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Mitologías|Lunes, 2 de junio de 2008

Tolerancia

Los rubios que nunca llegan a enterarse de cómo otros, morenos, tienen problemas que a ellos se les allanan. El eco de la canción de Leonera, de Pablo Trapero, y la extraordinaria resonancia de una declaración de Daniel Barenboim.

Por Sandra Russo

Sábado por la mañana. Me despierto antes que todos. Bajo y busco los diarios, Clarín y PáginaI12. Anoche vimos Leonera. Me dormí con esas imágenes en la cabeza, los niños que nacen y se crían en la cárcel. Me dormí con el sonido de esa canción, el coro de voces infantiles latinoamericanas, la imparable alegría de esas voces era como la de los niños que nacen en las cárceles. Pablo Trapero ha logrado esta vez, además de una intensa película, ser director también de todos los sonidos de su obra, incluidas las canciones. Salud a él y a quien haya musicalizado Leonera.

Anoche, además, hasta último momento antes de salir de casa estuve viendo en TN las repercusiones de los arrestos de ruralistas y las imputaciones judiciales a dirigentes opositores. Ahora miro las fotos en los diarios. Tengo la música de Leonera en la cabeza. Esto es amargo. Las noticias de ayer fueron amargas. Obviamente leo en Clarín, firmada por Fernando González (un periodista con quien nunca coincido), “la sospecha de que la ley es flexible cuando se trata de amigos”. Esta vez comparto su opinión. Pienso en los hechos de ayer, y también, claro, en los amparos contra las retenciones aceptados que se conocieron el jueves.

Escribo ahora, que es temprano, para desahogar la sensación de que se ha llegado a un límite insoportable, más allá del cual todo es horrible, incluso las posiciones del Gobierno. Me gustaría saber qué piensa Néstor Kirchner al respecto. A veces se necesita escuchar a los dirigentes en los que se ha creído; no alcanza con lo que declaran a los medios los miembros del PJ que está citando y entrevistando. Creo oportuno decirle por este medio a Néstor Kirchner que si no hay pliegues en su estrategia de fortalecer y encolumnar al PJ, un partido en el que las viscosidades no han sido erradicadas sino apenas desinflamadas por la personalidad de Kirchner, por este camino se quedará solo muy pronto.

Lo que hay en los diarios de hoy son reflejos del límite al que repugnan esas viscosidades. Margarita Stolbizer y María del Carmen Alarcón con los dedos marcados, los ruralistas empujados por los agentes de la Prefectura, esos chalecos naranja, la palpación de armas en San Nicolás, el anuncio de la Sociedad Rural de las próximas “carpas”, la solicitada de Ctera defendiendo su capital simbólico, como hace días lo hicieron las Madres de Plaza de Mayo de Rosario, desentendiéndose de cualquier apoyo al acto del 25, como intentó manipular Buzzi. No hay más hilo. Si se sigue tirando, nada habrá servido para nada.

Me detengo en la tapa de este diario, veo la foto del presidente de la Sociedad Rural de San Pedro, Raúl Victores, empujado por la Prefectura. Y bajo la vista y leo, línea por línea, palabra por palabra, letra por letra, el pirulo de tapa, con las declaraciones de Daniel Barenboim el viernes, al ser declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires: “No se tolera a alguien por admiración o cariño. La palabra tolerancia es negativa, significa no querer aceptar ni entender lo que el otro está diciendo. Tolerancia no es lo que necesitamos. Se necesita conocimiento para la aceptación de los derechos que los demás pueden tener”.

Esta es una mañana de necesidad de voces, y de muchos sonidos. Barenboim es el ejemplo de quien, ante la muerte de un lenguaje (no un idioma, un lenguaje) que pueda propiciar el entendimiento y la aceptación entre dos pueblos que hace décadas que se vienen matando, advirtió en la música la expresión de un límite. Los músicos israelíes y palestinos que integran su orquesta son antes que eso personas que han reconocido un límite y no han querido, por convicción ética y moral, ir más allá. De esa negación ética de entregarse al vacío de lenguaje y en consecuencia seguir por la vía de la sangre, es que Barenboim ha logrado construir una estética.

La frase de Barenboim es un guante dado vuelta. Pasa de largo por lo que para nosotros todavía es corrección política. Sabe más y mejor que nosotros lo que pasa cuando no hay suficiente cantidad de gente, de un lado y del otro, para decir basta, más de acá no paso.

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