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Psicología|Jueves, 2 de septiembre de 2010
Usuarios y profesionales de un servicio de salud mental toman la palabra

Revuelo en el altillo

Usuarios y profesionales de un servicio de salud mental público de Concordia, Entre Ríos, crearon y desarrollaron una revista, Revuelo en el Altillo: allí es posible encontrar, desde la construcción de la metáfora del “Ojón”, hasta desarrollos sobre la noción de “locura”; denuncias sobre la situación manicomial y distintas formas de puesta en acción de la solidaridad.

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Los siguientes textos han sido extractados de la revista Revuelo en el Altillo, producida y distribuida por usuarios y profesionales del Servicio de Salud Mental del Hospital Felipe Heras, de Concordia (Entre Ríos).

Locura social

Por Sergio Brodsky (psicólogo en el hospital Felipe Heras de Concordia): La revista Revuelo en el Altillo nació en la Sala 8, el altillo, en el primer piso del Hospital Felipe Heras, Concordia, Entre Ríos. Es la sala de internación del servicio de salud mental, en la que se alojan y reciben tratamiento psicológico, psiquiátrico y cuidados de enfermería personas que atraviesan crisis psicológicas agudas –intentos de suicidio, intoxicación alcohólica, brotes psicóticos, etcétera–; estas internaciones son transitorias, continuando tratamiento ambulatorio una vez que resuelven los episodios y son externados. También están internados en la sala, de modo permanente, personas que por causas económicas y sociales o por las secuelas de prolongadas internaciones (institucionalización, hospitalismo) tienen dificultades o temores de reintegrarse a una sociedad tan hostil. Llamativamente, o no tanto, los pacientes de la sala temen a la sociedad, por sus prejuicios y rechazos, más aún de lo que ésta les teme. Algunos concurren cotidianamente a los talleres de rehabilitación y vuelven a sus hogares.

Más allá de su función técnica, terapéutica, la Sala 8 tiene una dimensión fantasmática. Nuestro altillo es la sede de los prejuicios y fantasmas de la sociedad, allí reside aquello que la asusta, allí deposita sus temores: la locura, la agresión, la irracionalidad, el descontrol, la inseguridad. Uno de los objetivos de Revuelo... es desmitificar la idea que asocia locura y peligrosidad. El miedo y el rechazo a la “locura” no son sino la proyección de lo que la sociedad se niega a ver de sí misma: su violencia, su injusticia, su desprecio por la vida, su desigualdad, su indiferencia por la suerte del otro, su individualismo. Este mecanismo es el responsable del miedo que se viste de discriminación e incomprensión y que tanto sufren los pacientes.

El “paciente”, que nada hace y nada espera, está expuesto a la profundización de su enfermedad. El sistema, basado en valores manicomiales, le borra la identidad y en su lugar coloca un estigma. Pierde valor su palabra, pierde realidad su cuerpo, su sufrimiento es negado. Por ejemplo, es muy común que, cuando una persona que alguna vez estuvo internada en la sala acude a una guardia hospitalaria, lo derivan e internan en salud mental, independientemente de las características de su dolencia actual.

En ese contexto de personas que deambulaban en la sala sin actividad, sin proyecto, casi sin inserción en la realidad, surgió el revuelo en el altillo, como necesidad de generar un espacio de actividad, de tarea, de trabajo grupal, de expresión, en el que las palabras fueran aceptadas, rescatadas, revalorizadas y contenidas; que constituyeran un objeto de intercambio más allá de su contenido (aun las delirantes que tanto dicen). El grupo del altillo nació cuando propusimos a los pacientes reunirnos con una sola consigna: hablar. Cada uno habló de lo que deseaba, de sus preocupaciones, del sentirse discriminados por familiares, vecinos, amigos, por “la gente”; sobre todo de sus gustos e intereses, y emergió con insistencia el placer por leer y escribir, expresarse. De la lectura de estos emergentes surgió, como empresa colectiva, la revista. Su nombre, Revuelo en el Altillo (propuesto por Beatriz y votado por todo el grupo), designa retroactivamente su operación: hicimos un pequeño revuelo al proponer transformar el abandono, la incomunicación, la tristeza, el ocio y la desesperanza en proyecto, en ilusión grupal, en esperanza compartida. Propusimos cambiar el aislamiento y la incomunicación en lazo social, salir del “camino más alto y más desierto” –como lo nombró el poeta Jacobo Fijman–, escuchar, intercambiar, reconocernos. Hoy escriben en la revista no sólo pacientes, sino todos los que trabajamos en el servicio y personas de la comunidad. Llegó a su quinto ejemplar luego de dos años de trabajo, con esfuerzo pero también con profundas gratificaciones al ver los progresos y los cambios que ha habido en sus participantes. En la revista escriben los pacientes, enfermeros, profesionales del servicio y personas, grupos e instituciones de la comunidad que trabajan en el campo de la salud mental, la educación y el trabajo social en Concordia. La revista se solventa con su venta (de la que el 50 por ciento queda para el paciente que la vende) y con pequeñas colaboraciones de personas particulares y cooperadora hospitalaria.

