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La ventana|Miércoles, 14 de noviembre de 2012
medios y comunicación

Mencioname que me gusta

Según Corina Verminetti, pareciera que sólo se trata de estar mencionado para sentir que existimos y asegura que, montada sobre las redes, la posmodernidad parece haberle dado la bienvenida al individualismo.

Por Corina Verminetti *

Sostiene Freud que el inconsciente actúa como impulsor de nuestras motivaciones. Los deseos son quienes nos mueven a la acción y cada fantasía busca tapar un estado de insatisfacción con el objeto de rectificar una realidad. Actuamos por pulsión sexual o por los deseos de ser grandes.

La psicología no es mi campo disciplinar, sólo me atrevo a pensar el “ser grande” como deseo de ser reconocido, apreciado, incluido o recordado. Reflexionaba entonces si las redes sociales o aparecer en la web no estarían íntimamente ligados a ello.

Dice Zygmunt Bauman que “la atención humana es el objetivo principal en la competencia de los medios, y su bien más preciado; pero es también el recurso más escaso y, fundamentalmente, el menos prescindible”.

Competimos por captar la atención y generamos mensajes para que otros los descubran. Seleccionamos las mejores fotos, posteamos videos, sugerimos películas, analizamos noticias, divulgamos artículos, escribimos notas, copiamos frases, proponemos temas musicales, recomendamos libros... ¡Y no olvidemos nuestra “sección comentarios” en las publicaciones de los demás usuarios! Un “enter” y a esperar las respuestas para saber si agradaron o simplemente los vieron. Aun cuando nos oponemos con una crítica, quedamos a la espera de conocer qué piensan de lo que pensamos.

Pareciera que, por estos tiempos, sólo se trata de estar mencionado o gustar para sentir que existimos. Dar prueba todos los días de nuestra capacidad de instalar un debate, de mostrarnos interesantes y divertidos, y de ser lo más originales posibles para diferenciarnos de tantos otros que buscan lo mismo.

Nacemos con la idea de pertenencia y en busca de miradas que nos den entidad. ¿Qué es lo primero que observamos cuando abrimos Facebook? ¿Las notificaciones? ¿Y en Twitter? ¿Las menciones? Llevamos la cuenta de nuestros seguidores, sabemos si alguien nos eliminó, no olvidamos los RT, sonreímos si nos favean y nos gusta que les guste.

El “Sr. Redes” lo sabe, y creó para todos nosotros aplicaciones que nos permiten medir cuán influyentes somos o un algoritmo que indica quiénes nos aprecian más...

Nacemos con la idea de pertenencia, la misma que camina en una línea delgada: la que separa el amor propio del ego.

El término egosurfing está compuesto por las palabras “ego” (yo) y “surf” (navegar por Internet). Definido como la práctica de buscar nuestro nombre y apellido en la web para verificar la información que nos referencia. ¿Alguien aún no se “googleó”?

La mitología griega cuenta la historia de Narciso, un joven bello que rechazaba a todas cuantas de él se enamoraban. Después de haber desairado a la ninfa Eco, Némesis –la diosa de la venganza– hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en la web. ¡Ah, no! En el agua... Embelesado en su imagen, terminó arrojándose a la fuente. Y en ese mismo lugar en el que cayó su cuerpo crecieron sus cuentas de Facebook y Twitter. ¡Ah, no! Una hermosa flor que lleva su nombre...

La posmodernidad parece haberles dado la bienvenida al individualismo y al narcisismo. A esas relaciones de bolsillo que Bauman cita en Amor líquido. Vínculos listos para usar, y sólo si se necesitan. Sin embargo, por más fugaces y funcionales que parezcan nuestros clicks, amigos y seguidores sólo buscamos ser apreciados. Por eso nos conformamos –en un mundo virtual– con Menciones y Me gusta a modo de “Abrazos 2.O”.

Y finalmente aquí estamos, enredamos unos con otros. Animándonos, en algunas oportunidades, a saltar al mundo real. A encontrarnos para mirarnos a los ojos y sentirnos de verdad. Las relaciones sólo pueden ser efectivas cuando procuramos que sean afectivas. Ese otro no es sólo quien satisface el deseo de combatir mi soledad o fortalecer mi estima. Es quien construye conmigo, no para mí.

Me agrada el enredo de las redes. Sólo presto atención para no caer en la trampa de la batalla que libran amor propio y ego. Los imagino representados en los dos lobos del cuento, peleando en mi interior. Y conozco el final: va a ganar el más fuerte, el que alimente.

La doxa siempre da respuesta con una frase de la sabiduría popular a lo que la ciencia intenta explicar. Una abuela, alertándonos con mucho amor, diría: “Tené cuidado, no vaya a ser que de tanto gustar, se te suba el pajarito a la cabeza”.

* Licenciada en Relaciones Públicas. Especialista en Comunicación. Docente UNLZ. Coordinadora académica de Instituciones Adscriptas al ISER. @corinavermi

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