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La ventana|Miércoles, 5 de junio de 2013
medios y comunicación

El juego limpio

Para Fernando Ruggera, la construcción de la noticia impone criterios de veracidad, y si bien todos los medios están expuestos al recorte a partir de las elecciones políticas e ideológicas de cada uno, lo que no puede admitirse es la mentira.

Por Fernando Ruggera *

Nadie dice: “Tal o cual historiador es independiente”. Tampoco los sociólogos, los politólogos y demás yerbas del mundo de las ciencias sociales son así catalogados. ¿Por qué hay entonces la idea de que al periodismo puede atribuírsele semejante calificativo? ¿Acaso las empresas de prensa no son justamente eso: empresas que responden a sus fuentes de financiamiento, a sus anunciantes y, en definitiva, a algún proyecto de país que conjugue sus (todos esos) intereses con el de otros actores de la vida social? Así funciona, sin que medie juicio de valor en esta afirmación, la prensa comercial. Y con la lógica pretensión de alcanzar un público masivo, necesitan arroparse en la credibilidad.

Los caminos para hacerlo difieren según el caso. Algunos asumen que encaran el ejercicio de la profesión desde una óptica parcial. Buscan formar opinión sin ocultar que participan de una realidad en la que están involucrados material y simbólicamente. Páginal12, por ejemplo, es un coherente periódico progresista con la honestidad intelectual de aclararlo desde el vamos. Lo mismo podría decirse de La Nación, tribuna de doctrina conservadora por los siglos de los siglos. Son, desde el punto de vista ideológico, los ejemplos más evidentes que puedan tomarse.

Otros, en cambio, se jactan de ejercer un periodismo puro o independiente. Bajo esa máscara se esconden ciertos imperios de la comunicación y también alguna que otra conocida editorial. Miradas virginales se aproximarían al afuera social sin otro interés que el de “informar a la gente”. No habría en esta historia condicionamientos más que el de la propia subjetividad, ni construcción de sentido, ni recortes en función de los intereses antes expuestos. Ni hablar del reconocimiento como actores políticos. Como si el barro no los ensuciara, enarbolan la idea de la independencia y la de la neutralidad (¡!). El lector percibe que del otro lado hay alguien como él: un inquieto puro, virgen. (Podría abrirse en este punto un interesante debate sobre si hay, en estos casos, desinterés por indagar en estas cuestiones o el silencioso temor a que sea un camino en línea recta al escepticismo.)

La credibilidad presenta, entonces, una instancia de consenso que se construye a partir del lugar desde el que se habla. Al abrir el diario, veremos que previsiblemente hay hechos y discursos que son minimizados en detrimento de otros. Nos vamos adentrando así en una segunda instancia –tan importante como la primera– vinculada con el ejercicio periodístico propiamente dicho, el tratamiento informativo. La construcción de la noticia impone el chequeo de las fuentes, su contextualización, la palabra de todos los implicados, no tergiversar opiniones ni omitir maliciosamente información pertinente. Es un termómetro fiable para dar cuenta de qué nivel de periodismo tenemos delante.

Ningún medio, por lo tanto, está exento de estos señalamientos. En su arbitrario recorte de la realidad, retacean a la opinión pública temas de necesaria difusión institucional o social y eso será motivo de críticas. Habrá –así es el juego de las diferencias en democracia– otros que sí lo harán, por oportunismo, por convicción o por lo que fuere.

Lo que de ninguna manera puede admitirse es la mentira obscena del titular (a veces, desmentida hasta por la propia letra chica), el sensacionalismo lleno de agresividad y vacío de periodismo, la superpoblación de potenciales y de fuentes anónimas, el acomodo forzoso y tendencioso de la información, la brutalidad con que se desvirtúa una palabra o una oración hasta cosificarla impunemente. En ese marco, se puede afirmar que la Presidenta dice que a ella hay que temerle más que a Dios, se puede decir que es bipolar, se puede montar un circo alrededor de un presunto y nunca demostrado caso de corrupción, se puede repetir hasta el hartazgo una información refutada documentalmente. Hasta mover montañas se puede.

Violar estos mandamientos periodísticos implica reducir al lector a simple consumidor de climas previamente fogoneados, robustecer su discurso más primario a partir de la manipulación más descarada del objeto. Curiosamente, suelen ser los medios “independientes” los que con mayor frecuencia y gravedad incurren en estos atropellos. Nada tiene que ver esta certeza con sus posicionamientos políticos: se puede estar en la misma vereda y hacer periodismo para el papelón como también ejercer dignamente la profesión sin compartir los mismos ideales.

Si la discusión no la llevamos por esos carriles u optamos por gritar bien fuerte que “ellos”, a diferencia de “nosotros”, son todos mercenarios, habremos pecado de un simplismo bastante parecido a la estupidez.

* Estudiante de Comunicación Social UBA.

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