El Ojón

Por Linyera Fina, Mario, Walter, Omar, Laura, Pocho Coquet, Alfredo y Tobías (pacientes y coordinadores del Grupo del Altillo): Ojón, pelo chuzo, mudo, rengo, no usa desodorante, tiene olor a chivo y muchos gases. Además es chueco. Vive debajo del puente y no sabe para dónde ir, pasan los colectivos y no lo levantan y baja nuevamente a los árboles. Dicen que vive solo o con un enano, no se sabe bien. Algunos dicen que estaba necesitado de ayuda y el enanito lo tomó como mascota y lo bañó al pelo chuzo. No lo levantaban los colectivos ni la ambulancia, los milicos y la gente lo discriminaban por su aspecto de linyera y por miedo a que fuera a asaltarlos. El Ojón nació en algún lugar de Argentina y quedó muy aislado, quedó desamparado de sus padres porque no lo querían. El ojón no sabe dónde viven sus padres. Trabajó de albañil y después y siempre de pobre. El perdió, se le terminó la plata y quedó ahí. Lo trajeron a dedo. Ojón se siente triste, desamparado, discriminado, él no sabe buscar ayuda, aunque igual allí no vive ninguna persona. Tal vez hizo cosas malas y quiso arrepentirse, tal vez le hizo una herida a su madre en el corazón y quiso remediarlo. Ojón salía a la calle a juntar dinero porque le faltaba para comer y seguía muy triste. Estaba un poquito loquito –como tal vez lo estuvimos todos alguna vez–, lo levantó la policía y lo trajo a Sala 8 y acá empezó a darse cuenta del problema que tenía y aprendió a buscar ayuda. A Ojón le gustaba mirar las estrellas.

La crecida

Por Adrián Kölln, (psicólogo): El año pasado, Concordia fue afectada por la inusual crecida del río Uruguay y cientos de familias debieron ser evacuadas de urgencia. Este desastre afectó mayormente a los barrios de la zona sur, poblados en su mayoría por gente de escasos recursos. Profesionales del servicio de salud mental del Hospital Felipe Heras, con un equipo integrado por psicólogos, psicopedagoga y terapista ocupacional, concurrieron a los centros de evacuados. La tarea consistió en ofrecer a las personas evacuadas un lugar de escucha y de contención para sus padecimientos, así como ver las necesidades más urgentes de estas personas y actuar como nexo entre ellas y los organismos de defensa civil o las autoridades de las escuelas, que tenían a cargo la organización de los centros de evacuados.

En un primer momento, el indicador de malestar estaba dado por los frecuentes problemas de convivencia entre los evacuados, pero, a medida que avanzaban los relatos, se evidenciaban sus angustias, sus miedos y su fuerte sensación de inermidad. Ante situaciones de este tipo, es frecuente que las personas experimenten emociones tales como dolor, desconsuelo, rabia, resentimiento, tristeza. También son frecuentes las alteraciones del sueño y la ansiedad.

Otro factor que incidía negativamente sobre las personas evacuadas –y las que aún no lo habían sido– era el relato que hacían los medios de información, que, al sobredimensionar el fenómeno, generaban mayores ansiedades.

