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Psicología|Jueves, 12 de febrero de 2015
Neoliberalismo y vulnerabilidad

El mercado del cuidado

Por Concepció Garriga

El cuidado sigue “feminizado” y, en el momento en que las mujeres blancas de clase media y alta no desean o no pueden seguir proporcionándolo, acuden a las “mujeres globales”, emigradas, de las que se “extraen” –con la misma terminología de la extracción de recursos naturales– las funciones relacionales, íntimas y de cuidado. A menudo estas mujeres dejan a sus hijos e hijas y a sus maridos –desocupados– para hacer el trabajo relacional del Primer Mundo: cuidar a criaturas y personas mayores; en la adopción internacional, proporcionar criaturas, a veces robadas, para parejas infértiles; proporcionar sexo y/o devenir esclavas sexuales de alguna mafia; proporcionar esposas “exóticas” obtenidas por correo para hombres occidentales que así quieren asegurarse de que serán “menos liberadas” que las autóctonas, en la medida en que dependerán de ellos. Esta desigualdad económica crea relaciones de dominación y sumisión en muchas esferas y contribuye a modificar y devaluar los vínculos de todo tipo: comunitarios, entre las parejas y entre padres e hijos que, a su vez, sostienen las relaciones de poder existentes. La mezcla de amor y negocio se vuelve más compleja en tiempos de globalización. Pero, además, muchas “mujeres globales” traen experiencias traumáticas que inevitablemente transmitirán.

En el neoliberalismo, en vez de una política preocupada por el bienestar común, encontramos un emergente “mercado del cuidado” que se confabula con los sentimientos omniscientes de invulnerabilidad; la cultura de que “yo puedo comprar una seguridad para mí y para mi familia”, siendo el “mercado del cuidado” el lugar donde aún se permite la existencia de la empatía y la vulnerabilidad en la cultura neoliberal.

Layton (“¿Quién es responsable? Nuestra implicaciones mutuas en el sufrimiento de cada cual”) describe la subjetividad neoliberal como una versión de la subjetividad contemporánea, disponible tanto para hombres como para mujeres de cierta clase y que, marcada por un repudio a la vulnerabilidad, promueve la actividad maníaca, devalúa el cuidado y niega tanto la dependencia como la interdependencia. Es la formación reactiva contra la bondad y abnegación femenina devaluadas, que limita la capacidad de empatía y disponibilidad. Esta subjetividad neoliberal condena a las personas que la escogen a una vida de soledad y de aridez. Aunque las personas –desconectadas– que logran esta posición sufren, sin embargo se defienden tenazmente contra la exposición a anhelos relacionales, agarrándose a los placeres que les proporciona la posición cultural que los marca como superiores y alejados de necesidades y vulnerabilidad.

Sacudir esta posición es muy difícil, porque contiene elementos psíquicos y sociales. El daño, efecto traumático, que han producido el capitalismo con la desigualdad de clases, el sexismo con la desigualdad de género, el racismo y la homofobia a lo largo de años, hacen muy difícil el trabajo terapéutico, porque la capacidad de tener otra perspectiva está muy maltrecha en muchas personas. Sin embargo, la psicoterapia es una de las pocas posibilidades institucionales de dar respuesta a algunas de las tendencias destructivas actuales como la evitación del duelo, la instrumentalización de las relaciones, la actividad maníaca.

Además, dice Layton, para contrarrestar les escisiones que producen las jerarquías de poder, debemos ser muy conscientes como terapeutas de las maneras como utilizamos defensivamente nuestra propia posición en las jerarquías de clase, raza, sexuales y de género para caracterizarnos como superiores ante nuestros pacientes; sólo así podemos ser conscientes de nuestra implicación en el sufrimiento mutuo.

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