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Espectáculos|Miércoles, 26 de junio de 2002

“Freno de mano”, la metáfora de un país condenado a las muletas

La pieza que Roberto Villanueva presenta en el Cervantes saca buen partido del texto de Víctor Winer, el retrato de una pareja desesperada y una improbable salvación económica fraguando accidentes en los Estados Unidos.

Por Hilda Cabrera
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En “Freno...”, la catástrofe social permite incluso un giro final de humor.
“¿Cómo te vas a aguantar ver salir con cara de demacrada a la enfermera y que te diga: se nos fue?” La que habla y está a punto de “irse” es Matilde, quien se encuentra en una habitación de hospital, inquieta ante el anuncio de que será operada en la mañana siguiente a esa noche en que, visitada por su marido José, arrincona a éste con aquel inesperado interrogante. El hombre no había imaginado la urgencia de la intervención quirúrgica. Su intención esa noche era agasajarla (por motivos que el espectador conocerá luego) llevándole cerveza y pastelitos que la mujer devora a pesar del ayuno impuesto. Matilde se reconoce enferma y admite su fragilidad, por eso prefiere permanecer tumbada y espiar hacia el pasillo, donde deambulan otros enfermos que por su lamentable aspecto la “acercan al más allá”.
La situación de José es otra. Conchabado hasta entonces por una abogada como testigo falso de accidentes, decidió cuerpearle a los rigores de un país en crisis convirtiéndose él mismo en individuo atropellado. El asunto es cruzar la calle, tirarse debajo del primer auto que pase, fabricar un juicio y en lo posible sacarle millones al conductor. Pero José sabe que esta estrategia no da sus mejores frutos en Buenos Aires. En su imaginario, la ciudad indicada es Nueva York. “Allí un hombre debajo de un auto vale más que en cualquier otro lugar del mundo”, cree. Espera caer como un avezado doble y cobrar la indemnización que lo libere de la pobreza. A él y no a la pareja. Por eso, mientras José se entusiasma con una probable rehabilitación en Estados Unidos, Matilde no sólo fabula sobre qué cara pondrá su cónyuge cuando el médico le diga que “Dios la pidió junto a él”, sino que, en caso de sobrevivir a la operación, optará por “ser enferma y argentina” antes que ser enterrada en Nueva York.
Entre la lectura del texto y la ascética y cuidada puesta de Roberto Villanueva se observan algunos cambios. En principio, la utilización de un par de muletas, no como símbolo de un futuro aprendizaje, sino como soportes inservibles para un fracaso enquistado. No existen circunstancias ni parientes que salven a esta pareja, a la que le han embargado la casa y cuyos sueños, traiciones y secretos van a eclosionar de manera abrupta y fragmentada en una habitación de hospital. Los concisos diálogos de esta pieza de Víctor Winer (autor entre otras obras de El último tramo, Buena presencia, Honrosas excepciones y Viaje de placer) permiten al director manipular de forma tajante el tiempo y el espacio, distorsionándolos según las fantasías de uno y otro personaje, protagonizados aquí por Victoria Carreras (quien descubre con talento la complejidad interior de su Matilde), Gabo Correa y Pepe Monje, también exigidos en el rol de José, que desempeñan en días diferentes: Correa hace de marido los jueves y viernes, y Monje los sábados y domingos.
En Freno de mano la acción se desarrolla al filo de la desesperación. No existen certezas: se duda incluso respecto de quién es elenfermo y quién el herido. Ese desajuste de las percepciones es una de las peculiaridades de estos personajes atomizados. En ellos el movimiento es continuo, aun suponiéndolos muertos. La escenografía minimalista de Julio Suárez (también a cargo del vestuario y de las luces) y los accesorios que incorpora (la peluca rubia que Matilde peina frenéticamente hasta arrancarle mechones) subrayan ese estado fronterizo con el delirio y una soterrada violencia. El ruido de una frenada que llega desde el exterior oficia de disparador de miedos. Peligran los sueños de José y su aspiración a tener casa propia, auto nuevo, una heladera llena y una sirvienta a la que dará órdenes en inglés. La escena se convulsiona y ni Matilde ni José son lo que aparentaban. Las artimañas fraguadas para escapar de un país que se hunde los han confundido. El desenlace es imprevisible, y no ya en el texto de Winer sino en la secuencia final que propone un director que demuestra invención cómica para incorporar catástrofe a una historia en la cual los intérpretes crean códigos, mezclando apatía con fingida fogosidad.

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