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Espectáculos|Viernes, 19 de julio de 2002

“Entonces uno se pregunta: ¿cómo defenderse? ¿Con más fantasía?”

El director Juan Freund estrena hoy “Resplandor en los Alpes”, una obra del austríaco Peter Turrini que indaga de un modo peculiar en la función que cumple el teatro en la vida contemporánea.

Por Hilda Cabrera
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Freund nació en Alemania, sufrió la persecución nazi y pasó la Segunda Guerra en un convento.
“Sin querer entrar en la cosa política, porque esta obra no da para eso, me pregunto qué nos pasa a los argentinos en este momento. Muchos creíamos tener un presente que de alguna manera se iba desarrollando. Proyectábamos. Y de pronto sentimos que ese presente quedó anulado y la realidad se convirtió en algo imposible de vivir. Entonces uno se pregunta cómo defenderse. ¿Con más fantasía? El teatro, pienso, es metáfora de la realidad, es ilusión, y creo que el autor de esta obra lo entiende así. Sus personajes se inventan a sí mismos y en ese juego alivian y modifican el presente de cada uno.” Quien así se expresa es el director Juan Freund, que hoy estrena Resplandor en los Alpes, una pieza del austríaco Peter Turrini que indaga de modo peculiar sobre la función que cumple el teatro, o el mundo ilusorio, en las personas.
Esta es la segunda vez que sube a escena una pieza de este autor, de padre italiano, que nació en 1944 en el pueblo de Margarethen y escribió en alemán, su lengua materna. Antes de este estreno de hoy en el Teatro IFT (de Boulogne Sur Mer 549), con un elenco que integran los intérpretes Cristina Fernández, Jorge López y Patricio Zanet, se vio en Buenos Aires otra pieza de Turrini, José y María. Fue en 1982, con actuaciones de María Luisa Robledo y Miguel Ligero. Aquel fantasear sobre un presente desteñido y nefasto impactó de manera especial a Freund, también actor (pero no en esta ocasión) y autor, entre otras obras, de Residuos, Irrespetuosamente... Boris Vian, Al fondo a la izquierda y La bahía (estas dos en colaboración con Carlos Montini), Memoria y balance y Recuerdos en sepia.
Freund nació en 1930 en la ciudad alemana de Dortmund. Radicado en la Argentina, inició su actividad escénica en el país en la década del 50, debutando en la Alianza Francesa. Realizó estudios con Raúl Serrano, Manuel Iedvabni y Oscar Fessler, y otros de dramaturgia con Ricardo Halac, Mauricio Kartun, Ricardo Monti y Roberto Cossa. Domina varios idiomas (francés, alemán, inglés) y debió superar vivencias trágicas. “Experiencia me sobra”, dice hoy con un dejo apenas triste, durante una entrevista con Página/12. Recuerdos en sepia, una obra que requiere un elenco de 20 actores y una escenografía importante, recoge parte de esa experiencia a la que alude. Freund supo en su niñez qué era un campo de concentración: “A los judíos de origen polaco los expulsaban a Polonia, donde no nos trataban mejor que en Alemania. En el ’38 me trasladaron con mi mamá en un vagón de carga. Pudimos huir de ese campo cruzando por los vados para no dejar huellas. Recuerdo que mi mamá, viendo una casa, se acercó tratando de conseguir alguna ayuda. Tuvimos suerte, porque una mujer nos dio algo de comer para que pudiéramos seguir camino”.
En su periplo, Freund niño llegó a Bélgica y después a Francia, donde pasó la guerra en un convento. “Estaba en el coro”, cuenta. Después lo llevaron a un reformatorio para chicos que habían delinquido. Recuerda que uno de los internados había matado a la madre y otro a un hermano. “Yo estaba con otros chicos judíos. No pasábamos de diez. No era tan absurdo que nos hubieran escondido ahí. ¿Quién iba a sospechar que en ese lugar había chicos que no habían cometido ningún delito?”, apunta el director, que, no habiendo hallado aún un productor para Recuerdos..., dirige, además de Resplandor..., otra pieza a estrenar en setiembre en el remodelado Auditorio de Hebraica: Mare Nostrum, del poeta y dramaturgo Carlos Carrique.
En cuanto a la puesta de la pieza de Turrini, dice haber evitado el naturalismo y los recursos clásicos: “Cuando se toma una obra contemporánea en lengua alemana es casi imposible obviar el expresionismo. Un estilo en el que debe respetarse el texto pero no acercarlo a lo natural”, opina. Considera a Turrini un autor dueño de un lenguaje tan descarnado como poético. “Si bien declaró alguna vez ser cristiano, mostró un profundo rechazo por la iglesia tradicional. Ha dicho que los hombres de esa iglesia eran, lo mismo que las catedrales, mausoleos fríos. En algún momento consideró rescatable la Teología de la Liberación, surgida en los llamados países tercermundistas. Sus obras son muy fuertes. En la primera, Rozzenjogd (Persecución racial), de 1967, utiliza un lenguaje directo, popular, a veces también el dialecto, como en Sauschlachten (Matanza de cerdos), de 1971, sobre la vida rural, que produjo escándalo en Viena, donde estrenó la mayoría de sus obras. En esa pieza pone al descubierto la crueldad teñida de civilización del campesinado europeo. Muestra a una familia que se dedica a la cría de cerdos y tiene un hijo oligofrénico, cuyos compañeros de juego no son otros que los cerdos.” El desenlace puede deducirse del título.
Freund sostiene que esa rebeldía militante de algunos autores austríacos (Thomas Bernhard es probablemente el ejemplo más contundente) en contra de lo institucional se debe en parte a una fachada social almibarada, como la representada por los palacios rococó en el plano arquitectónico y los valses vieneses en la música, a un comportamiento en apariencia elegante y refinado que disimuló, prohijándolos, “a los peores nazis”. Otras obras de Turrini son también espejo de esa necesidad de desenmascaramiento: Asesinato infantil (de 1973, estrenada en la alemana Darmstadt), El día más loco, Los burgueses, Campiello, Los superfluos, La muerte y el diablo y La batalla de Viena, estrenada en el Teatro de La Bastille en 1996. Los protagonistas centrales de Resplandor... son un anciano ciego que vive en una cabaña de Los Alpes desde hace 50 años y que –según describe el director– viene pidiendo hace tiempo a una mutual de ciegos que le envíen una lectora: “La que llega es una mujer muy extraña, de nombre Jasmine, que tiene modales vulgares y se expresa como una prostituta, pero conoce a la perfección escenas de Romeo y Julieta, de Shakespeare”, adelanta Freund. A partir de ahí se entabla un diálogo entre estos dos personajes solitarios. “Lo singular –opina– es que ellos terminan inventándose un pasado que nunca existió. La mujer confiesa haber sido una actriz fracasada y le recuerda al ciego que él, alguna vez, fue director de un teatro de provincia. De pronto sus historias son paralelas, y en las dos lo dominante es la soledad.” La obra, cree Freund, muestra cómo a través de los años “vamos armándonos un pasado. La impresión es que los recuerdos se gastan, pero se intensifica la necesidad de forjarnos un presente brillante, aunque no exista”.

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