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Espectáculos|Domingo, 14 de diciembre de 2003

Un samurai ciego y letal

Por Luciano Monteagudo
Zatoichi, la nueva película de Kitano (que podrá verse en Buenos Aires recién el próximo abril, durante el Festival de Cine Independiente), es el sonido y la furia, la celebración del movimiento y la energía. La profunda tristeza de Dolls, su film inmediatamente anterior, que también alimentaba Flores de fuego y Sonatine, parece haber quedado provisoriamente atrás. Aquí Kitano, en su primera incursión en el cine de época, se anima con los samurais, pero no con el modelo más clásico y reconocido en Occidente, como es el de Akira Kurosawa (a quien le dedica, sin embargo, una de las escenas más espectaculares, bajo la lluvia, como en Los siete samurais). El ejemplo es otro: el cine de género que producía en la década del ‘60 el estudio Daiai y particularmente su personaje más popular, Zatoichi, un veterano guerrero, ciego para más datos, pero capaz, él solo, de derrotar ejércitos.
¿Y quién otro sino “Beat” Takeshi podía resucitarlo? Como actor, Kitano le pone a su personaje –además de un bastón bien filoso y una cabellera improbablemente rubia– todo el humor y la picardía de Kikujiro, quizá su película más incomprendida. Y como director (y como montajista) disfruta del vértigo, de la velocidad, de la infinidad de planos engarzándose portentosamente unos con otros hasta lograr una suerte de ballet fatal, hecho de cruces de miradas y de aceros. El diseño de sonido –tratándose de una película protagonizada por un ciego– es sencillamente sorprendente y todo termina con una fiesta pagana, un insólito final feliz para una película de samurais, un baile tribal en radiante cinemascope que parece escapado de Amor sin barreras y que hace saltar y bailar a toda la platea.

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