El mayor padecimiento se vivenciaba cuando las personas regresaban, una vez que el río había bajado, y veían sus hogares destruidos y la necesidad de volver a empezar.

Los abordajes en esos centros de evacuados consistieron en dispositivos grupales: grupos de hombres, de madres, de niños. En los grupos de niños, las actividades fueron mayormente lúdicas, de recreación pero también educativas, en temas de higiene y prevención de enfermedades. También hubo casos que requirieron de asistencia individual y continuaron su tratamiento psicológico en el Servicio de Salud Mental.

Ante el angustioso relato de quienes tuvieron que abandonar sus hogares, se procuró trabajar con los efectos de lo traumático, generar recursos subjetivos para afrontarlo, para que esos efectos pudieran ser simbolizados, para que se pudiera dar cuenta del padecimiento sufrido ante el sinsentido que provoca una catástrofe. En los relatos, insistía la referencia a cómo habían podido salvar del agua algún objeto, generalmente sin mayor valor de uso pero infinitamente valioso para la persona que lo había rescatado. “Para no sucumbir, uno guarda, aun a riesgo de su vida, los objetos prohibidos, intenta rescatar las cosas que el agua se lleva o que el fuego devora. Salvando algo de lo que fue su mundo, intenta salvarse a sí mismo” (José Töpf, “La memoria arrasada”).

Indicadores

Por el grupo de usuarios de la Sala 8: En la sala se internan personas que cuando ingresan, sobre todo si es la primera vez, están confundidas y vemos que faltan carteles indicadores de dónde están los baños, la cocina y la enfermería. Creemos que debería haber un timbre en la oficina de los enfermeros para poder llamarlos. Antes, en la antigua Sala 8, era imposible estar; ahora hay mejoras pero faltan todavía muchas cosas. Los pacientes, con las mucamas, podríamos hacer las mejoras. Sería lindo que hubiera música y plantas para animar este lugar.

“No tengo tele”

Por Inés (usuaria): La depresión es un flagelo muy grave en el mundo; trae muchas consecuencias en el ánimo de las personas, el más grave es el desgano y la indiferencia a todo. Veo que la memoria no retiene nada, la persona se enoja, se pierde, no sabe qué hacer, es horrible. Hay medicamentos para ello y también terapia. Es algo grave. Una de sus consecuencias es la soledad. Yo vivo por lo general sola. No me gusta, me deprime mucho. Por eso tal vez, por la necesidad de estar acompañada, cometo muchos errores, como creer que muchas personas son mis amigos: dicen serlo pero nunca me visitan por lo que los pongo en duda. Por eso he pensado en comenzar con otras amistades. Como le he escrito a otro paciente, me parece que tenemos que arreglarnos entre nosotros, porque al menos nos entendemos. Ahora la tengo a Beatriz; me gusta la gente inteligente y ella lo es. También es sincera y tiene muchas ganas de vivir, cualidades que me gusta que tengan mis amigos. Es muy difícil hacer amigos y relaciones. Yo creo que no hay comunicación de nadie y de nada. Algo que, creo, nos sucede a todos es que, en vez de hablar cuando se come o en cualquier momento, está la tele prendida. Es un problema político, la línea es que todos sean más burros cada día. Yo no tengo tele y tampoco me interesa. Sí me interesaría tener una biblioteca, es un imán para mí. En la tele, lo que muestran es, parece, una carrera para ver quién tiene más cosas.

Por la vergüenza

Por Pocho Coquet (usuario): Están pasando cosas que antes no pasaban. Ahora creo que hay más discriminación, me siento medio solo e incomprendido por la sociedad. Me gustaría que hubiera comida linda todos los días. Que todos los días sean brillantes de sol. Los años pasan rápido, quisiera tener mi casita propia, me gustaría que nunca me faltara platita; uno con platita come de todo a gusto y paladar. Me aburre estar acá en la sala algunas veces. Igual tengo que decir que me gusta todo lo de sala, me siento muy bien y el personal es muy bueno. La comida viene medio fea a veces. Me siento muy bien siendo partícipe de la revista. Tengo expectativas de que salga bien y que le guste a la gente, especialmente lo que escribo yo. Me gustan mucho las frases de Martín Fierro, y les dejo ésta, de Atahualpa Yupanqui, para que la piensen: “Desprecio la caridad, por la vergüenza que encierra; soy como león de la sierra, vivo y muero en soledad”.

