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Sociedad|Jueves, 29 de mayo de 2008
Logran que un mono mueva su brazo ortopédico mediante el cerebro

Pienso, luego muevo el brazo

La experiencia fue publicada en la prestigiosa revista Nature. Dos monos fueron implantados con microelectrodos en la corteza cerebral y así pudieron mover el brazo robótico con el pensamiento. Investigan usar el médodo en humanos.

Por Pedro Lipcovich
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Por primera vez en la historia, un mono extendió su mano, tomó una banana y se la llevó a la boca... valiéndose de un brazo ortopédico controlado directamente por su cerebro. El dispositivo, que fue ensayado en Estados Unidos, abre perspectivas para amputados y personas con enfermedades paralizantes. De todos modos, la aplicación terapéutica en seres humanos requeriría todavía años de investigación. El hallazgo se inscribe en una línea de estudios entre los que se ha concretado –en países como la Argentina y también a título experimental– la posibilidad de que personas con discapacidades graves manejen, sólo con pensarlo, su silla de ruedas.

El descubrimiento, anunciado ayer en la revista Nature, fue realizado por un equipo de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, dirigido por Andrew Schwartz: “Dos monos fueron implantados con conjuntos de microelectrodos en la parte de la corteza cerebral que controla los movimientos del brazo: el mono usa las señales para controlar un brazo robótico y de ese modo alimentarse”, dice el artículo. Tenemos así, por una parte, un conjunto de pequeñísimas terminales eléctricas que, mediante un procedimiento quirúrgico, fue introducido en el cráneo, en la región del cerebro que controla esos movimientos específicos. Por otra parte, tenemos un brazo artificial, que “puede hacer los mismos movimientos que un brazo humano (o de mono), en el hombro, el codo y la muñeca. La mano consiste en un dispositivo para asir, con dos ‘dedos’”, detalla el trabajo en Nature.

El paso clave consistió en poner a punto un programa de computadora por el cual esos impulsos cerebrales, trasmitidos por los electrodos, por sí solos movieran el brazo artificial.

Para esto, lo primero fue lograr que los monos, con sus propios brazos, aprendieran a manipular el brazo artificial en la pantalla de una computadora, usando un joystick: con la mano movían el joystick, y la computadora hacía que se moviera el brazo artificial. Al mismo tiempo, los impulsos cerebrales correspondientes –los que tenían lugar cuando el mono manipulaba el joystick– eran trasmitidos por los electrodos y registrados en computadora. Los electrodos leían los impulsos eléctricos procedentes de unas cien neuronas. “En realidad, millones de neuronas intervienen cuando se extiende un brazo para tomar un objeto, pero las señales de ese puñado de células son suficientes para capturar los movimientos básicos”, explicó Schwartz.

Entonces, los investigadores ya tenían registrado qué pasaba en el cerebro del mono cuando éste había aprendido a mover, para alimentarse, el brazo artificial y desconectaron el joystick de la computadora. El monito seguía moviendo el joystick y el brazo artificial se movía, pero lo que lo hacía moverse eran, directamente, los impulsos cerebrales del animal.

¿Cómo seguimos?, ¿le amputamos el brazo?, preguntó a esa altura un investigador novato, pero –para tranquilidad del lector de esta nota– no hizo falta. Alcanzó con inmovilizarle al mono sus brazos mientras, gracias al brazo artificial controlado –computadora mediante– por su corteza cerebral, seguía alimentándose como si nada. En las pruebas, uno de los monos tuvo éxito en el 61 por ciento de los intentos de tomar galletitas o uvas con el brazo mecánico.

Gabriel Gentiletti, profesor de robótica en la Universidad Nacional de Entre Ríos, explicó que el invento de Pittsburgh puede insertarse “en desarrollos previos en los que monos, también con electrodos implantados en la corteza cerebral, llegaban a ser capaces de mover el cursor de una computadora mediante sus impulsos nerviosos”. Inclusive llegó a lograrse que el mono –siempre dispuesto a hacer la de él– utilizara estos impulsos cerebrales además de sus propias manos, como si tuviera una tercera extremidad.

Desde Pittsburgh, Schwartz advirtió que “faltan todavía bastantes años para utilizar este desarrollo en el tratamiento de personas con discapacidad: hoy por hoy sólo puede hacerse en ámbitos de laboratorio; además, idealmente la prótesis debería a su vez enviar sensaciones táctiles al cerebro, lo cual no es todavía posible”.

Además –explicó a este diario Hugo Rufiner, director del laboratorio de rehabilitación e investigaciones neuromusculares de la Universidad de Entre Ríos–, “los electrodos implantados en el cerebro presentan hasta ahora el problema de que, pasadas unas semanas, el organismo tiende a rechazarlos y su desempeño empieza a decaer”.

Otro procedimiento, que ya se investiga, es poner los electrodos por fuera, en el cuero cabelludo. Con este método “podemos lograr que una persona totalmente incapacitada, incapaz siquiera de pestañear, logre mover una silla de ruedas por acción directa de su cerebro”, contó Rufiner, aclarando que “todas estas investigaciones, en el mundo, se hallan en etapa experimental y todavía no tienen aplicación terapéutica”.

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