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Sociedad|Sábado, 5 de abril de 2008
Especialistas analizan los últimos casos de agresiones protagonizadas por jóvenes estudiantes

Preguntas y respuestas sobre chicos violentos

El crimen en Misiones se suma a otro ocurrido hace una semana en Villa Gesell. Otros ataques, esta semana, dejaron como víctimas a docentes, directivos y estudiantes. Para los expertos, no deberían sumarse en la misma cuenta ni cargar las culpas en la institución educativa.

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Estudiantes de la escuela de Wanda, Misiones, conmovidos por el caso del chico apuñalado por un compañero.

Los casos de violencia adolescente registrados en los últimos días son muy diferentes entre sí, y sería un error sumarlos en una misma cuenta a cargar sobre la institución educativa: esta fórmula podría anotarse como denominador común a las opiniones que varios investigadores y pensadores ofrecieron a Página/12. El hecho más violento de todos, el que cobró una vida en Misiones, se presenta como “un crimen pasional clásico, donde dos hombres pelean por una mujer... si no fuera porque se trataba de adolescentes”; en cambio, el de la chica atacada en San Isidro es “una agresión urbana, posmoderna”, cuyo detalle alucinante, la filmación, viene a imitar una vez más acciones sucedidas en otros países y trasmitidas por la tele. Queda flotando una pregunta inquietante: “¿No habrá relación entre estos hechos y la ruptura de los marcos institucionales de la sociedad, con el reciente corte de rutas por 20 días?”.

“Pensemos en una sociedad que, durante veinte largos días, se salió de los marcos institucionales; donde un conflicto sobre cobro de impuestos se encaró por el método de cortar rutas nacionales e impedir el abastecimiento, y manifestantes de grupos opuestos se juntaron en el mismo espacio público sin que la policía interviniera: ¿no puede haber correlación entre estos sucesos y, poco después, expresiones de violencia entre adolescentes?”, preguntó Silvina Gvirtz, especialista en Educación de la Universidad de San Andrés. “Es realmente una pregunta, no hay datos científicos para responder, pero vale la pena formularla”, señaló.

“En todo caso –advirtió Gvirtz–, hay que anotar que, en general, estos episodios de violencia no se produjeron en el interior de colegios: la escuela en la Argentina mantiene un halo de institucionalidad, de normatividad. Y no se puede decir que la Argentina sea un país de escuelas violentas: estos casos se refieren a una población de once millones de alumnos. Es cierto que, aun cuando los conflictos se originen en la escuela, ésta tiene, entre sus funciones, la de enseñar a buscar modos no violentos de resolución de conflictos. Durante la dictadura, la escuela era muy autoritaria y los conflictos se resolvían, en el mejor de los casos, mediante la violencia psicológica; hoy hay que buscar la manera de resolverlos por consenso y diálogo.”

Juan Carlos Volnovich, médico psicoanalista, observó que “los casos de violencia que se han producido son muy distintos entre sí, por más que todos salpiquen el sagrado ámbito de la educación y, para las generaciones anteriores, puedan reforzar la imagen de que la institución educativa se cuenta entre las ‘instituciones desfondadas’, como Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea denominaron a aquellas que han perdido sus potencialidades continentes”.

Agregó Volnovich que “el caso de las chicas de San Isidro muestra la ruptura de estereotipos de género: antes la violencia era cosa de varones; éstas no son las chicas graciosas, prudentes, pacíficas y amorosas que postulaba el imaginario social. Y el agregado de la filmación no es un detalle menor. El registro filmado de la violencia, al igual que, característicamente, el de las relaciones sexuales, incorpora un aspecto exhibicionista; una utilización obscena de la violencia, en el plano del reality show”.

Claro que “la tecnología forma parte de la vida de los chicos –comentó Sergio Balardini, investigador en el Area Juventud de Flacso–. Cada vez más, lo que hacen con sus vidas lo suben a Internet: los aspectos más creativos, los momentos felices, pero también las acciones violentas. De todos modos –advirtió el investigador– convendría no estigmatizar a los jóvenes y, cada vez que se habla de la violencia de los chicos, habría que preguntar por la violencia de los adultos”.

Cierto que “eso de pegarle a la gente y subirlo a Internet empezó hace algunos años en otros países, y ahora aparecen esas pibitas haciendo acá la misma tontería –comentó el psicoanalista Germán García–; es muy diferente del caso de Misiones, donde, por una mujer, uno mata a otro de un puntazo, crimen pasional de matriz clásica, si no fuese por el hecho de que son adolescentes. La agresión urbana, posmoderna, de las chicas de San Isidro puede vincularse en cambio con aquel chico de Carmen de Patagones que en 2004, cansado de ver en la tele cómo los chicos norteamericanos hacían matanzas en los colegios, quiso aparecer él también”.

“Hablo con cierta ironía –admitió Germán–: para que un chico se enganche en una cosa debe tener alguna fractura identificatoria; pero no deberíamos menoscabar el poder de lo que se ha llamado la ‘función mimética’ mediada por la televisión. En generaciones anteriores, los adolescentes querían ser como adultos: como el actor de cine, como el campeón de natación; hoy quieren ser como otros adolescentes, el modelo no es ya vertical sino horizontal. Y la identificación no es poca cosa: puede llevar a una persona a correr al borde del abismo.”


“La escuela, sola, no puede”

“Estos episodios son preocupantes, pero las escuelas no son lugares de violencia –sostuvo Mara Brawer, coordinadora de los programas de construcción de ciudadanía en la escuela del Ministerio de Educación de la Nación–. No hay que caer en el error de generalizar y propiciar el miedo. En el país hay 45 mil escuelas, y son lugares donde circula la palabra; en ellas se trabaja específicamente la cuestión de la violencia. También es cierto que, en una sociedad violenta, la escuela, sola, no puede.”

Daniel Belinche, subsecretario de Educación de la provincia de Buenos Aires, sostuvo que “el hecho de que varios casos de gravedad se hayan acumulado en un corto lapso no implica que sean responsabilidad del sistema educativo; siguen siendo excepcionales y tampoco se puede afirmar seriamente que marquen un pico de violencia juvenil”.

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