“Sanos”

Por Lina Rovira (psicóloga): “La locura forma parte desde siempre del lenguaje de la sabiduría”, dice Lacan en el Seminario “Las psicosis” y cita el famoso Elogio de la locura, de Erasmo, donde la locura se identifica con el comportamiento humano. Durante mucho tiempo los “locos” no eran considerados como enfermos, no pertenecían al campo de la medicina. Recién a mediados del siglo XVII surge el asilo como lugar de encierro para todo tipo de sujetos considerados improductivos y segregados socialmente. No eran espacios para diagnóstico y tratamiento sino para encierro de los marginados del sistema: locos, criminales, mendigos. A partir de los ideales humanitarios de la Revolución Francesa se impone hacer la distinción entre el que es considerado “loco” y los que no lo son. Esta tarea la inicia Philippe Pinel al dedicarse al diagnóstico y tratamiento de quienes comienzan a ser llamados “alienados”. Este paso constituye la medicalización de la locura, su entrada como “enfermedad” en el campo de la medicina; el pasaje de la noción social y cultural de “locura” al concepto médico de “alienación mental”.

Esta alienación, aunque se presentara de diversos modos –melancolía, manía, demencia, etcétera–. tenía una sola forma de tratamiento, que era el “tratamiento moral de la locura”: implicaba la internación, para aislar al alienado de sus lazos y evitar las pasiones que agravan la alienación.

Respecto de los modelos que estudian la locura desde el enfoque sociológico, recibimos la influencia de las posturas nacidas del Mayo Francés y de la “antipsiquiatría”, del grupo inglés de Cooper y Laing: ellos cuestionan los fundamentos de la psiquiatría clásica, llevando su pregunta al discurso mutilante en que el ser humano queda apresado. Rechazamos nuestra locura y es eso reprimido en nosotros lo que nos interpela en el decir de la locura del otro. El loco es aquel que necesitamos para poder definirnos como “sanos de espíritu”. Para la antipsiquiatría la locura es una protección válida, pero fallida, contra la sociedad. Por lo tanto, es necesario darle a la locura la posibilidad de hablar.

Rehabilitación

Por Raúl (usuario): En la Sala 8, de abajo, era imposible dormir por los gritos y porque no había espacio, había que ser fuerte para enfrentar esa situación. (La sala estaba en planta baja y fue trasladada al primer piso por orden judicial en razón del deterioro edilicio.) Lo mejor era el personal que se esmeraba para que todo saliera bien y había una TV que entretenía e informaba. La sala de arriba cuenta con buenos ventanales para mirar hacia la calle y te podés entretener mirando gente, colectivos, autos. La limpieza y la comida siguen siendo buenas pero seguimos los pacientes mezclados. Dormir es un martirio, todos los ventanales sin mosquiteros. Hay que comer con las manos, no hay cubiertos, los sanitarios masculinos y femeninos, tapados. Esta sala debe servir para que toda persona que entre pueda salir rehabilitada, que comience un camino saludable y no salga alterada por las cosas que vivió.

“Por más locos...”

Por Laura (usuaria): Voy al baño y el sarro del inodoro exhala olores nauseabundos, al lado están las piletas de lavar los platos, que no podés ocuparlas para lavarte los dientes y la cara; del otro lado la bañera llena de mugre, que no sabés qué pisás. Buscás un lugar para apoyar el jabón y no encontrás, mirás para el techo y la araña más chica te lleva a pasear en colectivo; los colchones son tan finos que te destrozan la espalda, las mantas tienen olor a pis, las almohadas son tan finitas que es lo mismo que no estén; las sábanas son duras, como telas de bolsas de arroz. Los empleados son divinos, no tienen la culpa, hacen lo que pueden y reclaman todo el tiempo las mejoras. Algunos tenemos que pasar largo tiempo aquí, otros no; por más locos que estemos nos merecemos vivir en lo limpio. Es difícil recuperarte cuando, además de tu mente oscura, el lugar de recuperación está deteriorado.

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