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Placer|Lunes, 2 de febrero de 2004
TIEMPO

Nociones y placeres

Vivimos 30.000 días, algo menos de dos millones de minutos. ¿Cómo escapar de la prisión del tiempo lineal? Respuestas y búsquedas de la filosofía y de la literatura.

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Por Leonardo Moledo

¿Qué placer puede producir el tiempo? Vivimos 30.000 días, que se escurren con facilidad, 1.750.000 minutos que devora el reloj. ¿Qué placer nos pueden deparar semejantes cifras?
En las mitologías tanáticas que proliferaron en Europa durante el siglo VII (y que derivaban de oscuras creencias orientales), el máximo placer concebible era ver pasar el tiempo, “contemplar cómo la vida se desliza perceptible e irrevocablemente hacia su fin”, doctrina que tuvo eco en algunos planteos místicos, como el de Santa Teresa de Jesús:

¡Ay, qué dolorosa suerte!
¡Vida, no me seas molesta!
¡Mira que sólo me resta
para ganarte, perderte!
Venga ya la dulce muerte
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Originada en el tiempo cíclico que forma el núcleo del budismo y otras religiones circulares, como lo fueron las creencias órficas que inspiraron a los pitagóricos para elaborar su doctrina de la transmigración de las almas, que puede rastrearse hasta la teoría de las Ideas de Platón (puesto que entre encarnación y reencarnación, el alma adquiere un estado ideal que le permite la contemplación pura del mundo de las ideas perfectas), el aproximarse del fin del tiempo propio es percibido como un nacimiento o renacimiento, todo fin es también un principio, del mismo modo que todo mal es un bien en el equilibrio religioso del mundo.
Muy diferente es el anhelo occidental, estructurado sobre el tiempo lineal de la mitología judeocristiana y la imagen griega de Cronos, que devora a sus hijos: en ese marco, vivimos una vida irrepetible, y cada acontecimiento es irrepetible también, es decir, histórico; los días que vivimos, en consecuencia, deben ser aprovechados y en lo posible, alargados; cada instante debe durar tanto como sea posible; el ideal absoluto es la abolición lisa y llana del transcurrir temporal, o en cualquier caso, su fractura; tenemos allí el secreto del encanto que producen las Tres piezas sobre el tiempo de J. B. Priestley, la Búsqueda del tiempo perdido, Hechizo del tiempo o Rip van Winkle, que de una u otra forma se libraron de la maldición del reloj.
Cuando es imposible abandonarse al tiempo, ¿cómo se escapa del tiempo lineal, cómo se introducen fracturas en el transcurrir cotidiano, tan ajeno, en general, a la literatura? Mediante un juego de oposiciones y la introducción de fracturas artificiales y sociales en el transcurrir: tiempo de trabajo-tiempo de ocio, tiempo laboral-tiempo de vacaciones. El tiempo adquiere, en cada uno de estos casilleros, distintos ritmos, distintas velocidades, si es que la velocidad es un atributo que se puede asignar al tiempo.
Pero justamente, esas divisiones dan al control del tiempo, o a la sensación placentera del tiempo, su carácter paradójico; tanto el tiempo de ocio, como las vacaciones parecen escurrirse rápidamente; durante cualquiera de esos momentos, el tiempo parece acelerar, el reloj o el almanaque redoblan sus perversos instintos finalistas. Aunque el ocio y las vacaciones se perciben como el anhelo temporal y social más agudo, no respetan el anhelo temporal básico de la cultura: detener el tiempo, y quizás sea la razón por la cual quien disfruta del tiempo de ocio trata de llenarlo de inmediato con quehaceres, partidos de fútbol, turismoaventura, visitas al dentista, videojuegos y todo tipo de conductas extravagantes, de tal manera que esos momentos se tornen displacenteros y no terminen de pasar nunca, con la consiguiente frustración, ya que se supone que esos períodos deben consagrarse al placer.
Es que hay una contradicción básica: si el tiempo verdaderamente se detuviera, como dicen que ocurre en el horizonte de los agujeros negros, toda percepción temporal desaparecería también, toda sensación, todo placer, ya que somos, por excelencia, seres inmersos en la temporalidad, seres finitos (y Todos los hombres son mortales de Simone de Beauvoir y El inmortal de Borges nos alertan contra esa otra ilusión vana que es la inmortalidad como recurso contra el tiempo); si cesa la temporalidad, desaparece todo lo demás.
El tiempo circular es una solución ilusoria que funciona lejos de nuestra cultura, que, sin embargo, produjo otro recurso para escapar a esta singular paradoja: el aburrimiento. El aburrimiento, cuando el tiempo se lentifica hasta el hartazgo, cuando parece no transcurrir más, el aburrimiento, que los profetas, los escritores, los políticos y las gentes de bien tanto han condenado, es el estado más cercano a la inmortalidad.

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