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Espectáculos|Domingo, 24 de julio de 2005
ENTREVISTA CON LA AUTORA BRASILEÑA NELIDA PIÑON

“No me gusta que digan que soy una escritora difícil”

La reciente ganadora del Premio Príncipe de Asturias defiende los cruces culturales:
“No se puede vivir en el mundo si no se es mestizo”.

Por Silvina Friera
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Piñon fue la primera mujer del mundo en presidir, entre 1996 y 1997, una academia de letras, la brasileña.
La voz de Nélida Piñon conserva el tono de la niña que fue: suena vigorosa y por momentos chispeante. “Tengo miedo de que se me agote el repertorio de emociones, pero estoy lista para comprarlas en cheque porque no puedo vivir sin ellas”, confiesa la gran escritora y académica brasileña, reciente ganadora del Premio Príncipe de Asturias de las Letras. “Jamás pensé en dejar la literatura, ella sí que tiene que hacer el esfuerzo para abandonarme, aunque creo que no cometerá ese suicidio”, bromea en la entrevista telefónica con Página/12. “Mis amigos dicen que soy muy divertida, yo me río mucho porque me siento muy cervantina. Si uno no tiene el sentido del ridículo y nace en la arrogancia, está perdido para siempre. ¿Verdad que sí? Incluso el ridículo es generoso porque perdona por antelación nuestros equívocos y tonterías sociales.” La autora de La república de los sueños (Alfaguara), su obra maestra, fue la primera mujer del mundo en presidir, entre 1996 y 1997, una academia de letras, la brasileña, a la que pertenece desde 1989. Su última novela, Voces del desierto, se publicará en España en octubre, y Piñon se alegra de que a fin de año se edite en Buenos Aires. “Admiro la visión intelectual de los argentinos, que son magníficos lectores. Lo pude comprobar por la literatura que hacen, por las librerías que tienen. Argentina fue siempre punta de lanza para la vida cultural de Latinoamérica.”
–¿Por qué muchos críticos han dicho que su literatura era compleja?
–No me gusta que digan que soy difícil; cómo puedo aceptar una clasificación que me aleja de mis lectores como si yo fuera un objeto imposible. Sólo pido y quiero que me lean. Los grandes autores, y no me estoy incluyendo entre ellos, abarcan todas las perspectivas humanas, todas las instancias. No hay obra importante que no sea simple. Una puede escribir en un lenguaje aparentemente simple, pero en sus intersticios hay una gran complejidad. No inventé la ambigüedad humana, soy heredera de nuestra complejidad. Es una actitud sectaria decir que un autor o una autora es difícil. ¿Yo soy difícil? No, yo soy muy fácil. Mi primera novela, de 1961, era un texto que fue considerado complejo, pero eso no me puede perseguir siempre, como si yo escribiera para los helenistas.
–¿Cómo juegan las influencias de su formación en su obra?
–Soy definitivamente una mujer que tengo la cultura brasileña y la cultura hispánica, pero además de todo eso, mi formación intelectual es muy variada, muy intensa, y creo que no se puede vivir en el mundo si no se es mestizo; hay que estar a gusto con todas las manifestaciones de nuestra civilización. Soy una discípula de Homero como si él hablara conmigo. Y no siendo así me faltaría algo, no podría tener el mismo espíritu si no tuviera una educación universal. Esto me parece fundamental, no solamente para un escritor sino para un ser humano que proviene de vertientes complejas, ambiguas y fecundas. Soy una gran enamorada de los griegos arcaicos y antiguos, y creo que el mestizaje supera las diferencias. Una cultura es insuficiente: uno tendría que navegar por todas las aguas, por todas las imaginaciones.
–En La república de los sueños hay una frase que dice: “Desconfíe de las palabras, tanto afirman como desdicen”. ¿Sigue manteniendo este punto de vista que defendía desde la ficción?
–Claro, lo escribí porque conozco los efectos de las palabras. No he cambiado mi punto de vista, pero soy una defensora de las maravillas que se hacen con las palabras, aunque éstas no sean inocentes; más bien son mortíferas. Estamos atados a la excelencia y a la inteligencia verbal. El lenguaje es el invento más extraordinario de la mente, aunque sea ambiguo. El universo poético del verbo es de una libertad extraordinaria: yo puedo leer una frase y creer que estoy a favor de algo, pero usted puede leer la misma frase y considerarla en un sentido contrario. Las palabras nos matan y nos salvan, no podemos vivir sin ellas.
–¿De qué la ha salvado la literatura?
–No renunciaría a ser escritora por ningún poder de la Tierra, para mí fue una opción definitiva en mi vida. No sé vivir sin esa mirada que trata de ser un palimpsesto. Estoy viva en la medida en que interpreto el mundo a partir de mi mirada de escritora, por eso digo que soy escritora las 24 horas del día, porque ya no sé más qué es dejar de ser una escritora.
