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Psicología|Jueves, 8 de enero de 2004
SOBRE LA “TECNOLOGIZACION” DEL LAZO SOCIAL

La hormona del amor imposible

Por Mario Pujó *

“La amistad entre mujeres reduce el nivel de colesterol”, anunciaron algunos medios periodísticos hace unas semanas. Según un estudio de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), las mujeres reaccionan al estrés acercándose a sus seres queridos, hijos y amigos, mientras los hombres responden con hipertensión, comportamientos agresivos, aislamiento, ingesta de alcohol y drogas. Diferencia genérica que resulta ser ¡genética!, de acuerdo con la habitual creencia de los norteamericanos en que toda causalidad es genética: si la tensión nerviosa conduce a liberar “oxitocina” en ambos sexos, la elevada secreción de testosterona en el varón tiende a reducir los efectos benéficos de la hormona. El doctor Michel Odent, de aquella universidad, manifestó que “la oxitocina, hormona del amor y el altruismo, es fundamental en los primeros minutos de vida, un período crítico para el desarrollo de la capacidad de amar”.
Esta ocurrencia hace explícito un dispositivo de producción de verdades cuyas concreciones tecnológicas intervienen generosamente en el disciplinamiento del cuerpo social.
Hay una secuencia por la cual la sustancia identificada con una acción específica es luego disociada de ella, para ser provista en su ausencia y como su compensación; lógica que rige los protocolos de investigación en farmacología. No es difícil prever así que la hormona secretada por la relación de amor será luego provista para compensar situaciones efectivas de desamor materno o soledad individual. Gracias a estos estudios de salud bioconductual podremos prescindir de todo contacto afectuoso con nuestros semejantes. El individuo podrá vivir en plenitud su soledad.
No se trata de ironizar sobre los extraordinarios beneficios que la ciencia aporta a la vida cotidiana y que hemos aprendido a incorporar a nuestra clínica: no esperamos forzosamente a develar lo-que-quita-el-sueño para atacar su secuela de insomnio, ni a destejer las encrucijadas de una-viril-impotencia para combatir sus efectos desvirilizantes. Pero sucede que los descubrimientos de la ciencia, en condiciones crecientes de paliar los déficit de cualquier desempeño, pueden también sustituir el despliegue natural de funciones elementales como el sueño, el apetito, la saciedad, el humor o la erección sexual.
Y esto amenaza el vínculo entre las personas y acecha sobre la estructura misma del lazo social, al generar modalidades de satisfacción que autonomizan al sujeto respecto del Otro y procurar un placer-displacer más allá del principio del placer, que tiene carácter adictivo.
Martin Heidegger, en los años ‘50, anticipaba: “Lo verdaderamente inquietante no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que la revolución técnica pudiera fascinar al hombre, hechizarlo, deslumbrarlo y cegarlo de tal modo que un día el pensar calculador pudiera llegar a ser el único válido y practicado”.

* Director de la revista Psicoanálisis y el Hospital.

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