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El propietario de una tienda en Nueva York y su hijo fueron acusados la semana pasada de estafar a un inmigrante que no hablaba inglés y había ganado un millón de dólares. En vez del premio, le dieron mil dólares. Lo mismo hicieron una semana antes dos empleados de una estación de servicio con otro inmigrante que, por lo que se ve, o tienen suerte en el juego o están tan desesperados que son los que más compran billetes de lotería.
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