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Sociedad|Martes, 18 de marzo de 2008
Mataron a su hijo alegando que el arma se disparó al tropezar, y ahora la balearon a ella

Bonaerenses con patas negras

En octubre de 2007 el policía de San Nicolás Juan Manuel Malizia dio muerte a Manuel Maturana. Dijo que su arma se le disparó al tropezar cuando salía del auto. Ahora, la madre del chico fue baleada por otro policía que alegó también un traspié.

Por Horacio Cecchi

El 7 de octubre, le mataron a su hijo, Manuel Gutiérrez Maturana. Verónica, su madre, que venía sosteniendo el juicio contra el acusado de homicidio culposo, el policía (sin pase a disponibilidad) Juan Manuel Malizia, en servicio (activo) en la comisaría 2ª de San Nicolás. La versión maliziosa sostenía que al salir de su auto se tropezó y su pistola se disparó. La bala vino a dar en la cara del chico que supuestamente fugaba armado y en bicicleta. La noche del sábado pasado, un día antes de declarar, la mujer llegó a su casa y encontró todo revuelto, especialmente el cuarto que había pertenecido a su hijo. Llamó a la policía. Acudió una patrulla de la segunda. Los policías revisaron, con escopetas. Se ve que cargadas. A uno de ellos se le disparó la escopeta. Una bala, de goma, vino a dar en el abdomen de la mujer, madre y testigo. No hubo negligencia. Sólo un tropiezo con Malizia.

En la investigación inicial, la versión del oficial Malizia sostuvo que dos chicos habían intentado robar una moto el sábado 7 de octubre durante la mañana. El motociclista logró zafar, pero cuando los dos chicos escapaban, Malizia, que pasaba por allí de franco, los persiguió. Según el policía, uno de ellos le apuntó con su arma, siempre pedaleando en bicicleta. El policía salió de su auto con su pistola en mano, pero tropezó, el arma se disparó con tanta mala suerte que el proyectil rebotó contra el piso y vino a dar en la nuca del chico, que murió en el acto.

El caso desató en San Nicolás una serie de marchas en reclamo. Pero los nicoleños tienen su temperatura propia. Las marchas no reclamaban justicia para Maturana, sino la pérdida de los “ejemplares padres de familia” (en referencia a Malizia), según lo definió una solicitada de la CGT y las 62 Organizaciones.

Usted se preguntará por la relación. Ninguna, salvo que Malizia fue chofer y custodio de Brunelli, el mandamás de los metalúrgicos nicoleños, y que el abogado que defiende al ejemplar padre de familia se llama Jorge Ingrata y trabaja para la UOM.

Curiosamente, unos días después de la solicitada, publicada durante el escaso período que pasó entre rejas Malizia, rompieron los vidrios de la casa del defensor oficial Gabriel Ganón. Ganón intenta representar a la familia pese a la oposición del camarista Eduardo Alomar, cuyo nombramiento había sido rechazado por organismos de derechos humanos. Todo un mundillo a los pies de la virgen.

Presiones son presiones. Finalmente, Malizia quedó libre, imputado de homicidio culposo, y para no echar a perder al raleado semillero de padres ejemplares, lo dejaron seguir trabajando en la misma comisaría. El caso ameritó cambios a nivel de base: una suela nueva en sus zapatos.

El caso no terminó allí, porque la investigación derivó en un juicio por homicidio culposo contra el teniente en funciones. A todo esto, Malizia ya llevaba varias causas o denuncias en su contra. En una de ellas, presos de la segunda lo acusaron de fabricar una causa. Uno de los alojados en la comisaría sostuvo en su denuncia que el propio Malizia recorría las celdas mostrando las fotos de los detenidos en la causa armada con la recomendación, la atendible sugerencia de que los reconociera. El caso finalmente fue abandonado y Malizia, sobreseído.

El encuentro en la calle Mitre, entre Rondeau y Alvarez, de San Nicolás, aquel sábado 7 de octubre, cuando se produjo el supuesto intento de robo, no parece haber sido un encuentro casual. Y, si lo fue, tenía su antecedente. Con el chico Maturana había una historia anterior.

El joven había estado detenido y era conocido por los de la segunda nicoleña. Poco tiempo antes del singular tropezón, el chico había sido detenido en dos ocasiones por el propio Malizia. Algún entrevero entre ambos hubo. Y Maturana, detenido y con las muñecas esposadas por detrás, le había roto la nariz de un cabezazo al padre ejemplar.

Con esa historia colgando sobre sus hombros, la descripción que hizo el policía sobre el chico huyendo y apuntándole con su arma mientras pedaleaba en bicicleta es casi como la descripción de un equilibrista de circo. Pero mucho más complicada aparece la sucesión de casualidades que derivaron en la muerte del ciclista en fuga.

Pero si el caso Maturana sumaba esta serie de curiosas fatalidades, la experiencia por la que pasó Verónica Gutiérrez Maturana hace dos días ya es excesiva. Al llegar a su casa, el domingo a la 1.20 de la madrugada, descubrió que ladrones destrozaron su puerta a patadas, entraron en la casa y con impunidad de uniformados destrozaron todo. En el cuarto que había pertenecido al joven Manuel, vaciaron el placard y echaron la ropa al piso. Cuando llegó la mujer, se asustó y llamó a la policía. Pero más se asustó cuando los que llegaron eran de la segunda.

Los uniformados revisaron, escudriñaron los rincones. Uno de ellos le preguntó a Verónica. “Señora, ¿quiere venir en el patrullero a la segunda a hacer una denuncia?”. La mujer se asustó y respondió que no. Enseguida se oyó un disparo y la mujer se tomó el abdomen. “¿Por qué disparaste?”, preguntó el que estaba a cargo. “Me tropecé”, respondió el uniformado.

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