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Psicología|Jueves, 7 de marzo de 2013
Psicólogos sociales ante una enfermedad social

Charla sobre sarna

Este es el relato de la intervención de un grupo de psicólogos sociales –en articulación con los agentes de salud– en un barrio afectado por una epidemia de sarna, que ataca a los chicos. Su acción contribuyó a que los vecinos dejaran de considerar la enfermedad como un hecho individual y vergonzante y así pudieran reclamar por sus derechos.

Por Mónica Di Leo *
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La experiencia de intervención de la que me propongo dar cuenta es parte de un trabajo realizado, durante casi cinco años, en uno de los barrios de la zona sur del Gran Buenos Aires, a partir de la emergencia social del año 2001. Se desarrolló en Los Eucaliptos, en el partido de San Francisco Solano. Con anterioridad habíamos comenzado a trabajar en barrios cercanos como El Sol y Arroyo. Es importante consignar que estos barrios están recorridos por el arroyo Las Piedras, que constituye una fuente de contaminación. Una vecina de Los Eucaliptos, conociendo el trabajo de los equipos de salud –que sábado a sábado desarrollábamos en el barrio El Sol agentes de salud, vecinos y psicólogos sociales– nos convocó por un tema que era una gran preocupación: la epidemia de sarna.

Fue una maestra la que, registrando la problemática que aquejaba a muchos chicos, enunció la necesidad de abordar la situación. El equipo pautó el primer encuentro, que se llevó a cabo el sábado siguiente en el comedor comunitario Los Pibes. En la semana previa, se había puesto un anuncio en el comedor invitando a las mamás del barrio a participar de una charla sobre la sarna. Teníamos inquietud y dudas con relación a la convocatoria, y efectivamente no hubo asistencia. Nos encontramos el equipo y las mujeres que sostienen el comedor pensando en cómo mejorar la forma de convocar. Acordamos en la posibilidad de colocar carteles en otros lugares del barrio e invitar por medio de los chicos a que viniesen al comedor para la charla el sábado siguiente. El mensaje escrito en el cartel era: “Charla sobre sarna, sábado que viene a las 11 hs”.

Durante la semana habíamos contactado a una médica para que participara, entendiendo que era importante que una profesional hablara cara a cara con las mamás y papás, para dar información, tranquilidad y orientación para actuar. Sin embargo, otra vez no tuvimos éxito, sólo se acercó una vecina. Tratamos de justificar las ausencias: el día estaba feo, tendrían dificultades, estaban ocupadas. La persona que se había acercado por primera vez propuso hacer volantes. Los hicimos, se repartieron en cada casa y por el barrio, pero no logramos que la gente se acercara.

Al no tener respuesta favorable, acordamos en que la táctica de comunicación no era la adecuada, como tampoco la técnica, es decir, el contenido del mensaje. Hicimos un recorrido por nuestra propia experiencia de pensar y armar dispositivos, a partir de la logística que nos habíamos dado en los primeros meses en otros barrios de Solano y que nos había permitido plantear una estrategia para desocultar la desnutrición. Decidimos recrear el dispositivo utilizado entonces para la particularidad de esta nueva instancia. Se trataba de recuperar una modalidad de trabajo eficaz en el modo de acercarse a la gente.

Salimos a la calle. Elaboramos un nuevo mensaje. Nos proponíamos transmitir lo siguiente: “Sabemos que hay una epidemia de sarna en la zona y que la mayoría de las escuelas está tratando el tema. Este es uno de los barrios más afectados. El sábado que viene va a venir una médica para hablar sobre la sarna e informar cómo podemos tratarla entre todos. Nos vamos a reunir en el comedor Los Pibes el sábado a las 10”. Fuimos casa por casa acompañando a los agentes de salud para transmitir el mensaje. Como en la experiencia anterior, los psicólogos sociales operamos como sostén de los agentes de salud, de modo que pudieran dar el mensaje a familias que no eran cercanas ni conocidas.

Después de haber mejorado la comunicación, el puente a través del cual llegar a los vecinos, rectificamos la planificación del encuentro. Al sacar el mensaje de lo personal y transmitirlo a través del equipo de salud, operábamos sobre lo colectivo. El cuarto sábado sacamos las sillas a la calle de tierra formando una gran ronda. Alrededor de las 10, comenzó a sonar música; los agentes de salud se acercaban a las casas de los vecinos a decirles que los esperábamos. Esta vez, la convocatoria fue un éxito. El hacer público lo que se considera privado, sacarlo de lo personal y compartirlo, estaba dando resultado.

