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Psicología|Jueves, 19 de febrero de 2004
EL FENOMENO DEL EXTRAÑO COMO DEVENIR QUE SE PRESENTA ENTRE LOS MIEMBROS DE LA PAREJA

“Señora, no cabe duda, nos hemos visto antes”

En las parejas tiene lugar –según el autor de esta nota– el “fenómeno del extraño”: esta extrañeza no proviene del uno ni del otro, ni de sus historias personales o de pareja ni de ningún conflicto: se ha creado “entre” los dos y debe aceptársela, porque “es un devenir que hay que atravesar experimentándolo”.

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Por Eduardo Pavlovsky

En La cantante calva –conocida obra del dramaturgo rumano Eugene Ionesco– ocurre la siguiente escena: un tal señor Martin tiene sentada frente a sí a una mujer. Al señor Martin le parece haber encontrado en alguna otra parte a la señora que tiene enfrente. La señora también tiene esa misma impresión, pero no recuerda dónde. Así continúan un diálogo intentando encontrar el tiempo y el lugar que los identifique a ambos en algún posible encuentro anterior. El diálogo incluye a la ciudad de Manchester, que los dos dicen conocer muy bien. También parecen reconocerse en que ambos son asiduos viajeros en la segunda clase de un tren, pero no recuerdan haberse visto en el tren. Así continúa el diálogo intentando buscar otras coincidencias. Ante algunas coincidencias más misteriosas –por ejemplo, la de viajar en los asientos número 3 y número 6 del mismo tren, lo cual los ubicaba uno frente al otro– los dos repiten siempre la misma frase: “¡Qué curioso, qué coincidencia, qué extraño!”.
También viven en la misma calle en Londres, en el número 19 de la calle Bromfield. Es posible, agrega el señor Martin, “que nos hubiésemos encontrado en la misma casa”. Ella, más remisa, dice que es posible, pero que no lo recuerda –a pesar de que ambos viven en el departamento 8 en el quinto piso–. ¡Qué extraño y que coincidencia!, dice el señor Martin.
Finalmente el señor Martin dice tener una niña de dos años con un ojo blanco y un ojo rojo; es muy linda y se llama Alicia. La señora dice también tener una hija de dos años con un ojo blanco y un ojo rojo y que también se llama Alicia. ¡Qué curiosamente extraño!, dicen ambos. Después de un silencio largo y que se supone de profunda reflexión, el señor Martin se levanta y se dirige hacia la señora, que también se levanta muy suavemente. “Entonces, estimada señora, no cabe duda, nos hemos visto ya y usted es mi propia esposa: ¡Isabel te he vuelto a encontrar!.” Ambos se abrazan. Ella dice: “Donald, eres tú, darling”. Se abrazan y se duermen.
David Cooper –creador, junto a Ronald Laing, del movimiento de la Antipsiquiatría en Londres– señalaba esta escena de Ionesco como emblemática de las patologías familiares, sugiriendo además que la literatura es un lugar apropiado para encontrar los grandes síndromes psiquiátricos familiares (esta escena de Ionesco citada por Cooper ha sido trabajada en el Taller de Juegos Teatrales del Hospital Alvarez, sala de internación de salud mental. Coordinación: Federico Pavlovsky, Cyntia Fraga y Eduardo Misch).
Fuera de toda patología, la escena de Ionesco nos puede orientar hacia otra dimensión: el fenómeno del “extraño” en la pareja, como devenir normal y digno de ser atravesado y experimentado; como producción de la extrañeza entre los dos miembros de la pareja. Es un acontecimiento que no alude a la historia individual de los dos miembros de la pareja, ni a la historia creada a través de los años, ni a ningún conflicto en especial. Es un fenómeno creado entre los dos; un desvío de la historia, un tercero de extrañeza que debe aceptarse como producción de la pareja. Un devenir que hay que atravesar experimentándolo.
Borges decía que, cuando escribía con Bioy Casares, a veces no se reconocía él ni reconocía a Bioy: “No éramos los mismos en esos momentos”.
Un extraño que habita entre los dos y que les impide reconocerse, como en la escena de Ionesco; un tercero que inunda la escena: toda pareja produce ese sentimiento de extrañeza, el de estar en un momento con alguien a quien no reconocemos y habitados por esa extrañeza entre los dos. Lo importante es aceptar esta producción y tratar con normalidad aquello que podemos vivir como extranjero y misterioso. La extrañeza entre la pareja y el devenir extraño con el otro son fenómenos de devenires que no aluden a ninguna causa en especial. No hay causalidad. Hay sóloproducción entre. Toda pareja se siente “extraña” alguna vez. Pensémoslo en nosotros. Son simplemente eso, devenires, sin una clara representación.
¿Qué hago con este extraño en este largo domingo interminable, cómo llegué a esto? ¿Quién es? ¿Cómo entró en mi vida, para entrar y salir de mi baño con tanta naturalidad? Todas estas frases intentan capturar alguna línea argumental: tedio, mala relación de objeto, desafecto, principio del final, desgaste, etcétera. Pero son todas líneas argumentales para capturar un fenómeno de producción entre que carece de representación.
Son nuevas microhistorias que se están gestando. Nuevas máquinas de nuevos sentidos a producir. Es un simple desvío. Nuevos territorios a explorar. Nuevos devenires existenciales.
Como diría Donald Winnicott: a veces el paciente realiza un largo discurso que carece de “sentido”. El “sin sentido” produce en el analista ansiedades agorafóbicas, y trata, por medio de la interpretación, de capturar y territorializar el espacio abierto del “sin sentido”. Quiere hacer representable lo que en el momento carece de representación. La mayoría de las veces, si el analista no interpretara, el paciente lograría un nivel de contexto de descubrimiento. Se convertiría en un pequeño creador.
Deleuze diría: no hay nada que interpretar. Hay simplemente que experimentar. Pero, ¿experimentar qué? El fenómeno de extrañeza que se produce entre la pareja. No intentar comprenderlo, sino experimentarlo. Simplemente atravesarlo. Devenir extraños.
Alberto Ure, en los ensayos de Telarañas, cuando yo le exigía algún nivel de explicación de mi personaje “Padre”, decía: “Quedate con la sensación de novedad de lo experimentado en el ensayo, de perplejidad, no intentes capturar nada, y recuperaremos nuevos sentidos de la obra y de tu personaje”.
Lo personal.
Cuando Susy me dijo el domingo: “Tengo la sensación de que no te conozco, no sé qué hacemos juntos, hemos pasado la tarde sin saber quiénes somos” yo le contesté: “Estoy casado y jamás pretendería tener algún momento de intimidad con usted. Por otro lado no es mi tipo. Mi tipo es Sharon Stone. Y no sé con qué derecho me habla en esos términos tan lujuriosos”. Más tarde sin palabras, nos acercamos y dormimos como el matrimonio Martin en la obra de Ionesco. ¿No nos sentimos a veces extraños en la pareja? ¿Increíblemente extraños? Qué bueno eso de no reconocerse de vez en cuando. Qué saludable. Qué creativo. ¡Qué descanso!
Guattari dice que el sentimiento de extrañeza puede ser compartido con un “intercesor”, alguien que pueda resonar con la extrañeza. A veces el intercesor pueden ser los mismos miembros de la pareja. Es un desafío. Vale la pena correr el riesgo.
Finalmente, un comentario de Deleuze: “La historia no dice lo que somos, sino aquello de lo que estamos en vías de diferir. Diferir de ello, no para descubrir lo que se es, sino para experimentar lo que se puede ser”.

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