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Espectáculos|Lunes, 24 de junio de 2002
COREA, UN BLANCO FACIL PARA LA VIVEZA CRIOLLA DEL PERIODISMO ARGENTINO

“Acá se creen que somos cualquier cosa”

Los coreanos residentes en Buenos Aires critican el modo en que la tele los retrata: mezcla de mascotas, ositos de peluche y hermanos bobos. El Mundial potencia el brote xenofóbico y antioriental más importante de los últimos años, y algunos programas televisivos son su principal canal difusor.

Por Julián Gorodischer
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Los coreanos futboleros se juntan en una escuela del Bajo Flores para seguir a su selección.
Esta es la crónica del enojo coreano. En la escuela de Asamblea y Carabobo, 500 hombres y mujeres se disponían, el sábado pasado, a ver el partido de Corea y España, al grito eufórico de “República Coreana”, moviendo los brazos para alentar al héroe Ahn Jung Hwan –echado del Peruggia italiano por meterle un gol a Italia– cada vez que estaba cerca de convertir el gol salvador, cada vez que estaba aún más cerca de conseguir la revancha. ¿Revancha contra quién? Los coreanos alientan a sus héroes con la devoción de un religioso y, cada tanto, dedican a la tele un “palo”. “Se burlan de los coreanos, se creen que somos cualquier cosa -dice Mateo Paik, estudiante–. Los chistes tienen un límite, pero las cargadas nunca se terminan.” Cada tanto, en la escuela repleta del Bajo Flores, allí donde el café y el agua fresca combaten el sueño de la madrugada, la multitud abuchea al relator. “A Quique Wolff le diría que sea más imparcial, que no nos ataque tanto –se queja Alberto Yoo, farmacéutico–. Y a Mariano Closs que se informe sobre la liga coreana antes de relatar un partido.”
Pocas veces como en la Copa del Mundo 2002, la TV argentina fue tan políticamente incorrecta, tan evidente en la búsqueda de un chivo. Diego Korol, enviado de Tinelli a Corea y Japón, viajó, miró y “cuereó”. Las formas del “gaste” son fijas y eficaces para provocar la carcajada de la barra de gomazos. A saber: insultar, decir groserías o incoherencias en castellano para dejar pagando al oriental es uno de los gags más frecuentados. Otro: hacerles creer que el tal Tinelli es un político, o un jugador, o un prócer de la escena argentina, falsificación que siempre produce en la barra una curiosa adhesión. Gonzalo Rodríguez, de “CQC”, en viaje al Lejano Oriente, también entrega espejitos de colores: un saludo en japonés para ganarse la simpatía de la mascota, una frase en japonés repetida hasta el hartazgo, prueba de cuán fácil es ganarse al “ponja”.
“Ponja”, “ponjita”: entiéndanse como formas únicas y extendidas de referir a japoneses, chinos y coreanos, elecciones de la tele argentina para nombrar a su último gran descubrimiento, apto para la cargada y la jodita de Tinelli, para la nota color del magazine de las tardes: el ponja simpático o el ponja alelado son mezclas de osito de peluche con hermano bobo, y se parodian hasta la exacerbación. En programas cómicos, deportivos y noticieros se ven sus costumbres y tradiciones, que no son -esta vez– los testimonios de una cultura milenaria sino la práctica oriental bajo óptica de la tele: cortarse el pelo a lo Beckham, aullar por un autógrafo de Batistuta, sacar fotos con el teléfono celular y repetir en un extraño cocoliche, a pedido del enviado de Tinelli o Pergolini: “Algentina, Algentina...”.
Como única forma del contraste, el oriental del comercial de Rexona Cobalt (de la agencia Vega Olmos Ponce, protagonizado por el actor norteamericano Michael Chaturantabut) es un héroe apolíneo, diestro en la defensa personal y “siempre seco”, como corresponde al buen galán. Destacado en la marea de caricaturas, el aviso suma adhesiones entre los coreanos del Bajo Flores. “Ese es mi hombre”, se babea Sun Kang, empleada. El resto, en cambio, es el retrato del “comeperros”, o el testimonio de la xenofobia. “Ahora los directivos de River van a salir a buscar a 20 jugadores de Corea y Japón para probarlos –critica Chiche Ferro, en ‘Azul Noticias’–, con la cantidad de pibes argentinos que está esperando para jugar.”
“Comer perros es, en definitiva, cultura coreana –dice Diana Chun, estudiante–. Pero los periodistas se escandalizan, lo sacan de contexto y nos dejan mal parados. En ‘La última palabra’, de Fox Sports, con Fernando Niembro y Elio Rossi hablaban de fútbol y Niembro dijo que comemos perros. Si seguimos ganando nos van a llamar: amarillos de ojos estirados.” Los coreanos recuerdan escenas de la tele reciente, gastes que vuelven en unoy otro programa, subestimación del comentarista sobre la llamada “selección menor” y, entonces, aúllan más fuerte el grito que resurge cada tres minutos en la escuela del Bajo Flores: “República Coreana”, defiende el cántico fervoroso. A un costado, Mateo Paik sigue pasando factura. “Lo que hace Pergolini es vergonzoso –dice–. Vuelve siempre sobre los perros, que comemos perros, cien veces que comemos perros. No entiende que es un valor cultural diferente al suyo. Se cree único.”
Exageración casi paródica del desprecio televisivo a la cultura oriental, Lito Pintos, enviado de Hadad, se planta frente al “ponja” con todo el orgullo de ser porteño y dice cosas como: “Esta ponjita está cuatro puntos” (calificación personal sobre la dama) o “Este ponja no entiende nada” (calificación singular sobre el caballero). Mesa bullanguera y siempre lista, la de “Después de Hora” aúlla de alegría frente a la ocurrencia. Pintos, menemista orgulloso, es el halagador constante de la belleza exótica, bajo canon particular: “Está para darle”, dice de la ponja cada vez que tiene ocasión, y provoca más alegría en el estudio.
“Que los enviados hagan bromas es una falta de respeto hacia la comunidad coreana –dice Yoo Jaegyn, empleado–. Se dirigen a nosotros como amarillos o ponjas, y eso no me cabe. No muestran el respeto que nos tenemos mutuamente, y en la tele no se ve cómo es la sociedad coreana en la Argentina.” Más fuerte que la crítica al retrato coreano y/o japonés es el reclamo por la transmisión de los partidos. Como, en general, los encuentros de la Selección Coreana no fueron transmitidos por América o Canal 7, y fueron relegados a DirecTV, se sucedieron las reuniones masivas en la escuela del Bajo Flores. “Sabemos que vivimos en este país y no podemos manifestar el enojo –dice Martín Ko, estudiante–. Son diez mil contra uno.”
En la escuela coreana, los coreanos se imaginan saltando en el Obelisco, batiendo la bandera de la República Coreana, y que quede bien en claro que son coreanos. Ni ponjas ni chinos, como los llama la tele. Ni amarillos, ni rasgados. Coreanos que gritan el gol de su héroe deportivo expulsado del paraíso italiano, el que volverá a los 50 dólares por mes del Tercer Mundo, según amenazó el presidente del Peruggia. Los mismos que el sábado salieron corriendo de la escuela, tras el quinto penal. “Tinelli te la dedico –dice Jorge Ra, consumada la revancha–, el ponjita ya está en la Semifinal.”

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