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Psicología|Jueves, 27 de mayo de 2004
A PARTIR DE LOS “CUATRO DISCURSOS” FORMULADOS POR JACQUES LACAN

“Ningún amo puede gobernar sin resto”

Por Adriana Casaretto *

Cada discurso funciona como aparato regulador del goce y es sinónimo de lazo social. “El discurso es un lazo social”, dice Jacques Lacan. Cada discurso indica la regulación del goce en la relación del sujeto con el otro. Los “cuatro discursos” son abordados de lleno en el Seminario XVII, de Jacques Lacan, y tienen antecedentes en especial en el Seminario XI.
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El discurso está en relación con la lengua hablada pero la excede: puede haber un discurso sin palabras; un ejemplo de esto es el superyó, que funciona silenciosamente. Otro es lo que Freud define como “reacción terapéutica negativa”: allí donde se esperaría que el padecimiento sintomático se resolviera, resulta agudizarse. Estos ejemplos dan muestra de que al discurso efectivamente pronunciado subyace otro discurso.

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Todos los discursos guardan un imposible; cada discurso resguarda, atesora, respalda un imposible. Discurso del amo: el imposible de gobernar lo real. Discurso de la histérica: el imposible de hacer desear. Discurso universitario: el imposible de educar lo real. Discurso del analista: el imposible de analizar. A aquellas tres “profesiones imposibles” de las que habló Freud, Lacan agrega el hacer desear. Si se pretende gobernar, hacer desear, educar o analizar sin resto, se cae en la impotencia.
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El amo suele creer que es amo sin falta, ignorando que el fantasma sostiene su realidad.
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Al amo no le interesa saber por qué funcionan las cosas; le interesa que las cosas funcionen, marchen y para eso pone a trabajar a otros. Una cosa es el saber y otra es el comando del saber.
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Solemos creer que el amo es un gran gozador, pero más bien es un esclavo de su posición. Debe velar para que no se le quiebre nada y esto se le complica por no poder subjetivar su límite.
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Lo habitual es referirse a la connotación negativa del discurso del amo, pero hay que considerar que es el que permite la regulación de la ley en el punto de la organización; es necesario para que el lazo social esté regulado.
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Un buen amo sabe que no se puede gobernar sin resto, sabe que es imposible comandar el saber si no se tiene en cuenta el límite estructural.
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El discurso del analista es el revés del discurso del amo.
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El análisis no cambia sólo la posición del sujeto en la estructura, lo cual es fundamental, sino también la posición del objeto. El objeto “a” pasa de ser un deyecto gozado por el Otro a ser causa vacía de la división del sujeto deseante.
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El psicoanálisis nace en relación con la falla del discurso médico: allí donde no se podía con el malestar que aquejaba a las histéricas, Freud pudo escuchar lo real del goce, descubrió que había un deseo inconsciente sosteniendo los síntomas. Escuchó lo que la medicina no escuchaba.
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Es posible plantear, como hipótesis, que, en las instituciones públicas, los analistas estarían para hacerse cargo de lo que no termina de funcionar en el punto del límite del amo.
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La vida da oportunidades de lo más variadas para encontrarse con el límite de lo real. Ocasiones para “morder el polvo”, como se dice vulgarmente. Esto suele marcar a los sujetos y –en el mejor de los casos– hacer mella en su omnipotencia y en el narcisismo que operaba en los tiempos de “su majestad el bebé”. Otra vía para la subjetivación de la castración es el recorrido de un análisis.
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¿Qué significa asumir lo imposible? Estar advertido profundamente de que lo real es este resto que escapa a toda captura imaginaria.

* Directora y docente de Centro Dos. Los textos publicados forman parte del trabajo “El psicoanálisis, la institución y los discursos”.

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