–¿Y no se cansa de funcionar de esa manera?
–No, porque no significa que esté escribiendo siempre. No creo que se pueda apartar al artista del ser humano: son una misma coincidencia, el mismo corazón, el mismo impulso salvaje, todo junto. Lo contrario sería una ficción, una esquizofrenia.
–Muchas veces sucede que hay un divorcio entre los escritores y los académicos. ¿Cómo conviven la escritora con la integrante de la Academia Brasileña de Letras?
–La Academia Brasileña de Letras es la institución cultural más importante de Brasil, fundada entre otros por Machado de Assis. La mejor producción de Brasil estuvo y sigue estando en la Academia. No creo que sea incompatible mi literatura, mis actuaciones políticas y sociales con el hecho de que yo esté en la Academia. Me siento honrada de pertenecer a una Academia que jamás me asfixió; al contrario, me ayudó a prolongar mis horizontes. Es una casa de la memoria, de una memoria extraordinaria, la mejor que tenemos en Brasil, empezando por Machado de Assis, que a mi juicio es el primer gran maestro de la narrativa latinoamericana.
–¿Por eso reescribió uno de los cuentos de Machado de Assis, Misa de gallo en su libro de relatos El calor de las cosas?
–¡Ah!, ¿sabe lo que pasa? Soy una enamorada de Machado de Assis. Hay una frase que siempre repito: “Si Machado de Assis existió, Brasil es posible”. No tenemos derecho al fracaso con ese genio que hemos tenido.
–¿Qué papel cumple la memoria en su obra?
–Además de todo lo que uno sabe, lo que tiene, archiva, protege y salva, la memoria se deshace en el propio conocimiento; hay en ella un impulso para inventar lo que ingresó en su stock imaginativo. Y aunque no pueda ser fiel a lo que recién entró en su estantería, tiene que convivir con un material excesivo. La memoria no tiene que filtrar porque la vida no filtra, ¿verdad?, es de un claroscuro. La memoria es nuestro depósito esencial; no puedo inventar metáforas porque todas mis invenciones son respaldadas por mis tradiciones literarias y existenciales.
–¿Pero qué ocurre con la memoria en un continente como América latina?
–Quizá por delicadeza, lo que me está planteando es ¿cómo se puede inventar en un continente donde la memoria es escasa? Tenemos la memoria de lo que aparentemente es inaugural, fundacional. Nuestros países siempre están postergando para un futuro que no sabemos dónde está aquel que sería nuestro derecho de hoy, transferimos un presente que terminamos por no vivirlo. Vamos asfixiando nuestra noción de presente, de pasado y de futuro, y todo esto conlleva a una mezcla y a una falsedad ideológica: vivimos en un territorio que sofoca las pequeñas utopías cotidianas.
–¿De qué trata su nueva novela, Voces del desierto?
–Es una novela que se preocupa por la imaginación y por la invención, y piensa estos elementos al servicio de la narrativa. Transcurre en Bagdad, en siglo X, bajo la dinastía de los abásidas. El personaje principal es nada menos que Scherezade, que representa la imaginación contra la tiranía del califa. Se puede ver todas las peripecias narrativas y todas las epifanías y agonías que sufre Scherezade para inventar, es como si uno visitara su cerebro, una máquina productiva que engendra el mundo.
–¿Es como si estuviera hablando de usted misma, de su gran máquina narrativa?
–¿Usted dice que yo soy una máquina de pensar? Me gustó mucho, creo que estoy ligeramente ruborizada, si pudiera verme... me estoy sintiendo joven, como si tuviera veinte años (risas). La verdad es que escribir y pensar para mí es un manantial y espero que eso no me falte nunca.
–El año pasado, en el Congreso de la Lengua cerró su ponencia con una frase provocadora: “No somos jamás extranjeros”, justamente cuando en América latina y en Europa el blanco preferido son los inmigrantes.
–Es verdad y por eso lo dije, porque la intolerancia es imperdonable. Estamos hechos de la misma materia, de la misma carnalidad, tenemos genitales sensibles y también miserables. Nada me distingue de un ser que esté del otro lado de la acera, y el hecho de que seamos educados creyendo que somos antípodas es una locura, es la esquizofrenia del mundo. No es posible imaginar que el ser extranjero es perder la humanidad. Ahora estoy hablando con usted, sé que está del otro lado de la línea; lástima que no puedo ver su rostro porque yo soy una mujer encantada con los rostros ajenos, el otro me importa muchísimo. Creo que no se llega a ningún sitio sin la compasión.

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