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Psicología|Jueves, 18 de julio de 2002
LAS IMAGENES MEDIATICAS FRENTE A LA RENEGACION

La verdad sostenida como una bandera

Por Raquel Jaduszliwer *

El poder galvanizador adquirido por las imágenes fotográficas de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán obliga a repensar el valor de la imagen en su relación con la verdad, un valor que ha sido en general desestimado. Las concepciones críticas acerca de las características de la videocultura instalaron la idea de que las imágenes mediáticas producen un efecto de disolución de la realidad: un simulacro retransmitido como “cobertura” de acontecimientos, transformados éstos en imágenes planas, autosuficientes y desconectadas irreversiblemente de todo referente en lo real, y por lo tanto propensas al montaje y a la manipulación. A medio camino entre el fenómeno onírico y lo alucinógeno, las imágenes mediáticas se ofrecen como herramientas óptimas para ser instrumentadas como los más eficientes guardianes del buen dormir consensuado de una subjetividad hipnotizada.
Si se acepta este tipo de caracterización, necesariamente se acepta también que la información brindada por documentación fotográfica difundida a través de los medios, llega a destino inevitablemente neutralizada. Y no sólo por el poder puesto en juego detrás de los operativos de prensa, sino por el modo de funcionamiento mismo de los dispositivos de comunicación a través de los cuales dichos operativos se ponen en marcha.
Sin embargo, el efecto de verdad producido por la difusión de la documentación y el material fotográfico de los asesinatos perpetrados por la policía el 26 de junio demuestra que no necesariamente las cosas son siempre así.
Si en el simulacro la imagen disuelve el “original” y lo real deviene pura imagen, y nada más que imagen, en la reconstrucción de los asesinatos del 26 ocurre justamente al revés: lo real, justamente aquella parte que había quedado excluida de las ficciones encubridoras del discurso oficial, se presentifica y toma cuerpo en las fotografías y en el relato de los testimonios hilvanados por ellas. Pero además, por lo menos en este caso, la carga de verdad que las fotografías mismas llevan consigo, no sólo tiene valor a nivel de la información que transmiten sino también como catalizadora de la movilización social relanzada a partir de su contundencia. Adquiriendo valor icónico, las figuras de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán se vuelven documentos de identidad para lo que se resiste a permanecer como lo indocumentado de la historia.
Nuestro horizonte cotidiano se despliega en una brecha entre el saber y la creencia. Cuando lo que se sabe resulta inasimilable, es decir, del orden de lo traumático, la respuesta escinde al sujeto en un “sé que es así pero no puedo creerlo” (Cf.: Zizek, S., Porque no saben lo que hacen. El goce como un factor político, Buenos Aires, Paidós, 1998). El conocimiento traumático queda fuera de la articulación simbólica, que sigue operando como si no supiéramos. Para que pueda ser integrado al universo simbólico, se requiere de un trabajo que remonte este mecanismo propio de la constitución del sujeto.
Y justamente es este mecanismo renegatorio el que actúa como punto de apoyo para la manipulación mediática de la información, que a su vez opera gracias a la brecha entre conocimiento y creencia, y no sólo por desinformación.
Por esta razón –entre otras muchas razones–, el valor de verdad de las imágenes del 26 de junio no se instala de un solo gesto sino que debe ser sostenido en el tiempo y reactualizado en sus efectos. Esas son sus condiciones de posibilidad. La eficacia renegatoria de la creencia, potenciada cuando es abonada desde el poder, no puede ser disipada por medio de ningún acto de conocimiento producido “in vitro”. Sólo se sostiene transformado en bandera.

* Psicoanalista.

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