé que nada es gratuito: hacerme conocer ahora en Pol-ka por ejemplo, y que me acepten. Esa convivencia es ardua, pero la compensación viene del afecto que una recibe en uno y otro lado. Me creo actriz de vocación, empecé siendo adolescente en los radioteatros de Rosario, mi ciudad, y después en shows y musicales de Buenos Aires, en el teatro de revistas junto a mi hermana Mimí, y en ciclos de humor en televisión (su trabajo con Antonio Gasalla) y en algunas películas (obtuvo el Cóndor de Plata por su papel de Carmen en Sotto voce, de Mario Levin). Cuando en 1987 hice Fiebre de heno, de Noel Coward, con Lautaro Murúa y dirigida por China, algunos se preguntaron cómo me las arreglaría para hacer de dama inglesa. Y salió bien. Uno de mis mayores deseos es protagonizar Filomena Marturano, de Eduardo De Filippo, y La rosa tatuada, de Tennessee Williams, con Luis Brandoni y en clave de comedia. Luis es un gran actor, “amén de su cosa política”.
–¿Siente rechazo por la política?
–No, pero cuando recibí alguna propuesta contesté que yo no estaba preparada para eso. ¿Por qué voy a engañar a la gente? Tampoco me preparé para la docencia y por eso no me atrevo siquiera a dar una clase. Si entrara al Congreso tendría amigos y mi jubilación sería seguramente mayor de la que voy a obtener por mi agremiación a Actores, pero yo no entro en esas cosas. Cuando trabajaba en Cocinando con Elisa, en el Teatro del Pueblo, nos reuníamos con el director de la obra (Villanueva Cosse), con Roberto Cossa, Rovner y otra gente, y hablábamos de política. Aprendí mucho. Ahora soy feliz con este papel de Fanny para el que me convocó el mismo Rovner. El me dijo que quería una mamá judía alta, flaca y divina.

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