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Psicología|Jueves, 9 de agosto de 2012
Peripecias infantiles de la sexualidad

“El pene y el clítoris se erotizan igualmente”

Por Gérard Pommier *

En el niño y la niña, el pene y el clítoris se erotizan igualmente. Hay, pues, igualdad del goce, a pesar de la diferencia de tamaño. Así se instala la creencia en un símbolo único, el falo, que también continúa instalada en el caso de los adultos, para la mayoría de los cuales el sexo femenino engendra una duda constante. Hay que verificar cómo está hecho o hasta –¡sobre todo!– no mirar muy de cerca.

A partir de esta creencia surge un problema: si tanto el goce de los hombres como el de las mujeres está regido por este único falo, ¿hay una bisexualidad o un símbolo único? Estas dos proposiciones parecen incompatibles. ¿Cómo acomodar estas dos realidades psíquicas que no tienen relación con la fisiología? La existencia de un único símbolo sexual, el falo, contradice la existencia de dos géneros.

Para los dos sexos, la masturbación de esta zona fálica se vuelve inmediatamente culpable, puesto que así el niño rehúye a la madre, que querría que el/la bebé sea su falo y que es traicionada por él pues él lo tiene al falo. Esta culpabilidad corresponde a una angustia de castración de la madre, multiplicada por el temor de perder su amor, puesto que la masturbación traiciona la demanda de ella. Dejar de ser un ángel para devenir un demonio, entrar en el goce de órgano, el de las masturbaciones vergonzosas aunque deliciosas, conlleva la culpa y el miedo a ser abandonado.

El sujeto entra en el orden de la falta, no porque habría prohibiciones exteriores que pesarían sobre él, sino porque su culpabilidad ordena ya un placer que no debería tener. ¿Cómo desembarazarse de esa culpa sino mereciendo un castigo que permita esperar que el amor materno va a subsistir a pesar de la falta cometida? Y así es como se inventó el mito de un padre que castigaría, aun antes de que apareciese un padre real. Pues, ¿de qué otra manera podría resolverse el problema? Habría que recibir un castigo, pero ¿quién castigaría? Como el castigo busca conservar el amor de la madre, es mejor que lo administre otro: un padre cumpliría perfectamente ese papel de fustigador. El castigo salvaguarda el amor y preserva, al mismo tiempo, la excitación sexual.

Naturalmente, los “golpes” deberá recibirlos el objeto del litigio, es decir, el pene, de tal suerte que el padre aparecerá además como el agente de castración. En un encadenamiento temporal apretado se producen sucesivamente la excitación sexual masturbatoria, la angustia de la castración materna, la demanda de castigo, seguida, finalmente, por la castración por parte del padre. La aparición musculosa de un padre fustigador preserva el amor materno, ahora desexualizado, y su castigo equivale a la excitación sexual que sanciona. Si la masturbación es culpable y, por lo tanto, castigada, el castigo adquiere entonces la misma significación erotizada que la erección. Los “golpes”, en sí mismos, van a provocarla: sin el castigo, la excitación quedaría inhibida a causa de una culpa excesivamente profunda y para hacerse completamente inocente, la idea del castigo (o de la interdicción) va a preceder la excitación. La reconstrucción de este encadenamiento no tiene prueba mejor que el profundo masoquismo que condiciona la sexualidad humana, que nunca es más voluptuosa que cuando la condimenta una trasgresión. Los “golpes” del padre (puramente fantasmáticos) erigen el falo, y esta condición de la excitación imprime su masoquismo en el erotismo humano, tan deseoso, si no de fustazos y torturas, al menos de lágrimas y humillaciones.

Como resultado de ello, el padre da el falo, puesto que excita, en el sentido en que su castigo provoca una erección. De manera tal que los “golpes” del padre seducen. De agente de castración, pasa a ser además agente de seducción y así consolida un traumatismo sexual de origen, ligado al principio con la angustia de castración. Resultado inesperado y contrario a la moral: bajo la apariencia de agente de la castración y torturador, el padre deviene el primer seductor. Tanto el varón como la niña reciben “golpes” que los excitan y así son seducidos por ese padre ante el cual se sienten culpables. Esta seducción no es el efecto de ningún halago encantador, sino de un castigo mediante el cual el niño espera ser redimido. El deseo nace en la falta cometida y gracias a ella.

Así se produce el descubrimiento de la clase de núcleo indestructible de una bisexualidad inconsciente, incomprensible por donde se la mire, la de la dimensión puramente subjetiva de un trauma sexual del que el sujeto se siente culpable cuando en realidad lo ha sufrido. La vergüenza y la prohibición consolidan en lo inmediato el placer masturbatorio peniano o clitoriano. Ante los “golpes” del padre, la fantasía que pone en erección tanto al varón como a la niña los feminiza y da su sentido inmediato a la bisexualidad psíquica: por un lado, el/la bebé es feminizado/a por el padre cuando recibe los “golpes” y, por el otro, es masculinizado pues este castigo lo pone en estado de erección. Esta bisexualidad psíquica es, en el fondo, correlativa de la castración, su sinónimo.

A la luz de esta bisexualidad, muchos enigmas se vuelven relativos. Tal el caso del misterio de la femineidad, que fascina o aterra a los hombres. Pero se trata de su propia femineidad ¡de la que no quieren saber nada! O el caso de la “envidia del pene”: la mujer, decepcionada por el amor de la madre, esperaría el falo del padre. La afirmación de Freud de que “las niñas esperan el falo del padre” suele asombrar, pero el hecho es que los “golpes” las excitan –como al varón, por otra parte– y su placer clitoriano se asegura a la sombra de esa fantasía violenta. Entregándose a sus actividades onanistas, las niñas sueñan con una buena tunda administrada a esos alter ego que son los varones. En esta escenografía del “niño al que le pegan”, “el padre” no es más propietario del falo que los hombres porque, al contrario, lo da. El falo dado por el padre se ofrece para los dos géneros y éste es el instante en que se decide la elección de uno de ellos.

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