La identificación de los obstáculos, tanto para comunicar como para apropiarnos de lo que habíamos hecho y sistematizarlo, operó en dos sentidos. Para nosotros redundó en un aprendizaje, y a los vecinos les permitió encontrarse y poder compartir angustias, temores, carencias: “Tengo los chicos con sarna, los llevé al hospital y me dijeron que era alergia”; “No tengo plata para comprar el medicamento”; “En el hospital no te lo dan; sin embargo, tenemos derecho a curarnos”. La posibilidad de identificación con los vecinos nos facilitó generar una situación de proximidad que permitió hacer efectivo nuestro propósito de situar a la sarna o escabiosis como una enfermedad social, para que pudiera ser dejado de lado el sentimiento de culpabilidad por padecerla. La sarna es una enfermedad de la pobreza, que se monta sobre la desnutrición y como ella es ocultada, aísla y avergüenza.

Un ejemplo de esto fue ver a un papá que se acercó y, mientras revisaban a sus hijos, se mantuvo de espaldas al grupo; escuchaba pero no quería mirar. Su actitud da cuenta de un sentimiento de pudor del que tomamos nota para que, luego, alguno de los agentes de salud se acercara y lo acompañara en esa situación. A medida que la médica avanzaba en su charla, las mamás iban mostrando las marcas en la piel de sus hijos. Las características de las lesiones indicaban en qué estadio se hallaba la enfermedad. La profesional explicó lo necesario para terminar con la epidemia: no basta con que se use jabón blanco, lavandina u otros antisépticos; se necesita el fármaco específico, permetrina, para realizar un tratamiento de, por lo menos, cinco días. La médica, en la charla, explicó que el producto comercial es caro, pero el genérico es accesible y que el hospital de la zona puede proveerlo.

Como efecto de la intervención, los agentes de Salud se dirigieron al hospital, expusieron el problema, exigieron el suministro de la permetrina, la racionaron y la repartieron en el vecindario. También informaron cómo lavar la ropa y tratar a los animales domésticos para evitar nuevos contagios.

Con relación a la experiencia verificamos la importancia de: 1) conocer la particularidad de cada barrio; 2) realizar entrevistas a los vecinos; 3) pensar una táctica comunicacional apropiada y un mensaje inclusivo y no subestimar la dificultad para la convocatoria; 4) registrar la resistencia que provoca en el operador el temor al contagio; 5) registrar que las situaciones dolorosas siempre afectan y que es necesario compartirlas con el equipo; 6) entender la necesidad de sistematizar las experiencia e incorporarlas a la modalidad de trabajo.

El operador, en barrios como el que aquí abordamos, ejerce su rol y asume liderazgos intentando abrir situaciones dilemáticas, desocultar significaciones que se expresan en palabras largamente acuñadas. Hace propuestas, sin considerarlo impertinente, y trabaja con la pregunta, que es una primera herramienta con la que se acerca a los vecinos para saber de ellos.

En el ámbito de la intervención, es fundamental hacer un análisis que dé cuenta de la relación entre lo objetivo y lo subjetivo, entre mundo externo y mundo interno. El escepticismo, que tiene origen en situaciones objetivas, como por ejemplo promesas de soluciones incumplidas por el Estado, instala preguntas, tales como: ¿para qué vamos a seguir con esto?, ¿cuánto hace que venimos esperando y nunca pasa nada?, en forma estereotipada. Entonces, es posible que se recurra al mecanismo de negación para aliviar provisoriamente un sentimiento doloroso, en una construcción relacionada más con la ficción que con la realidad.

Un espacio grupal que se sostenga en los vínculos con los vecinos ayuda a abordar situaciones como la relatada; por ejemplo, modificar el sentimiento de escepticismo, deconstruir la estigmatización del padecimiento de una enfermedad, lo que da la posibilidad de buscar la solución al problema. Reorganizar el pensamiento (mundo interno) permite abordar la problemática que aqueja (mundo externo). Esta adaptación activa de los sujetos se sostiene en una red vincular, por ejemplo en las instituciones que en esta instancia respondieron –el hospital–, fortaleciendo de esa manera la organización de los vecinos en el desafío continuo de los problemas sociales.

En esta instancia, el equipo de psicólogos sociales acuñó el concepto de “grupo itinerante”. Así denominamos a esta modalidad de funcionamiento que implicó el traslado de barrio en barrio, con el objetivo de generar un espacio en el que se comenzara a pensar y abordar la temática de la salud entre los vecinos, y mostrar un modelo de trabajo. Una de las funciones de los grupos itinerantes era oficiar de sostén de los nuevos vecinos que se incorporaban al trabajo en Salud para desarrollar la tarea en sus barrios.

En la actualidad, insertados en otros ámbitos barriales, los acercamientos a los vecinos, a través de los pasos que fuimos aprendiendo y que describimos, siguen siendo operativos y nos permiten rediseñar, en cada caso, una metodología que procure ser eficaz en el trabajo en la comunidad.

* Coordinadora del Area Comunitaria de la Primera Escuela Privada de Psicología Social. Texto extractado del trabajo “La oportunidad de rectificar”, incluido en La salud mental como construcción colectiva. Aportes de la psicología social, de Beatriz Irene Romero (comp.), Ediciones Cinco.

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