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Espectáculos|Domingo, 30 de junio de 2002
MADRUGADAS DE TRABAJO Y FUTBOL, DETRAS DE LAS CAMARAS

Sueños cambiados por el Mundial

Visualizadores y productores del turno noche siguieron el torneo de Japón-Corea en tiempo real y cambiaron sus vidas por y para el Mundial que terminó hoy. “A las tres de la mañana, cuando no queda nadie en el canal, te sentís un poco dueño”, dicen los que deberán aprender a dormir de nuevo.

Por Julián Gorodischer
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El equipo nocturno de América no conoció el sol en treinta días.
Pasa en las mejores familias: el que se queda la noche en vela, mirando tele desde las 23 hasta las 7 de la mañana, y recopila jugadas y goles para el lucimiento del conductor, y ya no recuerda la última vez que miró el sol –que no vio durante un mes y no verá durante el próximo porque lo dedicará a dormir–, no tiene nombre propio. Chicos de 22 a 29 años fueron hacedores del Mundial Corea-Japón en tiempo real, en vivo y en directo, al huso oriental y mientras el resto dormía. Ahora que la Copa 2002 se termina, ahora que ilusiona un viaje de descanso bien diurno (al sur, a Mar del Plata, de donde vienen), miran hacia atrás y se definen como criaturas de la noche, de eterno desayuno. “Llegar y comer facturas, irse y comer facturas”, dice Alejandro Munuera, editor de “América Mundial” (iba los lunes a viernes, a las 12). Vivieron la ciudad oscura y la ficción que invirtió, por un rato, las jerarquías: “A las tres de la mañana, cuando no queda nadie en el canal, te sentís un poco dueño”.
Aquel muchacho que cabecea junto a la editora, ¿quién es?: “El de la noche”. “El de la noche” cabecea porque tiene sueño, porque se acostó a las cuatro de la tarde y se levantó a las seis de la tarde, creyendo que era la mañana, con un día de trabajo perdido y un reto ganado, pero no; era la tarde todavía. Y él, ya en el colectivo, tuvo que dar marcha atrás y volver a la cama, meterse sonriente por recuperar el calor de interior en un día tan frío, pero culpable por perderse una hora de sueño. Pero después, en su puesto de trabajo, Alejandro Munuera cabecea y se pierde la expulsión de Totti, de Italia. Justo él, que edita lo más importante del Mundial; él, que tiene a su cargo el compilado de perlas para emitir antes y después del corte. Se ligará el grito y el “qué hijo de p...” de algún productor. Tiene una excusa, pero se la calla (¡cuatro turnos de partidos; al último no se llega!) porque, se supone, está allí para que eso no funcione como excusa.
El de la noche hinchaba por Argentina y lo quería a Bielsa. Le caía simpático. Por eso, y porque todo (encontrar focos de interés) de allí en más sería más difícil, sufrió la eliminación de la Selección y se “rompió la cabeza” para buscar nuevos ganchos al programa, que redujo el rating pese al esfuerzo. Le gusta el “jogo bonito”, pero no Brasil y se hizo hincha del Paraguay. Claro que de noche, hora melancólica, siempre aparece algún recuerdo, y todo da motivo: Chilavert le hizo acordar al Mundial pasado, convertible y con viaje a Francia asegurado, nada que ver con este encierro de treinta días, luz artificial permanente y vista clavada en la editora o en el monitor. A la noche, se seleccionan jugadas y se toma conciencia de que no se tiene novia, de que nadie espera. Se mira a la derecha, a la izquierda, arriba, y no se ve el sol, no se ve cielo, sólo la luz artificial que ilumina muy bien este cuarto de tres por dos. En la Argentina de la bancarrota, dirán en las mejores familias, todo trabajo es un privilegio. En el fondo, el de la noche, también lo piensa.
Aquel muchacho que sube y baja de un piso al otro y mira el partido en siete televisores distintos; ¿quién es?: “El de la noche”. Que esta vez es otro, trabaja en ESPN como productor y visualizador y se llama Nicolás Hueto. Le quedó marcada a fuego la salida de Argentina, justo a él que es fanático, un hincha devoto, y delegó los últimos quince minutos de la transcripción de Suecia-Argentina por estar desbordado, por no bancársela y tener que moverse, estar en acción para no ser devorado por la ansiedad del momento. “Lo peor fue lo que llegó después de la eliminación –dice–, fue muy depre. El Mundial seguía, pero no tenías ganas de mirarlo. Jugaban Japón, Rusia, Corea, Senegal, y no querías saber nada.”
Recuerda, cómo no, su cumpleaños frente al monitor, el 22 de junio, cuando el de al lado le dijo “feliz cumple”, y no hubo mucho más que eso, pero “el de la noche” no quiere perderse nada (para eso es joven, dicen) y por eso siguió de largo, festejó en su casa y volvió al trabajo sin dormir pero con mucho, muchísimo sueño. “No era yo el que estaba ahí”, dice, gracioso o místico, quién sabe, y dedica palabras de gratitud a Leo, compañero de visualizaciones. A la noche, se forjan buenas amistades. En el silencio y bajo luz artificial nacen “amistades de Mundial” –define Nico– y el lazo parece más fuerte que cualquier otro. Si tiene que detallar el vínculo, hablará de tareas comunes: descifrar los nombres de jugadores de Rusia y Japón, una hazaña obligada, “porque si les ponías sólo el número en el resumen –dice–, el productor de la mañana te mataba”.
“Me vi todos los partidos, y encima me pagaban”, dice “el de la noche”, que esta vez se llama Juan Martín Morales, de Fox Sports y “América Mundial”. Futbolmaníaco, disfrutó el rol que le asignaron: plantarse frente al monitor desde las dos de la mañana hasta el mediodía y mirar todos los encuentros de la Copa, y resumirlos para guiar, después, al editor. Visualizar: actividad fetiche en la tele de la era reality, donde la moneda es el continuado, donde la vida en directo y de 24 horas no vale la pena si no es por su televisación. No vayan a contárselo a él, que se indigestó con mate, con café, con el volumen de la tele cada vez más alto para no dormirse; justo a él que perdió todo contacto con sus amigos y espera ansioso que llegue el domingo “para recomponer la relación”.
Recuerda, sin embargo, momentos felices: dar una mano. A la noche (recordar la inversión de jerarquías) no queda nadie. El pasante es dueño o rey y el visualizador domina el territorio. Las ventanas se abrieron aquella vez y llegó la barra de senegaleses de un bar cercano a mirar el partido de su selección, vedado a la TV abierta. El de la noche democratizó las imágenes y se sintió orgulloso. “Les levantamos la ventana a los muchachos –cuenta Juan Martín– y lo vimos todos juntos, ellos desde la calle. Gritamos el gol con los senegaleses, y encima le ganaron a Suecia con gol de oro. Después festejamos”.
Al de la noche le gusta ir a la cancha, la fiesta, el abrazo en la popular o la tribuna, la bandera, el gol de oro y el intercambio de camiseta, pero nunca le hablen de derrotas. El soñaba, cuando le asignaron el turno del descarte, con un equipo campeón y un extraño privilegio: contribuir, desde su puesto, a la victoria, a que la gente se enterase, a que la imagen llegara a destino y el festejo se materializara. Pero no fue, y entonces quedan los consuelos de la Argentina de 2002, que no admiten demasiadas variaciones: después de todo, se autoconvencen los de la noche, lo que importa es tener trabajo.

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